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Wednesday, August 28, 2024

Recuerdos de la Biblioteca Diocesana de Camagüey. (por Carlos A. Peón-Casas)

Foto tomada del website
La Iglesia Católica en Camagüey
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Mis lectores sabrán perdonar este improntu del cronista al referirse en tono abreviado a la que fuera para mí espacio inolvidable de labor por tres décadas en mis nativos lares camagüeyanos.

Los más informados habrán ya intuido que refiero a la emblemática Biblioteca Diocesana de Camagüey, aquel noble y necesario proyecto, obra incuestionable de un visionario pastor y hombre de cultura sin par, nuestro inolvidable arzobispo Monseñor Adolfo Rodríguez Herrera, quien promovería su andadura en la Diócesis Camagüeyana, a mediados de los años 90 del recién pasado siglo XX, y que desde entonces fuera creada en la Casa Diocesana de la Merced.

Desde el año 1997 comencé faenas allí junto al hermano de fe y de amistad en circunstancias bien probadas, Joaquín Estrada Montalván quien para entonces fungía como su Director o Responsable.

El entonces corto espacio de aquel scriptorium se ubicaba justo a la entrada de la ya mentada Casa Diocesana, accediendo directamente desde la Plaza de la Merced.

Muchos recordarán ese mítico y acogedor resguardo para tantas inclemencias no necesariamente “atmosféricas”, un reducto donde la paz del cuerpo y el alma encontraban especial acomodo.

Un poco después asumiría las funciones de Responsable y me tocaría en un minuto posterior (junio de 2000), mudar aquel primigenio espacio a otro ya concebido para albergar definitivamente la Biblioteca.

Las labores constructivas ingentes y muy cuidadosas estuvieron a cargo del entonces Rector de la Casa Diocesana el padre Willy Pino, hoy Arzobispo de Camagüey. Esta vez la ubicación correspondería al que ocupara por muchas décadas la sacristía del templo de La Merced.

En aquel espacio transcurrieron dos décadas de mi vida de servicio, allí vi aumentar exponencialmente la cantidad de libros del amplísimo catálogo ya de por sí crecidos y valiosos a la hora de la mudada. Allí sin dudas, viví una experiencia inolvidable que me acompañara para siempre.

De aquellos años ya en la distancia comparto hoy con el lector una bonita anécdota que involucra a nuestro inolvidable monseñor Adolfo Rodríguez, ya citado, el artífice indiscutido de aquel nuevo espacio, y velador insomne de aquel caudal de fe y cultura que tanto bien ha hecho a nuestra iglesia local, y que es sin dudas una parte indeleble de su inmenso legado como primer Arzobispo de la Arquidiócesis camagüeyana.

Monseñor, como con cariño lo recordamos muchos de quienes tuvimos la suerte enorme de ser parte de sus cuidados y afectos, solía enviar algunas pequeñas notas o memorandos acompañando el envío de cualquier nuevo tesoro bibliográfico, muchas y tantas veces regalos expresos a su dignisima persona, y que luego de revisar con sumo cuidado, no vacilaba en compartirnos.

Igual, muchas de aquellas breves notas eran valiosisimas y atinadas sugerencias para la persona del cuidador, que en mi humilde caso, recibía con tanto gusto y que no vacilaba en hacer realidad, y de paso conservaba aquellas breves esquelas como un signo inefable de su cariño y como muy sentida memoria suya.

La que ahora comparto con el curioso lector es de esas últimas, encontrada al azar entre la papelería que dejé detrás, y aunque atino a datarla, con precisión pudiera corresponder a la primera década de existencia del local.

El motivo queda claro en la letra bien cuidada del Arzobispo: avisarme de no dejar de pedir sugerencias de nuevos títulos, temáticas y contenidos, a un ilustre visitante que estuvo de paso por la Diócesis: el reconocido padre Segundo Galilea, autor de prestigio en temas de Espiritualidad, y de quien ya conservábamos algunas de sus obras.

De más queda decir que el Padre Galilea nos cumplimentó con su bondadosa sapiencia la encomienda de nuestro arzobispo, y se regocijo de paso con la contemplación de sus libros más buscados entre los títulos más demandados de la Diocesana.

Dejo al lector ahora disfrutar de esta exquisita memorabilia, del inolvidable Monseñor Adolfo nuestro pastor y amigo, que sin dudas desde el Cielo, y en fama de Santidad, nos sigue acompañando.





