Wednesday, April 19, 2017

Primavera




Fotos/Blog Gaspar, El Lugareño
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La pared de las palabras (un filme de Fernando Pérez)


Un filme de Fernando Pérez 

CUBA

HD | Ficción | 90′ | Color | 2014

Idioma Original: Español
Guión: Fernando Pérez, Zuzel Monné.
Basado en un cuento de Zuzel Monné
Fotografía: Raúl Pérez Ureta
Edición: Julia Yip
Música: Edesio Alejandro
Sonido: Edesio Alejandro, Fernando Pérez
Dirección artística: Erick Grass
Intérpretes: Jorge Perugorría, Isabel Santos, Laura de la Uz, Verónica Lynn, Carlos Enrique  Almirante, Ana Gloria Buduén, Maritza Ortega
Productor: Jorge Perugorría, Camilo Vives
Compañía productora: Santa Fe

Desde su infancia, Luis padece una distonía y no puede comunicarse a través del lenguaje corporal ni de las palabras. Entre la institución médica y la familia, su vida interior es un muro infranqueable. Más que una película sobre la discapacidad, La pared de las palabras intenta reflexionar sobre el difícil ejercicio de la comunicación humana, el dolor y los límites del sacrificio.

Tuesday, April 18, 2017

de la Comedia Silente




para AP "revolutionary" fueron ...

Fidel Castro, leader of the Revolutionary movement that overthrew the government
of Dictator Fulgencio Batista, holds up his hands at a question during his afternoon press
conference at the Hilton hotel in Havana January 8, 1959. The rebel leader spent more than an
hour answering questions for press, radio and television reporters. Castro and the Revolutionary
movement overthrew dictator Batista's government on January 1, 1959. (AP Photo)
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Gen. Fulgencio Batista, smiling with upraised hands, is surrounded by Cuban soldiers
at Camp Colombia, the Cuban army base, during the revolution, March 11, 1952.
Batista is the new leader of Cuba. (AP Photo/Harold Valentine)

Monday, April 17, 2017

Taller de Patrimonio Musical-Habana Clásica (18-28 abril, 2017)


Calma (por José Luis Perales)



Calma
tan solo quiero
hoy abandonarme
después de navegar
mil soledades
soñando regresar

Calma
sólo deseo hoy calma
y consumir el tiempo lentamente
mirar por mi ventana
cómo el agua y el viento
pasan, calma

Calma
para vivir la vida
para saborear un beso
y para despertar
poquito a poco
el corazón
el fuego, calma

Calma
para esperar el día
y para entretejer los sueños
calma para explicar
lo inexplicable
el porqué de un te quiero
calma, calma

Calma
tan solo quiero
hoy abandonarme
que me despierte el sol
sobre la hierba
en este amanecer

Sunday, April 16, 2017

"La fe de los cristianos es la Resurrección de Cristo" (San Agustín)

Foto/Archivo Blog Gaspar, El Lugareño
Domingo de Resurrección, Camaguey, 2008
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Foto/Archivo Blog Gaspar, El Lugareño
Domingo de Resurrección, Camaguey, década de 1950
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"La razón de que los discípulos tardaran en creer en la Resurrección del Señor, no fue tanto por su flaqueza como por nuestra futura firmeza en la fe; pues la misma resurrección demostrada con muchos argumentos a los que dudaban, ¿qué otra cosa siginifica sino que nuestra fe se fortalece por su duda?" (San Gregorio Magno, Homilía 16 sobre los evangelios).

"Después de la tristeza del sábado resplandece un día feliz, el primero entra todos, iluminado con la primera de las luces, ya que en él se realiza el triunfo de Cristo resucitado" (San Jerónimo, comentario al Evangelio de San Marcos 16).

Saturday, April 15, 2017

Mons. Wilfredo Pino: "Camagüey ha rescatado una de sus joyas históricas"

 Fotos/Enrique (Fidelito) Cabrera
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Ayer nos hemos pasado TODO el día con dos taladros con sus respectivas “motas” dándole brillo al Sepulcro. ¡Ha quedado precioso!

Y, como decimos los cubanos, la “tapa al pomo” fue ponerle las campanitas. Para que lo sepan, son exactamente 100 campanitas. Así que nos han quedado 20 de repuesto, aunque pensamos que no se perderá ninguna porque están bien aseguradas.

Si alguien pensaba que el Sepulcro iba a quedar “como antes”, eso era imposible, porque le falta la mitad de la plata que fue robada.

Pero con los trabajos que se le hicieron a la carpintería y el reacomodo de las partes de plata, y el trabajo del artista mejicano que terminó su trabajo ayer en la mañana, y las campanitas… ¡el Sepulcro se recuperó un mundo!

Ayer por la noche, en La Merced, yo les decía a los que serán de la Comisión de Orden en las Procesiones de Semana Santa que tenía la impresión de que cuando el Sepulcro salga el Viernes de La Merced a la calle, la gente o va a llorar o va a aplaudir.

¡Camagüey ha rescatado una de sus joyas históricas!

Y la Urna de la Virgen Dolorosa, que también sufrió robos de la plata, no se ha quedado atrás. Con los taladros y sus “motas” le han devuelto un brillo que no tenía desde hace tiempo. Yo no recuerdo haberla visto tan brillante como ahora.

