Monday, August 8, 2011

En memoria de Juan Virgilio Águila Madrazo (Piro) de Vertientes

por Osvaldo Gallardo González


Se ha muerto el negro Piro de Vertientes. Ha sido esta mañana, acabo de saberlo por un correo de la hermana Maribel, carmelita misionera, que me dice que siente no haber escrito algo antes del suceso, pues cree que merece la pena que en la diócesis sepan de su fidelidad. Entiendo la delicadeza de la invitación. Y aunque sé que pocos en la diócesis no conocen a Piro, no me cuesta, enseguida vienen a mi mente muchas imágenes suyas, de quien tengo que hacer un esfuerzo de memoria para recordar su nombre: Juan Virgilio Águila Madrazo, así completo, pues de otro modo no me lo perdonaría.

No sé las circunstancias de su muerte, pero eso no importa mucho. Ya está donde siempre quiso. Tiene el premio del amor del Padre que fue su única meta. Y Piro no era perfecto, como todos, pero siempre buscó al que tiene el amor perfecto. La última vez que lo vi ya no me conoció, fue el mes de mayo en mi visita a Vertientes por el paso de la imagen peregrina de Nuestra Señora de la Caridad; no sé ya cuánto había perdido en su cabeza, pero allí estaba Piro, si estaba perdido seguía buscando a su Padre.

Era el mismo Piro: el amigo de Mons. Adolfo, su padre y obispo; el del rezo del Ángelus a las doce con el toque de campanas; el que abría las puertas para que los niños del Corinthia (antes colegio parroquial Nuestra Señora del Carmen) vieran el árbol de navidad a pesar de la prohibición de las maestras. Era el Piro con quien sostuve muchas discusiones y de quien escuché historias de los tiempos difíciles, esos que costaban olvidar. A pesar de eso, era un hombre de diálogo, porque para muchos Piro era la Iglesia, y en ella recibía al policía, al funcionario, y a la gente humilde; cuántos habrán escuchado de Dios por primera vez gracias a él.

Pudiera decir más: sus oraciones en la funeraria, sus visitas a los enfermos, su valentía frente al dolor cuando perdió a su esposa, y más tarde a una de sus hijas en un tremendo accidente. Lo recuerdo consolando a los familiares de las otras personas fallecidas, y sus ojos apagados cuando me acerqué a abrazarlo y me dijo conmovido “gracias, querido hijo”. También lo recuerdo bailando en la puerta del templo y besando en la mañana a la imagen de Santa Teresita. Y lo recuerdo peleando, por qué no, así de sencillo, si no lo digo, tampoco me lo perdonaría.

Uno de esos días, que trataba de escapar del tedio de la aldea yéndome a conversar con él, llegué y le dije como una broma: “Oye, negro, el día que te mueras voy a poner aquí una placa que diga: Desde aquí vivió y vio pasar al pueblo de Vertientes, el Negro Piro, que Dios lo guarde en su gloria. Así sea. Recuerdo su emoción frente a lo que dije en broma, pues así quería ser recordado, y luego me decía: “Acuérdate, que si no lo cumples te salgo por las noches”.

Así que me he apresurado a escribir estas líneas, para saldar esa deuda que contraje, no vaya a suceder que Piro me cumpla su amenaza. Y así quiero recordarlo, diciendo adiós en la puerta de mi querida parroquia de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, en Vertientes, como el perro fiel, a los pies de su Señor, en su casa. No se me ocurre otra imagen, no la hay más justa, para describir su fidelidad.

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