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Wednesday, August 7, 2024

Las campanas silentes de la Soledad (por Carlos A. Peón-Casas)

Iglesia La Soledad. Año 1905.
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Iglesia La Soledad. Año 1915
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El hermoso templo dieciochesco de Nuestra Señora de la Soledad en ese proverbial y añorado entramado Puerto Príncipeño, fue dotado en un minuto del recién estrenado siglo XX por unas campanas que nunca sonaron.

La mudez fue proverbial ante el deseo ardiente de los agramontinos acostumbrados a aquella innumerable algarabía de tanto bronces sonoros desde los realzados campanarios en tan corto espacio citadino.

A las campanas aludidas regaladas a la ciudad, y a la prominente Iglesia de la Soledad, por un prohombre de señaladas proezas: William Van Horne, quien trajera a la otrora villa las paralelas del primer ferrocarril nacional, y se avecinara finalmente a la orilla del Hatibonico, les faltaron un mecanismo o aditamento para hacerlas repicar, que las hizo mudas para siempre.

La historiadora norteamericana Irene Wright nos legaría su versión de los hechos en una elocuente y deliciosa crónica con motivo de una visita suya a la otrora ciudad del Príncipe:
Sir William, según entendí, no se había negado, y muy pronto se recibió un gran embalaje cuyo destinatario era la Iglesia de La Soledad. Al desempaquetarlo, aparecieron a la vista unas espléndidas campanas, regalo de Sir William(…) Las campanas habían costado unos cuantos miles de dólares; son sin duda de última generación, maravillosas y de sonido muy dulce, pero nadie podía hacerlas sonar. La Merced alardea de su pintura exterior, la Soledad no está conforme con sus campanas silentes. Se le había pedido a Sir William que mandara quien pudiera hacerse cargo del asunto pero nadie vino finalmente a componerlas (….)(1)
Pasaron los años, y un águila sobre el mar, y el imponente campanario de la Soledad acomoda aún a las portentosas campanas en su mudez grandilocuente.

Aunque si este escribidor no puede recordarlo mejor, la razón de la mudez pudo haber sido otra, más conectada con la integridad de la torre campanario, y los efectos físicos de la inevitable resonancia que el potente tañido de las susodichas pudiera generar, amenazando la estructura que celosamente las alberga.

Tan preclara afirmación se la escucho o creyó escucharle este cronista al eminente historiador eclesial del Camagüey y cuidador celoso por década de los valiosos libros parroquiales de la Soledad, el entrañable Enrique Palacios.

Y como se dice con toda justeza en buen italiano:  se non è vero, è ben trovato.




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Monday, August 5, 2024

Francisco promueve la lectura



CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO SOBRE EL PAPEL DE LA LITERATURA EN LA FORMACIÓN


1. Al inicio había pensado escribir un título que se refiriera a la formación sacerdotal, pero luego pensé que, de manera similar, estas cosas pueden decirse de la formación de todos los agentes de pastoral, así como de cualquier cristiano. Me refiero a la importancia que tiene la lectura de novelas y poemas en el camino de la maduración personal.

2. Con frecuencia, entre el aburrimiento de las vacaciones, el calor y la soledad de los barrios desolados, encontrar un buen libro de lectura llega a ser como un oasis que nos aleja de otras actividades que no nos hacen bien. Tampoco faltan los momentos de cansancio, de rabia, de decepción, de fracaso, y cuando ni siquiera en la oración conseguimos encontrar la quietud del alma, un buen libro, al menos, nos ayuda a ir sobrellevando la tormenta, hasta que consigamos tener un poco más de serenidad. Puede ser que esa lectura consiga abrir en nosotros nuevos espacios de interiorización que eviten que nos encerremos en esas anómalas ideas obsesivas que nos acechan irremediablemente. Antes de la llegada omnipresente de los medios de comunicación, redes sociales, teléfonos móviles y otros dispositivos, la lectura era una experiencia frecuente, y quienes la han vivido saben de lo que hablo. No es algo pasado de moda.