También para su información les copio a continuación parte de una hoja que he escrito para el archivo diocesano:
El excelente trabajo de restauración del Santo Sepulcro ha sido obra del artista mexicano Jesús González Escalante, Técnico en Artes Plásticas, nacido en Toluca el 12 de julio de 1975 y trabajador del Centro Cultural San Pedro Nolasco, dirigido por la Orden de la Merced en México. Su técnica ha consistido en cubrir la nueva madera con una imitación de plata en hojas (“pan de plata”). Trabajó ininterrumpidamente durante 14 días, desde el viernes 24 de marzo hasta el 6 de abril del 2017.
Por su parte, toda la extraordinaria labor de carpintería fue realizada, un mes antes, por Sergio Ferrá y su ayudante Adrián Cánovas, así como Alfredo Matos, trabajadores del Almacén-Taller Diocesano de Camagüey. Ayudaron en el lijado de la madera los sacerdotes José Marcos Saavedra y Manuel Ruiz y el diácono Luis Omar Reyes, mexicanos los tres y pertenecientes a la Orden de la Merced. La pintura para conservación de la madera fue realizada por Léster Viñas, Ernesto Varona, Alfredo Robert y Alexander García, bajo la dirección de Yon Salazar, todos cubanos y también trabajadores del Almacén-Taller Diocesano. Los matrimonios de Karel y Annette y de Lorenzo y Noelia, camagüeyanos residentes en Estados Unidos, consiguieron y donaron las ­­­­100 campanitas del Santo Sepulcro así como lo necesario para la limpieza de las partes de plata. En los muchos detalles finales fue decisivo el trabajo de Fidelito Cabrera y Guillermito Peña.

Al terminar la Semana Santa de este año 2017, el Santo Sepulcro y la Urna de la Virgen, al igual que las imágenes del Cristo Resucitado y las de la Virgen Dolorosa y la Virgen de la Alegría se guardarán en su iglesia de La Merced, en lo que era el Museo de la Misa del Papa en Camagüey, que ha sido previamente asegurado en sus puertas y rejas."  


Mons. Wilfredo Pino
Arzobispo de Camagüey,
Jueves Santo, 2017 


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ver en el blog:  

(Camagüey) Procesión Viernes Santo -Fotos y Video-


Fotos/Enrique (Fidelito) Cabrera
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ver en el blog
El Santo Sepulcro (de Camagüey)

(Documental) Wifi a la cubana




Trabajo práctico del Taller de Realización de Documentales de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, Cuba. Realizado por:

Dayanna Cieza
María Luiza Tiburi
Héctor Romero

Profesor: Rolando Almirante

Friday, April 14, 2017

El Santo Sepulcro (de Camagüey)


por Roberto Méndez

(Versión abreviada -por el autor- para el blog Gaspar, El Lugareño, del texto incluido en su libro Leyendas y tradiciones del Camagüey, Editorial Ácana, 2003. Publicado originalmente en el blog en Abril de 2009)


 Foto/Blog Gaspar, El Lugareño
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Hacia la tercera década del siglo XVIII, vivía en Puerto Príncipe un hombre ejemplar: Don Manuel Agüero y Ortega, que había desempeñado ya, por entonces, los cargos de Alcalde Ordinario, Capitán de Milicias y Sargento Mayor de la Plaza. Residía en una casona solariega, ubicada en la calle Mayor, muy próxima a la Plaza de la Merced, junto a su esposa Doña Catalina Bringas y de Varona, miembro también de una antigua familia del Camagüey, con la que había contraído matrimonio en la Parroquial Mayor el 8 de junio de 1723. Si de Don Manuel se decía que era “muy limosnero y socorría a toda clase de pobres”, de ella podía afirmarse otro tanto.

Fruto de esa unión les había nacido numerosa prole. Su primogénito, José Manuel Agüero Bringas, en el que habían puesto toda su alegría, había visto la luz en 1737. Sin embargo, como en las antiguas tragedias, aquella próspera dinastía estaba amenazada por el desastre. Doña Catalina falleció en 1746. Poco tiempo después, cuando sus hijos aún no habían llegado a la adultez, Don Manuel decidió ingresar en la carrera eclesiástica, aunque continuara residiendo en su hogar y encargado de la educación de los niños.

Debe haber recibido las Sagrados Ordenes alrededor de 1749, pues cuando el Obispo Morell de Santa Cruz visitó Puerto Príncipe en 1756, lo incluyó en la relación de sacerdotes de esta parte del país con la nota “su edad 42 años y 7 de sacerdote”. Poco después de esta visita pastoral sobrevendrían los hechos que la leyenda ha perpetuado.

Afirma la leyenda que el joven José Manuel creció junto al hijo de una viuda a quien su padre favorecía. De éste, al que la tradición da el apellido Moya, nada ha podido averiguarse. José Manuel y su hermano adoptivo estudiaban juntos en la Habana, cuando vino una mujer a deshacer su confraternidad. El amor de ambos por ella, trajo enseguida celos mutuos y Moya, menos favorecido por el apellido y la fortuna, y perdedor en aquel lance sentimental, se llenó de resentimiento hacia el rico heredero, al que todo parecía privilegiar y en un suceso que no ha sido aclarado – para unos un duelo, para otros una celada nocturna – dio muerte a José Manuel.

Según la tradición conservada en el seno de la familia Agüero, el joven no murió de inmediato, y en su agonía vino a tomarle declaración un juez, quien insistía en saber el nombre del criminal, pero el moribundo repetía una y otra vez: “El que me ha herido está perdonado, completamente perdonado por mí, para que Dios a su vez también me perdone y tenga misericordia de mí”. En esta actitud persistió hasta expirar.

El asesino sintióse enseguida presa de grandes remordimientos y huyó a Puerto Príncipe, donde contó a su madre lo sucedido. Decidió ella ir de inmediato, en medio de la noche, a ver al sacerdote y benefactor, quien aún residía en la casona de la calle Mayor y llena de horror, le contó lo sucedido, mientras el hijo esperaba en el zaguán. Nadie sabe lo que pasó por la mente del tonsurado cuando supo aquellos hechos, pero de inmediato entregó a la viuda una talega de dinero y un caballo con la orden de que Moya debía desaparecer de inmediato donde jamás fuera encontrado por sus otros hijos. Dicho y hecho, el joven se marchó a México y nunca se volvió a saber de él. Según la tradición familiar, no abandonó el presbítero a la madre del ingrato Moya, sino que le duplicó la pensión que mensualmente acostumbraba a entregarle, porque, como argumentaba: “porque desde hoy eres para mí mas digna y más acreedora a toda mi consideración y protección”.