3. A diferencia de los medios audiovisuales, donde el contenido en sí es más completo, y el margen y el tiempo para “enriquecer” la narración o interpretarla suelen ser reducidos, en la lectura de un libro, el lector es mucho más activo. En cierta forma él reescribe la obra, la amplía con su imaginación, crea su mundo, utiliza sus habilidades, su memoria, sus sueños, su propia historia llena de dramatismo y simbolismo, y de este modo lo que resulta es una obra muy distinta de la que el autor pretendía escribir. Una obra literaria es, pues, un texto vivo y siempre fecundo, capaz de volver a hablar de muchas maneras y de producir una síntesis original en cada lector que encuentra. Al leer, el lector se enriquece con lo que recibe del autor, pero esto le permite al mismo tiempo hacer brotar la riqueza de su propia persona, de modo que cada nueva obra que lee renueva y amplía su universo personal.

4. Esto me lleva a valorar de modo muy positivo el hecho de que, al menos en algunos Seminarios, se logre abandonar la obsesión por las pantallas —y por las venenosas, superficiales y violentas noticias falsas— y se dedique tiempo a la literatura, a los momentos de lectura serena y libre, a hablar de esos libros, nuevos o viejos, que tanto nos siguen contando. Pero, en general, hay que constatar con pesar que, en el proceso formativo de quienes se preparan al ministerio ordenado, la atención a la literatura no encuentra actualmente un lugar conveniente. De hecho, ésta se considera a menudo como una forma de entretenimiento, es decir, como una expresión poco relevante de la cultura que no pertenece al camino de preparación y, por tanto, a la experiencia pastoral concreta de los futuros sacerdotes. Salvo pocas excepciones, la atención a la literatura se considera como algo no esencial. A este respecto, quisiera afirmar que este enfoque no es bueno. Es el origen de una forma de grave empobrecimiento intelectual y espiritual de los futuros sacerdotes, que se ven así privados de tener un acceso privilegiado al corazón de la cultura humana y más concretamente al corazón del ser humano, a través de la literatura.

5. Con este mensaje, quisiera proponer un cambio radical acerca de la atención que debe darse a la literatura en el contexto de la formación de los candidatos al sacerdocio. A este respecto, me parece muy apropiado lo que dice un teólogo:

«La literatura [...] surge de la persona en lo que ésta tiene de más irreductible, en su misterio [...]. Es la vida, que toma conciencia de sí misma cuando alcanza la plenitud de la expresión, apelando a todos los recursos del lenguaje». [1]

6. Así pues, la literatura tiene que ver, de un modo u otro, con lo que cada uno de nosotros busca en la vida, ya que entra en íntima relación con nuestra existencia concreta, con sus tensiones esenciales, su deseos y significados.

7. Esto lo aprendí desde joven, con mis estudiantes. Entre el 1964 y 1965, con 28 años, fui profesor de literatura en Santa Fe, en un colegio jesuita. Enseñaba los dos últimos años de bachillerato y tenía que asegurarme de que mis alumnos estudiaran El Cid. Pero a los chicos no les gustaba. Pedían leer a García Lorca. Así que decidí que estudiarían El Cid en casa, y durante las clases trataría a los autores que más les gustaban a los chicos. Por supuesto, ellos querían leer obras literarias contemporáneas. Pero a medida que leían esas cosas que les atraían en ese momento, fueron teniendo un gusto más general por la literatura, por la poesía, para luego pasar a otros autores. En definitiva, el corazón sigue buscando, y cada uno encuentra su propio camino en la literatura. [2] A mí, por ejemplo, me encantan los artistas trágicos, porque todos podríamos sentir sus obras como propias, como expresión de nuestros propios dramas. Llorando por el destino de los personajes, lloramos en el fondo por nosotros mismos y nuestro propio vacío, nuestras propias carencias, nuestra propia soledad. Por supuesto, no les pido que lean lo mismo que yo he leído. Cada cual encontrará aquellos libros que digan algo a su propia vida y se conviertan en verdaderos compañeros de viaje. No hay nada más contraproducente que leer algo por obligación, haciendo un esfuerzo considerable sólo porque otros han dicho que es imprescindible. No, debemos seleccionar nuestras lecturas con disponibilidad, sorpresa, flexibilidad, dejándonos aconsejar, pero también con sinceridad, tratando de encontrar lo que necesitamos en cada momento de nuestra vida.

Fe y cultura

8. Por otra parte, para un creyente que quiera sinceramente entrar en diálogo con la cultura de su tiempo, o simplemente con la vida de personas concretas, la literatura se hace indispensable. Con razón, el Concilio Vaticano II afirma que «la literatura y el arte [...] se proponen expresar la naturaleza propia del hombre» y «presentar claramente las miserias y las alegrías de los hombres, sus necesidades y sus capacidades». [3] En efecto, la literatura se inspira en la cotidianidad de la vida, en sus pasiones y en sus propias experiencias, como «la acción, el trabajo, el amor, la muerte y todas las pequeñas grandes cosas que llenan la vida». [4]

9. ¿Cómo podemos penetrar en el corazón de las culturas, las antiguas y las nuevas, si ignoramos, desechamos y/o silenciamos sus símbolos, mensajes, creaciones y narraciones con los que plasmaron y quisieron revelar y evocar sus más bellas hazañas y los ideales más bellos, así como también sus actos violentos, miedos y pasiones más profundos? ¿Cómo hablar al corazón de los hombres si ignoramos, relegamos o no valoramos “esas palabras” con las que quisieron manifestar y, por qué no, revelar el drama de su propio vivir y sentir a través de novelas y poemas?

10. La misión de la Iglesia ha sabido desplegar toda su belleza, frescura y novedad en el encuentro con las diversas culturas —muchas veces gracias a la literatura— en las que ha echado raíces sin miedo a arriesgarse y a extraer de ellas lo mejor que ha encontrado. Es una actitud que la ha librado de la tentación de un solipsismo ensordecedor y fundamentalista que consiste en creer que sólo una específica gramática histórico-cultural tiene la capacidad de expresar toda la riqueza y profundidad del Evangelio. [5] Muchas de las profecías catastrofistas que hoy intentan sembrar la desesperanza, tienen su origen precisamente en este aspecto. El contacto con diferentes estilos literarios y gramaticales siempre nos permitirá profundizar en la polifonía de la Revelación, sin reducirla o empobrecerla a las propias necesidades históricas o a las propias estructuras mentales.

11. No es, pues, casualidad que el cristianismo primitivo, por ejemplo, haya percibido bien la necesidad de una estrecha confrontación con la cultura clásica de la época. Un padre de la Iglesia oriental como Basilio de Cesarea, por ejemplo, en su Discurso a los jóvenes, escrito entre los años 370 y 375, que probablemente dirigió a sus sobrinos, ensalzaba la belleza de la literatura clásica —producida por los éxothen (“los de fuera”) como él llamaba a los autores paganos— tanto en la argumentación, es decir, en los lógoi (“discursos”) que se utilizaban en la teología y la exégesis, como en el propio testimonio de vida, es decir, en los práxeis (“actos, comportamientos”) que se debían considerar en la ascética y la moral. Y concluía exhortando a los jóvenes cristianos a considerar a los clásicos como un ephódion (“viático”) para la propia educación y formación, obteniendo de ellos “provecho para el alma” (IV, 8-9). Y precisamente de ese encuentro del acontecimiento cristiano con la cultura de la época surgió una original reelaboración del anuncio evangélico.

12. Gracias al discernimiento evangélico de la cultura, es posible reconocer la presencia del Espíritu en la multiforme realidad humana, es decir, es posible captar la semilla ya plantada de la presencia del Espíritu en los acontecimientos, sensibilidades, deseos y tensiones profundas de los corazones y de los contextos sociales, culturales y espirituales. Por ejemplo, en los Hechos de los Apóstoles, donde se menciona la presencia de Pablo en el Areópago (cf. Hch 17,16-34), podemos reconocer un planteamiento similar. Pablo, hablando de Dios, afirma: «En efecto, en él vivimos, nos movemos y existimos, como muy bien lo dijeron algunos poetas de ustedes: “Nosotros somos también de su raza”» ( Hch 17,28). En este versículo encontramos dos citas: una indirecta en la primera parte, que cita al poeta Epiménides (s. VI a.C.), y otra directa, que cita los Phaenomena del poeta Arato de Silo (s. III a.C.), que versa sobre las constelaciones y los signos del buen y mal tiempo. Aquí, «Pablo se revela como “lector” de poesía y deja intuir su manera de acercarse al texto literario que no puede dejarnos sin reflexionar sobre un discernimiento evangélico de la cultura. Los atenienses lo definieron como spermologos, es decir, “cuervo, parlanchín, charlatán”, pero literalmente “recolector de semillas”. Aquello que sin duda era un insulto, parece, paradójicamente, una profunda verdad. Pablo recoge las semillas de la poesía pagana y, superando una actitud anterior de profunda indignación (cf. Hch 17,16), llega a reconocer a los atenienses como “muy religiosos” y ve en aquellas páginas de su literatura clásica una verdadera preparatio evangelica». [6]