Hizo la pena que Don Manuel quisiera alejarse aún más del mundo y entró poco después como fraile en el vecino convento de La Merced, con el nombre de Manuel de la Virgen, por lo que a sus descendientes se les dio el mote popular de “Nietos de la Virgen”.

El nuevo fraile mercedario destinó a su Orden la parte de la herencia del hijo asesinado. Según la tradición llevó de su casa al convento en grandes talegos repletos de pesos de plata mexicana que fueron destinados en casi su totalidad al embellecimiento de aquella sagrada Casa.

Era tradición en Puerto Príncipe, al modo de Andalucía, sacar procesiones de Semana Santa. El Viernes Santo, un cortejo llevaba desde La Merced hasta la Parroquial Mayor la imagen de Cristo muerto – según unos simplemente sobre la cruz, para otros, como sucedía en otras partes, en un rústico arcón o ataúd de madera descubierto – acompañado por la Virgen Dolorosa, luego, el Domingo de Resurrección, salía de la Parroquial otro cortejo con el Cristo resucitado, que iba a encontrarse en la Plaza de Armas con la Virgen de la Alegría. Fray Manuel iba a contribuir a dar esplendor a estas celebraciones.

Un orfebre mexicano Don Juan Benítez fue el encargado de realizar en el convento, a partir de este patrimonio, un conjunto de obras de arte. La más notable de ellas fue el Santo Sepulcro: una gran arca de plata, ricamente cincelada, destinada a guardar en su interior la imagen de un Cristo yacente y que es desde entonces uno de los exponentes de orfebrería de mayor tamaño y elaboración de la Isla. La pieza tiene en su exterior una inscripción que dice:
SIENDO COMENDADOR EL R. R. PREdo. F. JUAN IGNACIO COLON A DEVOCION DEL P.F. MANUEL DE LA VIRGEN Y AGÜERO. SU ARTIFICE Dn JUAN BENITES ALFONZO. AÑO 1762.
Además, debió el artista forjar unas andas del mismo metal para la Virgen de los Dolores, así como el altar mayor del templo, con su manifestador y sagrario y varias lámparas monumentales cuyas cadenas también eran de plata. Se afirma que las piezas fueron fundidas en el patio del convento, convertido en gigantesco crisol y taller. Dicen algunos ancianos camagüeyanos, aún a inicios del siglo XX, después de los días de lluvia, se veían aflorar de la tierra esquirlas de plata que eran elocuentes testigos de aquellas obras. Don Manuel Agüero falleció en aquel Convento varias décadas después, el 22 de mayo de 1794. Además de los bienes citados, legó una casa en la vecina calle de San Ramón esquina a Astillero donde se guardaba el Sepulcro una parte del año.

Se dice que al principio eran esclavos quienes lo cargaban en las procesiones. Luego se organizó una cofradía de negros libertos con este fin, la pertenencia a ella se trasmitía de padres a hijos. Su distintivo era la almohadilla que se ponían en el hombro para apoyar la pieza y que al morir, era colocada ritualmente bajo la cabeza del difunto, para acompañarlo en su último viaje.

El Sepulcro había sido dotado de unas campanillas de plata, para que al ser llevado con un característico paso, lento y ondulante, acompañado por una banda de música con una marcha compuesta al efecto produjera un delicado sonido. Para la mente popular, estas campanillas, tenían un poder especial y podían hasta sanar enfermedades si tocaban al paciente, por lo que muchos se adueñaban de aquellas que a veces se desprendían de la pieza durante la ceremonia e inclusive hubo quien procuró arrancarlas para guardarlas como reliquias, por lo que en fechas diversas, varias familias camagüeyanas hubieron de donar plata para forjar otras nuevas.

En 1906 un voraz incendio se desató durante la noche en la Iglesia de la Merced, el altar mayor y las lámparas fueron dañados irreparablemente. Mas el Sepulcro y las andas de la Virgen se habían salvado. Cuando el templo fue redecorado, se construyó un retablo, cerca del presbiterio, costeado por la familia Rodríguez Fernández para acoger al Santo Sepulcro que desde entonces se custodia en esta misma iglesia.

Las procesiones, interrumpidas desde 1961, fueron en fecha reciente restablecidas: a partir de 1998 la del Santo Entierro y desde el 2002 la del Domingo de Resurrección


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Ver en el blog:
 (Camagüey) Restaurado el Santo Sepulcro
(Camagüey) Vandalizado el Santo Sepulcro

Thursday, April 13, 2017

(Camagüey) Restaurado el Santo Sepulcro

 

por Joaquín Estrada-Montalván


El Santo Sepulcro, joya del patrimonio artístico religioso camagüeyano y que fuera considerado una de las piezas más valiosas de su tipo en Latinoamérica ha sido restaurado.

Durante años había sufrido el robo de no pocas campanitas de plata que adornan la pieza y que son renovadas de cuando en cuando. Además, le habían sustraído una parte de su enchapado de plata. Por esto motivo, como medida de protección, fue trasladado a fines de 2014 desde los altares laterales de la Iglesia de la Merced, a un “lugar seguro” bajo llave y fue precisamente en ese sitio donde ocurrió el robo mayor, que despojó a la pieza de casi todo su enchapado de plata original. (Ver en el blog  Vandalizado el Santo Sepulcro).

El Santo Sepulcro está considerado como una de las piezas más valiosas de orfebrería religiosa cubana. Alrededor de las circunstancias en que fue construido, se teje el misterio de una de las tantas y hermosas leyendas camagüeyanas. Se sabe con exactitud que fue fabricado por el joyero mexicano Juan Benítez Alfonso, en el patio del Convento de la Merced en el año 1762. (ver en el blog La historia de El Santo Sepulcro)

 Fidelito, Mons. Wilfredo Pino, Guillermo
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Esta Semana Santa nos trajo la buena nueva de la restauración del Santo Sepulcro en el Arzopisbado de Camagüey.