13. ¿Qué es lo que hizo Pablo? Él comprendió que «la literatura descubre los abismos que habitan en el hombre, mientras que la revelación, y luego la teología, los remontan para mostrar cómo Cristo viene a atravesarlos e iluminarlos». [7] En la dirección de estos abismos, la literatura es, pues, una «vía de acceso» [8] que ayuda al pastor a entrar en un diálogo fecundo con la cultura de su tiempo.

Jamás un Cristo sin carne

14. Antes de profundizar en las razones específicas por las cuales hay que promover la atención a la literatura en el camino de formación de los futuros sacerdotes, permítanme hacer alusión a un pensamiento sobre el contexto religioso actual: «La vuelta a lo sagrado y las búsquedas espirituales que caracterizan a nuestra época son fenómenos ambiguos. Más que el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne». [9] Por lo tanto, la urgente tarea de anunciar el Evangelio en nuestro tiempo requiere de los creyentes y particularmente de los sacerdotes, el compromiso de que todos puedan encontrarse con un Jesucristo hecho carne, hecho hombre, hecho historia. Debemos cuidar que nunca se pierda de vista la “carne” de Jesucristo; esa carne hecha de pasiones, emociones, sentimientos, relatos concretos, manos que tocan y sanan, miradas que liberan y animan; de hospitalidad, perdón, indignación, valor, arrojo. En una palabra, de amor.

15. Y es precisamente en este ámbito que una asidua frecuencia de la literatura puede hacer a los futuros sacerdotes y a todos los agentes pastorales más sensibles aún a la plena humanidad del Señor Jesús, en la que se expande plenamente su divinidad, y anunciar el Evangelio de tal modo que todos, realmente todos, puedan experimentar qué verdadero es lo que dice el Concilio Vaticano II: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado». [10] Esto no significa el misterio de una realidad abstracta, sino el misterio de ese ser humano concreto, con todas las heridas, deseos, recuerdos y esperanzas de su vida.

Un gran bien

16. Desde un punto de vista pragmático, muchos científicos sostienen que el hábito de la lectura produce efectos muy positivos en la vida de la persona; la ayuda a adquirir un vocabulario más amplio y, por consiguiente, a desarrollar diversos aspectos de su inteligencia. También estimula la imaginación y la creatividad. Al mismo tiempo, esto permite aprender a expresar los propios relatos de una manera más rica. Además, mejora la capacidad de concentración, reduce los niveles de deterioro cognitivo, calma el estrés y la ansiedad.

17. Mejor aún: nos prepara para comprender y, por tanto, para afrontar las diferentes situaciones que pueden presentarse en la vida. En la lectura nos zambullimos en los personajes, en las preocupaciones, en los dramas, en los peligros, en los miedos de las personas que finalmente han superado los desafíos de la vida, o quizás durante la lectura damos consejos a los personajes que después nos servirán a nosotros mismos.

18. En el intento de seguir animando a la lectura, cito con gusto algunos textos de autores muy conocidos, que nos enseñan mucho con pocas palabras.

Las novelas desencadenan en nosotros, «por una hora, todas las dichas y desventuras posibles, de esas que en la vida tardaríamos muchos años en conocer unas cuantas, y las más intensas de las cuales se nos escaparían, porque la lentitud con que se producen nos impide percibirlas». [11]

«Al leer buena literatura me convierto en un millar de hombres y sigo siendo yo mismo. Como el cielo nocturno del poema griego, veo con miles de ojos, pero sigo siendo yo quien ve. Entonces, como en la fe, en el amor, en acción moral y en conocimiento; me trasciendo a mí mismo, nunca realmente soy más yo que cuando lo hago». [12]

19. De todos modos, mi intención no es detenerme solamente en este nivel de utilidad personal, sino reflexionar sobre las razones más decisivas para despertar el amor por la lectura.

Escuchar la voz de alguien

20. Cuando pienso en la literatura, me viene a la mente lo que el gran escritor argentino Jorge Luis Borges [13] decía a sus estudiantes: lo más importante es leer, entrar en contacto directo con la literatura, sumergirse en el texto vivo que tenemos delante, más que fijarse en las ideas y en los comentarios críticos. Y Borges explicaba esta idea a sus estudiantes diciéndoles que quizás al comienzo iban a entender poco de lo que estaban leyendo, pero que en todo caso habrían escuchado “la voz de alguien”. Esta es una definición de literatura que me gusta mucho: escuchar la voz de alguien. Y no nos olvidemos qué peligroso es dejar de escuchar la voz de otro que nos interpela. Caemos rápidamente en el aislamiento, entramos en una especie de sordera “espiritual”, que incide negativamente también en la relación con nosotros mismos y en la relación con Dios, más allá de cuanta teología o psicología hayamos podido estudiar.

21. Recorriendo este camino, que nos vuelve sensibles al misterio de los otros, la literatura hace que aprendamos a tocar sus corazones. ¿Cómo no recordar en este tema las valientes palabras que san Pablo VI dirigió a los artistas y, por lo tanto, a los escritores, el 7 de mayo de 1964? Decía: «Tenemos necesidad de vosotros. Nuestro ministerio tiene necesidad de vuestra colaboración. Pues, como sabéis, nuestro ministerio es el de predicar y hacer accesible y comprensible, más aún, emotivo, el mundo del espíritu, de lo invisible, de lo inefable, de Dios. Y en esta operación que trasvasa el mundo invisible en fórmulas accesibles, inteligibles, vosotros sois maestros» [14]. Esta es la cuestión: la tarea de los creyentes, y en particular de los sacerdotes, es precisamente “tocar” el corazón del ser humano contemporáneo para que se conmueva y se abra ante el anuncio del Señor Jesús y, en este esfuerzo, la contribución que la literatura y la poesía pueden ofrecer es de un valor inigualable.

22. T.S. Eliot, el poeta a quien el espíritu cristiano le debe obras literarias que han marcado la contemporaneidad, ha definido justamente la crisis religiosa moderna como una crisis con una “incapacidad emotiva” [15] generalizada. A la luz de esta lectura de la realidad, hoy el problema de la fe no es en primera instancia el de creer más o creer menos en las proposiciones doctrinales. Está más bien relacionado con la incapacidad de muchos para emocionarse ante Dios, ante su creación, ante los otros seres humanos. Se plantea aquí, por tanto, la tarea de sanar y enriquecer nuestra sensibilidad. Por eso, al regresar del Viaje Apostólico en Japón, cuando me preguntaron qué ha de aprender Occidente de Oriente, respondí: «creo que Occidente carece de un poco de poesía» [16].

Una forma de ejercicio del discernimiento

23. ¿Qué obtiene entonces el sacerdote de este contacto con la literatura? ¿Por qué es necesario considerar y promover la lectura de las grandes obras literarias como un elemento importante de la paideia sacerdotal? ¿Por qué es importante recuperar e implementar en el itinerario formativo de los candidatos al sacerdocio la intuición, delineada por el teólogo Karl Rahner, de una afinidad espiritual profunda entre sacerdote y poeta? [17]

24. Intentemos responder a estos interrogantes escuchando las consideraciones del teólogo alemán. [18] Las palabras del poeta, escribe Rahner, son “palabras de anhelo”, son «puertas abiertas a lo infinito, sin medida. Llaman lo innominado, se alargan a lo inasible. […] La abertura al infinito que es el arte no puede dar lo infinito, el Infinito». De hecho, esto es propio de la Palabra de Dios, y —prosigue Rahner— «la palabra poética llama a la Palabra de Dios». [19] Para los cristianos la Palabra de Dios y todas las palabras humanas dejan el rastro de una intrínseca nostalgia de Dios, tendiendo hacia esa Palabra. Se puede decir que la palabra verdaderamente poética participa analógicamente de la Palabra de Dios, como nos la presenta de manera sobrecogedora la Carta a los Hebreos (cf. Hb 4,12-13).