 

El Santo Sepulcro, completamente restaurado regresa desde el Arzobispado de Camagüey,  hacia La Merced, listo para las procesiones de Viernes Santo y Domingo de Resurrección


(Fotos de la restauración del Santo Sepulcro/Enrique (Fidelito) Cabrera-Facebook de Armando I. García)

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 (Camagüey 2009) Procesión del Viernes Santo
 Foto/ Blog Gaspar, El Lugareño (by Ileana Sánchez  )
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 (Camagüey 2013) Procesión del Viernes Santo
Foto/Blog Gaspar, El Lugareño (by Annette Pichs Sánchez)
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 (Camagüey 2008) Procesión del Domingo de Resurrección
Foto/Blog Gaspar, El Lugareño (by Ileana Sánchez)
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(Camagüey, década de 1950 ) Domingo de Resurrección,
Foto/Archivo Blog Gaspar, El Lugareño 
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Diferencia entre anorexia y bulimia (por Christina Balinotti)

Nota del blog: Sección semanal dedicada a la familia por la Dra. Christina Balinotti (https://www.facebook.com/christina.balinotti), quien ha aceptado la invitación a compartir cada jueves, un tema relacionado con su proyecto Universidad de la Familia, programa académico extenso de 45 semanas, en la Humboldt International University. Los libros de la Dra. Christina Balinotti se pueden adquirir en Amazon en este enlace.
Para información e inscribirse en el programa puede acceder en este enlace. Para comunicarse puede escribir a Universidaddelafamilia.miami@gmail.com



La Dra. Christina Balinotti, explica la diferencia entre anorexia y bulimia. Datos reveladores y poco difundidos acerca del aspecto psicológico y de relación con el vínculo materno, que aún desconocemos. 


 


Christina A. Balinotti: Escritora, Personalidad de Televisión y Radio. Experta en temas de Cultura y Psicología. Mujer de la Semana 2015 CNN Español. Pionera del Movimiento y Organización Femenidad Holística.


Fundadora/Directora del programa académico Universidad de la Familia, Ahora Sí, Miami 2016.


Mi padre viene y va (por Reinaldo García Ramos)

Nota: Entrega final de tres de los capítulos de la  novela testimonial Cuerpos al borde de una Isla, Mi salida de Cuba por el Mariel (Editorial Silueta, Miami, Tercera Edición: Abril, 2016) de Reinaldo García Ramos. Los tres capítulos, publicados esta semana, no son sucesivos en el libro. 

En estos momentos, el autor está enfrascado en la escritura de la segunda parte o continuación de la novela.

Agradezco a Reinaldo García Ramos, que comparta con los lectores del blog parte de su obra.


El libro se puede adquirir en Amazon en este enlace
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MI PADRE VIENE Y VA

Mi padre siempre fue una persona muy feliciana, sabía vivir y dejar vivir. Disfrutaba sus placeres al máximo, sobre todo las mujeres y el tabaco, y nunca lo vi preocuparse demasiado por nada ni apresurarse a cumplir con ninguna imposición. Se las supo arreglar siempre para obtener de la existencia lo que más le interesaba, sin complicarse ni atormentarse inútilmente.

Por eso no me sorprendí de que pasaran los días sin que me respondiera el telegrama. Se tomó su tiempo para reaccionar, como siempre hacía. Y luego comprobé que su actitud se ajustaba a la realidad mejor que la mía. Cuando le mandé el telegrama para pedirle que viniera a verme yo pensaba que el barco Tropic Dream llegaría en pocos días y que me avisarían muy pronto para irme. Él, que era literalmente lo que cualquier cubano llamaría un “jodedor de la calle”, tomó mi tono de urgencia como lo que era, una reacción personal, y no como un imperativo real de las circunstancias.

Total, que se vino a aparecer en La Habana el 2 de mayo por la noche, casi cinco días después de mi telegrama. Subió las escaleras sin aspavientos de ningún tipo, con su aplomo habitual y su eterno tabaco, aunque desde luego con cierta lógica curiosidad por saber qué me pasaba, o por comprobar si lo que me ocurría era lo que él suponía. Yo no le había mencionado el barco de mi tía en el telegrama, ni el tema de la salida del país, pero él tenía una intuición muy aguda y un gran sentido práctico; ya se imaginaba la situación perfectamente.

Traía en las manos, además de un maletín pequeño con alguna ropa, una jaba bastante grande con cosas de comer, pues había previsto pasarse varios días conmigo y esperar a que yo me fuera. La jaba, desde luego, nos vino de perilla, pues contenía café, viandas, frijoles, arroz y otras vituallas que ya se habían agotado en mi cocina hacía tiempo y que nos ayudaron a pasar aquellos días con los problemas básicos de alimentación resueltos de antemano. En general, en los poblados de provincias (“en el campo”, como decimos en Cuba) los productos agrícolas de aquella índole eran más fáciles de conseguir.

Nos abrazamos bastante fuerte y le di varios besos, como siempre. Pero no tuve que explicarle nada ni sentí que debía justificarme en ningún sentido; él ya se había encargado de procesar las cosas en su mente y venía con la intención de serme útil, de acompañarme y apoyarme en la espera. Quería ayudarme en lo que pudiera.

Enseguida me explicó su demora; le había sido imposible conseguir pasaje en las guaguas interprovinciales en aquellos días. Tenía 62 años y se había pasado casi toda la vida manejando rastras de carga a lo largo y ancho del país; se conocía al dedillo los recovecos y vueltas de todas las carreteras de la isla y los nombres de los pueblos y caseríos más remotos. Pero había obtenido el retiro poco antes y ahora vivía contento y tranquilo en Ranchuelos con su nueva mujer y con los hijos de esta. Se mantenía alejado de los trajines del transporte.