25. De este modo, Karl Rahner puede establecer un hermoso paralelismo entre el sacerdote y el poeta: «Sólo ella puede redimir lo que constituye la última cárcel de las realidades no dichas, la mudez de su referencia a Dios». [20]

26. En la literatura también están en juego cuestiones de forma de expresión y de sentido. Esta representa por tanto una forma de ejercicio de discernimiento, que afina las capacidades sapienciales de escrutinio interior y exterior del futuro sacerdote. El lugar en el que se abre esta vía de acceso a la propia verdad es la interioridad del lector, implicado directamente en el proceso de la lectura. Así, por tanto, se despliega el escenario del discernimiento espiritual personal, donde no faltarán las angustias e incluso las crisis. Son numerosas, en efecto, las páginas literarias que pueden responder a la definición ignaciana de «desolación».

27. «Llamo desolación […] la oscuridad del ánima, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor». [21]

28. El dolor o el tedio que se experimentan al leer ciertos textos no son necesariamente malos o sensaciones inútiles. El mismo Ignacio de Loyola había notado que en «los que proceden de mal en peor» el buen espíritu actúa provocando inquietud, agitación, insatisfacción. [22] Esta sería la aplicación literal de la primera regla ignaciana del discernimiento de espíritus, reservada a los que «van de pecado mortal en pecado mortal»; en tales personas el buen espíritu se comporta «punzándoles y remordiéndoles las conciencias por el sindérese de la razón» [23] para conducirlas al bien y a la belleza.

29. Se comprende así que el lector no es el destinatario de un mensaje edificante, sino una persona que está inducida activamente a adentrarse en un terreno poco seguro, donde los confines entre salvación y perdición no están definidos y separados a priori. El ejercicio de la lectura es, entonces, como un ejercicio de “discernimiento”, gracias al cual el lector está implicado en primera persona como “sujeto” de lectura y, al mismo tiempo, como “objeto” de lo que lee. Leyendo una novela o una obra poética, en realidad el lector vive la experiencia de “ser leído” por las palabras que lee. [24] Así el lector es semejante a un jugador en el campo; juega y al mismo tiempo el juego se hace por medio suyo, en el sentido de que él está totalmente involucrado en lo que realiza. [25]

Atención y digestión

30. En cuanto al contenido, se debe reconocer que la literatura es como “un telescopio” —según la célebre imagen acuñada por Proust [26]— enfocado en los seres y en las cosas, imprescindible para concentrarse en “la gran distancia” que lo cotidiano traza entre nuestra percepción y el conjunto de la experiencia humana. «La literatura es como un laboratorio fotográfico, en el que es posible elaborar las imágenes de la vida», [27] a fin de que descubran sus delimitaciones y matices. Esto es para lo que “sirve” la literatura, para “desarrollar” las imágenes de la vida, para preguntarnos sobre su significado. En pocas palabras, sirve para hacer eficazmente experiencia de vida.

31. A decir verdad, nuestra visión ordinaria del mundo está de algún modo “reducida” y limitada por la presión que ejercen en nuestro actuar los propósitos operativos e inmediatos. Incluso el servicio —cultual, pastoral, caritativo— puede volverse un imperativo que oriente nuestra fuerza y atención sólo en los objetivos que hay que alcanzar. Sin embargo, como nos recuerda Jesús en la parábola del sembrador, la semilla necesita caer en un terreno profundo para madurar fecundamente con el tiempo, sin ser sofocada por la superficialidad o por las espinas (cf. Mt 13,18-23). Así, el riesgo consiste en caer en un eficientismo que banaliza el discernimiento, empobrece la sensibilidad y reduce la complejidad. Por eso es necesario y urgente contrarrestar esta inevitable aceleración y simplificación de nuestra vida cotidiana, aprendiendo a tomar distancia de lo inmediato, a desacelerar, a contemplar y a escuchar. Esto es posible cuando una persona se detiene a leer un libro por el gusto de hacerlo.

32. Es necesario recuperar modos acogedores de relacionarnos con la realidad, no estratégicos ni orientados directamente a un resultado, en los que sea posible dejar aflorar el desbordamiento infinito del ser. Distancia, lentitud y libertad son rasgos de una aproximación a la realidad que encuentra en la literatura una forma de expresión no exclusiva, sino privilegiada. En este sentido, la literatura se vuelve un gimnasio en el que se entrena la mirada para buscar y explorar la verdad de las personas y de las situaciones como misterio, como una carga de un exceso de sentido, que sólo puede ser parcialmente manifestada en categorías, en esquemas explicativos, en dinámicas lineares de causa-efecto y medio-fin.