En cierta época había sido muy conocido entre todos los choferes del ramo, pero ya sus viejos colegas habían empezado a jubilarse también. Por otra parte, todo estaba tan revuelto con lo de Mariel y la embajada, que la rutina del sector de carga por carretera estaba también afectada por la situación y por el clima de paranoia imperante; muchos choferes habían sido movilizados como tropas de reserva y otros estaban asignados al traslado de soldados regulares o de armas. El trasiego normal de mercancías, controlado desde luego por empresas estatales, había disminuido su ritmo o se llevaba a cabo de manera irregular. Ni siquiera a un veterano del ramo como mi padre le había sido fácil encontrar, entre los jóvenes choferes recién llegados al gremio, a uno que aceptara traerlo gratuitamente en la cabina del camión hasta La Habana.

Pero a pesar del retraso con que vino a verme, lo acogí sin ningún reproche. Su presencia fue un alivio y se convirtió en un estímulo poderoso. Se ofreció a cocinarme aquellos días, cosa que él nunca había hecho antes, y conversamos mucho, recordamos cosas de mi difunta madre y de mi niñez, anécdotas de su juventud y de otros familiares y conocidos. Era un gran conversador; una de sus actividades preferidas era deleitar a cualquiera relatándole sus peripecias en la carretera. Tenía una gracia muy suya para describir a los personajes de sus historias y una memoria prodigiosa, que retenía los detalles más asombrosos.

Pasamos unos días encantadores, en que abundaron las expresiones de afecto y comprensión mutua. Instintivamente evitamos hablar de mi viaje, de las circunstancias tan raras en que todo estaba sucediendo; tácitamente sabíamos que era mejor no tocar esos temas. Tampoco tuve que explicarle por qué deseaba irme del país, por qué necesitaba probar suerte en otro mundo. Él sabía o sospechaba que mi realización individual iba a ser muy difícil en las circunstancias que me rodeaban en la isla. Aunque en la escuela primaria sólo había llegado hasta el sexto grado, tenía sus pies en la tierra, su mente estaba en contacto inmediato con la realidad objetiva.

Todo el resto de sus conocimientos sobre la vida y las aspiraciones de los seres humanos y sobre el amor y las pasiones provenía de la realidad misma. Nunca tuve que hablarle de mis preferencias sexuales, porque no quería causarle disgustos pero sobre todo porque siempre fue innecesario: él las había descubierto por pura intuición desde que yo entré en la adolescencia y las había aceptado tácitamente desde mucho antes de ese reencuentro nuestro en 1980.

Nos sentimos muy cerca el uno del otro durante aquellos días que se pasó conmigo a principios de mayo. Sus ojos nunca se nublaron con ningún dramatismo excesivo, su voz no dio señales de cansancio ni desamparo. Pero mi espera empezó a prolongarse más de lo que él pensaba. Los alimentos se fueron acabando; lo que me daban en las cuotas racionadas no hubiera alcanzado ni para una merienda. Una mañana me dijo muy temprano:

─ Voy a dar un viajecito al campo, a forrajear a ver si consigo comida… Será ir y virar, a lo más un par de días.

Lo comprendí. Tal vez no era tan importante la comida como su deseo de no verme partir, de no estar presente cuando eso ocurriera.

─ Claro, mi viejo: si pasa algo te aviso.

Al mediodía, cuando el pasillo del edificio estaba desierto, porque él no tenía ganas de encontrarse con ningún vecino, nos dimos sin palabras un abrazo muy rápido y bajó con absoluta decisión las escaleras. Su cuerpo se recortó contra el resplandor de la acera cuando llegó a la puerta del edificio y se volvió para decirme adiós con la mano. Al final me dijo:

─ Ya tú sabes, vengo enseguida.

Nos volvimos a ver nueve años después, cuando logré traerlo de visita a Nueva York.


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ver en el blog
Julián Indaga (por Reinaldo García Ramos)
Hablar con Miami (por Reinaldo García Ramos)
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REINALDO GARCÍA RAMOS (Cienfuegos, Cuba) radica en Estados Unidos desde 1980. Vivió hasta 2001 en Nueva York, donde fue traductor de español en la Secretaría de las Naciones Unidas. Con Reinaldo Arenas y Juan Abreu integró el Consejo de Dirección de la revista Mariel (1983-1985). Entre sus poemarios publicados cabe destacar El buen peligro (Madrid, 1987), Caverna fiel (Madrid, 1993), En la llanura (Coral Gables, 2001) y El ánimo animal (Coral Gables, 2008). Su libro Obra del fugitivo recibió en 2006 el Premio Internacional de Poesía Luys Santamarina-Ciudad de Cieza, otorgado en Murcia, España. En 2010 se publicó su novela testimonial Cuerpos al borde de una isla; mi salida de Cuba por Mariel. Una compilación de su obra poética, Rondas y presagios, apareció en 2012. Reside en Miami Beach y prepara un volumen de ensayos.

Al lado del camino (Fito Páez)

 Foto/Blog Gaspar, El Lugareño
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Wednesday, April 12, 2017

Francisco: "El amor es el motor que hace ir adelante nuestra esperanza"

La cruz es el paso obligatorio, pero no es la meta, es un paso: la meta es la gloria, como nos muestra la Pascua. Y aquí nos ayuda otra imagen bellísima, que Jesús ha dejado a los discípulos durante la Última Cena. Dice: «La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo» (Jn 16,21). Es esto: donar la vida, no poseerla. Y esto es aquello que hacen las mamás: dan otra vida, sufren, pero luego son felices, gozosas porque han dado otra vida. Da alegría; el amor da a la luz la vida y da incluso sentido al dolor. El amor es el motor que hace ir adelante nuestra esperanza. Lo repito: el amor es el motor que hace ir adelante nuestra esperanza. Y cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Amo? ¿He aprendido a amar? ¿Aprendo todos los días a amar más?, porque el amor es el motor que hace ir adelante nuestra esperanza. (Ver texto completo en ACI Prensa)

Los Manso de Contreras: anécdotas de una mítica herencia todavía "por cobrar" (por Carlos A. Peón-Casas).


Desde mi más tierna edad oí repetir a mi abuela paterna, aquella increíble historia de aquella fortuna tan inconmensurable, ante la que del mítico Rey Salomón palidecería de envidia, guardada por siglos en un muy flemático banco inglés; y de cuyos intereses podrían vivir holgadamente todos los herederos potenciales, descendientes de los Manso de Contreras, o de unos y otros, según las familias se desgajaran en su minuto. 

La herencia nos tocaría por el abuelo Peón. Su mamá Rosario, era Manso. Abuela Emilia, nos hablaba, de aquella legendaria suma que publicaba puntualmente la Gaceta, desde los tiempos republicanos, y que nunca entendí por qué enrevesada causa nadie pudo cobrar, a pesar de que el flemático, pero para nada tonto banco londinés, exigía se retirara, dado el enorme servicio de intereses que ya le representaba.

Luego, ya en los comienzos de los noventas, en medio de los avatares del Periodo Especial, aquella entelequia que nos sobrevivirá si nos hacemos bobos, volví a escuchar de un bien esbozado plan para que los herederos de aquella fortuna millonaria, pudieran finalmente cobrar lo suyo.

Estudiaba entonces mi carrera en la capital, y en la casa de una prima paterna, volví a escuchar de cómo se preparaban, levantando papeles y más papeles probatorios. Para entonces, fallecido ya mi abuelo, mi padre y mi tía hubieran sido también beneficiados potenciales, pero en las lejanas planicies camagueyanensis, el tema no tuvo mucha prensa, inmersos como estábamos en la sobrevida de aquellos días aciagos.

Al final, la algazara se acalló de un plumazo, la leyenda urbana daba cuenta como la funcionaria llamada a presentar la demanda a nombre de los herederos desde la Isla, fue cogida en malos pasos…léase en no muy sanctas transacciones…y hasta allí la clase…

Muchos años después, un buen amigo puso en mis manos el muy revelador Diccionario Biográfico Remediano. Allí pude finalmente conocer los entresijos de aquella historia que tiene a mi ver más de leyenda que de otra cosa, pero sería injusto con los soñadores herederos que todavía suman por millares, y entre los que ahora me cuento…

Refieren los susodichos anales que Don Bartolomé Manso de Contreras y Campos, era ya en 1696, Regidor y dueño de las haciendas Seibabo y Santa Cruz, que con hábiles manejos llegó a extender a las de Guainabo, Yaguajay, Centeno, San Agustín, Mayajigua y el Hato de Caguanes, y desde allí hasta el río Jatibonico del Norte, es decir un extenso territorio de la antigua provincia villareña, que abarcaba sin cuentos todo lo que es el término municipal de Yaguajay, en el norte espirituano actual. 

Para 1707, tuvo a bien protestar junto a otros potentados para que “no se rebajara el precio de la carne de marrano y de la de vaca que regía desde tiempo inmemorial”(1). Con hábiles manejos supo en 1723 pedir:
amparo al Cabildo sobre la posesión de sus haciendas de Yaguajay, y que compró la Presbítero José González de la Cruz, (…) rogando se pusiera silencio a las reclamaciones del capitán Ignacio de Rojas (…) En 1727 figuraba como alcalde la Santa Hermandad(…) el 3 de septiembre dispuso el Capitán General, que sus haciendas debían de pesar como sigue: Seibabo cuatro días de a veinte cabezas cada uno; Mayajigua, tres días y Caunao , dos días(…)(2)
Las crónicas siguen dando detalles de su matrimonio con Isabel Hernández de Medina y Vidal, con la que tuvo cuatro hijos, dos varones y dos hembras, estas últimas: María e Isabel fueron monjas, y muy al final las herederas de la una y otra vez promovida y todavía anhelada herencia, que muy al final como casi siempre pasa con estos asuntos de “enredos y papeleos": “se agita de tiempo en tiempo. Inconcuso para gentes sencillas y fácil para los listos…que ha dado ilusiones a muchos, desalientos a unos pocos y dinero a la cuenta remediana".(3)


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1. Diccionario Biográfico Remediano. Siglos XVII y XVIII. P. 38. (Transcripción del Sr. Enrique Palacio)
2. Ibíd.
3. Ibíd

Julián Indaga (por Reinaldo García Ramos)

Nota: Segunda entrega, de tres de los capítulos de la  novela testimonial Cuerpos al borde de una Isla, Mi salida de Cuba por el Mariel (Editorial Silueta, Miami, Tercera Edición: Abril, 2016) de Reinaldo García Ramos. Los tres capítulos, que se están publicando esta semana, no son sucesivos en el libro. 

En estos momentos, el autor se encuentra enfrascado en la escritura de la segunda parte o continuación de la novela.

Agradezco a Reinaldo García Ramos, que comparta con los lectores del blog parte de su obra.

 
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JULIÁN INDAGA

Al día siguiente de llamar a Miami y hablar con mi tía, amanecí derrumbado. Era domingo, 27 de abril, y pude dormir hasta bastante tarde; había mucho silencio en el barrio. Pero cuando me desperté me dolían todos los huesos, como si me hubieran entrado a palos. Me demoré mucho en incorporarme y salir de la cama. Las tensiones de la noche anterior me habían dejado agotado.

Me hice un precario desayuno-almuerzo con lo poco que encontré en el refrigerador y luego me puse a escuchar una vez más las estaciones de afuera, a ver si había algo nuevo. Pero la recepción estaba espantosa, apenas se entendía lo que decían. A lo mejor el gobierno estaba creando interferencias en la onda corta, para evitar que la gente se pusiera al día.

Andrés y su familia me venían a la mente a cada rato. Los admiraba y al mismo tiempo los envidiaba, pues se habían apoderado de opciones que yo no iba a tener ya o que estaban muy lejos de mi horizonte inmediato. Era una especie de deslumbramiento ante lo que habían hecho, ante los resultados de esa acción. Hay un placer ancestral de espectador en contemplar a quienes se libran de las limitaciones establecidas y logran salirse con la suya. Algo así como el placer que se siente al observar a las estrellas de cine en su vida cotidiana.

Aunque yo sabía que un vehículo de inmigración se los había llevado para Mariel, era muy pronto para saber si todos ellos habían llegado bien a los Estados Unidos. Andrés y yo habíamos acordado que cuando llegaran a Miami me llamarían a casa de mi vecina Rita; nunca lo hicieron. El hermano de Andrés aún estaba en Cuba, pero yo no tenía modo de localizarlo.

En esas dudas estaba yo metido esa tarde cuando vino a verme Julián, un personaje de los medios snobs de La Habana que tenía fama de frívolo y teatral. Nos habíamos conocido por amigos comunes y venía a veces a mi casa a tomar café y a conversar de boberías, pero yo por si acaso evitaba darle información confidencial, pues algunos suponían que colaboraba como informante con la policía política.

Él alardeaba de desclasado y marginal, se quejaba a veces del gobierno, pero en realidad era sólo un diletante, un excéntrico provinciano; trabajaba a veces en un taller de ropa fina para altos funcionarios cubanos y diplomáticos extranjeros y por eso conocía a personajes pintorescos de ese medio y de los círculos culturales. Siempre me hacía reír con los chismes y las historietas divertidas que me contaba sobre el mundillo veleidoso en que vivía. Anécdotas delirantes que muchos ni creían, pero que él narraba con mucha gracia.

─ Enseguida me voy ─me dijo en cuanto abrí la puerta─. Pasaba por aquí cerca y quise saber cómo estabas…

─ Pasa, pasa… Yo estaba revisando unas traducciones, la labor diaria…

Lo invité a sentarse y le ofrecí café. Él aceptó ambas cosas y enseguida me anunció que estaba a punto de conseguir El exorcista, y que me lo prestaría para que lo pudiera leer, pero sólo me lo dejaría durante una noche.

─ ¡Uy, qué bueno! Yo tú sabes que leo muy rápido.

Había varios libros que nunca se habían publicado en Cuba, y que no se vendían en las librerías, pero habían sido best-sellers en el extranjero y circulaban por La Habana de esa manera: los amigos se prestaban unos a otros un mismo ejemplar desvencijado, impreso generalmente en México o en España. Para esos préstamos confidenciales hacían una lista de personas interesadas y de confianza, y el orden de la lista se respetaba con rigor, pero como se trataba de un solo ejemplar y eran muchos los que esperaban, el préstamo se efectuaba por un plazo mínimo. Cada lector tenía que estar preparado para ir a buscar el libro en cuanto le avisaran, al lugar que le indicaran, y debía arrancar a leerlo a toda prisa en el plazo que le dieran, generalmente no más de 48 horas. Si fallaba en aparecer o no iba a recoger el libro o extraviaba el ejemplar, quedaba fuera de todas las listas futuras que se hiciesen y por lo tanto se privaba para siempre de tener acceso a otras lecturas de interés. Y El exorcista era en esos días una de las lecturas más codiciadas en la ciudad.

Julián me hizo a continuación un catálogo de los conocidos suyos que se habían metido en la embajada y que estaban en sus casas con los documentos necesarios, esperando el aviso para irse. Y mencionó a un par de personajes de la farándula que él sabía, “de buena tinta”, que estaban preparando su viaje por Mariel.

─ ¿Tú no piensas irte, no? ─me lanzó de repente.

Mi cara fue todo asombro, y creo que pude incluso añadir un leve tono de indignación:

─ ¿Estás loco? ¡Yo jamás me iré de este país!

─ Yo quisiera viajar… ─bajó mucho la voz─ Pero así, de ese modo ¡qué va!

─ Yo aquí tengo mi vida encaminada… ─agregué, por si acaso.

─ Y esto no se sabe en qué va a parar… ─murmuró, con la vista perdida en el suelo.

Para cambiar de tema, le pregunté por sus proyectos. Me dijo que todo estaba detenido por la crisis de la embajada y del Mariel, pero que pronto le iban a encargar la decoración interior de una dependencia ministerial.

─ ¿Y tú? ─me miró fijamente─ ¿Sigues sin escribir?

─ Ni una línea ─dije, tratando de que mi voz expresara un discreto pesar. Desde mucho antes, debido a indagaciones como esa, lo había convencido de que la literatura ya no me interesaba.

─ A un sobrino de Guillén le registraron la casa el otro día y le encontraron unos poemas conflictivos, todavía está preso…

─ Yo lo quemé todo hace tiempo ─susurré.


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REINALDO GARCÍA RAMOS (Cienfuegos, Cuba) radica en Estados Unidos desde 1980. Vivió hasta 2001 en Nueva York, donde fue traductor de español en la Secretaría de las Naciones Unidas. Con Reinaldo Arenas y Juan Abreu integró el Consejo de Dirección de la revista Mariel (1983-1985). Entre sus poemarios publicados cabe destacar El buen peligro (Madrid, 1987), Caverna fiel (Madrid, 1993), En la llanura (Coral Gables, 2001) y El ánimo animal (Coral Gables, 2008). Su libro Obra del fugitivo recibió en 2006 el Premio Internacional de Poesía Luys Santamarina-Ciudad de Cieza, otorgado en Murcia, España. En 2010 se publicó su novela testimonial Cuerpos al borde de una isla; mi salida de Cuba por Mariel. Una compilación de su obra poética, Rondas y presagios, apareció en 2012. Reside en Miami Beach y prepara un volumen de ensayos.

Tuesday, April 11, 2017

Hablar con Miami (por Reinaldo García Ramos)

Nota: Inicio hoy la publicación de tres de los capítulos de la  novela testimonial Cuerpos al borde de una Isla, Mi salida de Cuba por el Mariel (Editorial Silueta, Miami, Tercera Edición: Abril, 2016) de Reinaldo García Ramos. Los tres capítulos, que serán publicados esta semana, no son sucesivos en el libro. 

En estos momentos, el autor está enfrascado en la escritura de la segunda parte o continuación de la novela.

Agradezco a Reinaldo García Ramos, que comparta con los lectores del blog parte de su obra.

 El libro se puede adquirir en Amazon en este enlace
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HABLAR CON MIAMI

La gente que esperaba en la compañía de teléfonos parecía sentirse más o menos esperanzada, a pesar de los rumores de que una cola similar en la oficina de la Western Union había sido atacada a palos y piedras por grupitos de los comités de defensa y por agentes encubiertos.

Aunque los más desconfiados decían que seguro el gobierno iba a infiltrar a algunos de sus agentes en la cola de los teléfonos para fomentar provocaciones que justificaran una intervención de la policía, las personas que estaban alrededor de mí y de Danilo, tanto los que estaban delante como los que llegaron enseguida para “marcar” detrás, intercambiaron comentarios con nosotros en un tono ecuánime, con cierta distensión. La noticia dominante y que iba de boca en boca por aquella enorme cola era que comenzarían a repartir los turnos a las 8 de la noche.

Eran como las 5 y pico, así que había que mantener la calma a toda costa y llenarse de paciencia. Mientras tanto, la cola siguió creciendo y creciendo; nunca llegué a saber hasta dónde llegó. Pero por suerte no fuimos atacados. Estábamos por la Calle Dragones y el escaso tráfico que nos pasaba por el lado disminuía la velocidad ligeramente, para mirarnos a todos con curiosidad y tal vez sopesar en sus mentes la posibilidad de sumarse a la cola para poder llamar a los Estados Unidos, pero nadie nos gritó nada.

Al filo de las 6, aparecieron tres autos patrulleros que se estacionaron junto a la acera opuesta; venían cargados de policías que se bajaron lentamente y cruzaron la calle, se detuvieron para cuchichear entre ellos y luego se esparcieron a lo largo de la cola y empezaron a recorrerla despacio en ambas direcciones, por tramos fijados entre ellos, como si tuvieran la inaudita tarea de “protegernos”. Un poco más tarde llegaron algunos grupos de milicianos que habían venido para cuidar el orden, según se nos dijo. Los milicianos también empezaron a pasearse a lo largo de la cola y a cada rato pasaban muy cerca de nosotros con el estribillo:

─ ¡La cola de uno en fondo, caballeros! ¡De uno en fondo!

La gente trataba de acomodarse más o menos cuando ellos pasaban repitiendo esa orden, pero luego el amontonamiento se restablecía. No era indisciplina caprichosa, sino una sencilla cuestión física. Si en efecto la cola se hubiera estirado de uno en fondo, no había suficiente espacio en la acera de toda la manzana para que todos cupiéramos.

Un poco más avanzada la noche, como la mayor parte de los que estábamos en la cola se estaban sentando de puro cansancio en el primer sitio que encontraran, ya fuesen los escalones de entrada de un edificio o los rebordes de una ventana, los milicianos empezaron a propagar una nueva orden, esta vez con un tono más amenazante:

─ ¡Ciudadanos, hay que hacer la cola de pie! ¡El que esté sentado va preso!

Ante lo cual todo el mundo saltaba como muñecos de cuerda y se quedaba de pie un rato, hasta que el miliciano que había dado la orden doblaba la esquina y desaparecía en su ronda.

Pero todo eso duró poco, porque la cola comenzó a moverse, con puntualidad asombrosa, cuando faltaban pocos minutos para las 8 de la noche. Los ánimos de inmediato cambiaron y las conversaciones subieron ligeramente de tono.

La red de comunicaciones creada espontáneamente entre los que esperábamos funcionó a las mil maravillas. Unos pocos instantes después, la noticia había llegado ya hasta donde estábamos Danilo y yo: era cierto. Estaban dando turnos para hacer llamadas de cuatro minutos de duración al extranjero desde las cabinas habilitadas en la propia sede de la compañía. Daban un solo turno por persona; eran unas tarjeticas donde aparecía una fecha y una hora determinadas, y los primeros casos serían atendidos a partir del día siguiente. De repente fue como si la cola en pleno se hubiera puesto a cantar el aleluya con los labios cerrados.

No fue una falsa alarma, pero el entusiasmo pasó pronto. Al cabo de un rato nos dimos cuenta de que la cola estaba caminando muy despacio, como si todos padeciéramos de artritis, y perdimos las esperanzas de podernos ir dentro de un tiempo prudencial a dormir en nuestras casas. Por lo que se podía observar, íbamos a tener que pasar la noche allí.

Pasaron más de siete horas. Danilo y yo llegamos a la puerta de la compañía cuando ya eran más de las 3 de la madrugada. Nos dieron a cada uno un turno. Las llamadas debían efectuarse desde las cabinas de la sede telefónica tres días después, exactamente a las 9 de la noche. Y de nuevo se nos advirtió que las comunicaciones con Estados Unidos estaban limitadas a cuatro minutos por llamada. Pero salí de allí con cierta convicción triunfante: ya por lo menos estaba seguro de que iba a poder hablar con Miami.

Y hablar con Miami, con mi tía Pilar, era lo más importante de la vida en esos momentos.


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REINALDO GARCÍA RAMOS (Cienfuegos, Cuba) radica en Estados Unidos desde 1980. Vivió hasta 2001 en Nueva York, donde fue traductor de español en la Secretaría de las Naciones Unidas. Con Reinaldo Arenas y Juan Abreu integró el Consejo de Dirección de la revista Mariel (1983-1985). Entre sus poemarios publicados cabe destacar El buen peligro (Madrid, 1987), Caverna fiel (Madrid, 1993), En la llanura (Coral Gables, 2001) y El ánimo animal (Coral Gables, 2008). Su libro Obra del fugitivo recibió en 2006 el Premio Internacional de Poesía Luys Santamarina-Ciudad de Cieza, otorgado en Murcia, España. En 2010 se publicó su novela testimonial Cuerpos al borde de una isla; mi salida de Cuba por Mariel. Una compilación de su obra poética, Rondas y presagios, apareció en 2012. Reside en Miami Beach y prepara un volumen de ensayos.
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