33. Otra hermosa imagen para hablar del rol de la literatura viene de la fisiología, del aparato humano y, en particular, del acto de la digestión. La ruminatio de la vaca es su modelo, como afirmaban el monje Guillaume de Saint-Thierry, del siglo XI, y el jesuita Jean-Joseph Surin, del siglo XVII. Este último habla también del “estómago del alma” y el jesuita Michel De Certeau señaló una verdadera “fisiología de la lectura digestiva”. [28] Efectivamente, la literatura expresa nuestra presencia en el mundo, lo asimila y lo “digiere”, captando lo que va más allá de la superficie de la experiencia; sirve entonces para interpretar la vida, discerniendo sus significados y tensiones fundamentales. [29]

Ver a través de los ojos de los demás

34. En cuanto a la forma del discurso, pasa lo siguiente: leyendo un texto literario, nos ponemos en la condición de «ver también por otros ojos», [30] ampliando la perspectiva que expande nuestra humanidad. De este modo, se activa en nosotros el empático poder de la imaginación, que es un vehículo fundamental para esa capacidad de identificarse con el punto de vista, la condición y el sentimiento de los demás, sin la cual no existe la solidaridad ni se comparte, no hay compasión ni misericordia. Leyendo descubrimos que lo que sentimos no es sólo nuestro, es universal, y de este modo, ni siquiera la persona más abandonada se siente sola.

35. La diversidad maravillosa del ser humano y la pluralidad diacrónica y sincrónica de culturas y saberes se configuran en la literatura con un lenguaje capaz de respetarlas y expresar su variedad, pero, al mismo tiempo, se traducen en una gramática simbólica del sentido que nos las hace, no extrañas, sino inteligibles y compartidas. La originalidad de la palabra literaria está en el hecho de que expresa y transmite la riqueza de la experiencia sin objetivarla en la representación descriptiva del saber analítico o en el examen normativo del juicio crítico, sino como contenido del esfuerzo de la expresión e interpretación que buscan dar sentido a la experiencia en cuestión.

36. Cuando se lee un relato, gracias a la visión del autor, cada quien imagina a su modo el llanto de una joven abandonada, la anciana cubriendo el cuerpo de su nieto dormido, la pasión de un pequeño emprendedor que trata de salir adelante a pesar de las dificultades, la humillación de quien se siente criticado por todos, el joven que sueña en una vida miserable y violenta como única salida al dolor. A medida que identificamos rastros de nuestro mundo interior en medio de esas historias, nos volvemos más sensibles frente a las experiencias de los demás, salimos de nosotros mismos para entrar en lo profundo de su interior, podemos entender un poco más sus fatigas y deseos, vemos la realidad con sus ojos y finalmente nos volvemos sus compañeros de camino. De este modo, nos sumergimos en la existencia concreta e interior del verdulero, de la prostituta, del niño que crece sin padres, de la esposa del albañil, de la viejita que aún cree que encontrará su príncipe azul. Y esto lo podemos hacer con empatía y, a veces, con tolerancia y comprensión.

37. Jean Cocteau escribió a Jacques Maritain: «la literatura es imposible. Es necesario salir de uno a través de la literatura; sólo el amor y la fe nos permiten salir de nosotros mismos». [31]Pero, ¿en verdad salimos de nosotros mismos si no arden en el corazón los sufrimientos y alegrías de los demás? Prefiero pensar que, siendo cristianos, nada que sea humano nos es indiferente.

38. Asimismo, la literatura no es relativista, porque no nos despoja de criterios de valor. La representación simbólica del bien y del mal, de lo verdadero y lo falso, como dimensiones que en la literatura toman forma de existencias individuales y de acontecimientos históricos colectivos, no neutraliza el juicio moral, sino que le impide que se vuelva ciego o superficialmente condenatorio. Jesús nos interpela: «¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?»(Mt 7,3).

39. Y al contemplar la violencia, limitación o fragilidad de los demás tenemos la posibilidad de reflexionar mejor sobre la nuestra. Al abrir al lector a una visión amplia de la riqueza y la miseria de la experiencia humana, la literatura educa su mirada a la lentitud de la comprensión, a la humildad de la no simplificación y a la mansedumbre de no pretender controlar la realidad y la condición humana a través del juicio. Es cierto que es necesario el juicio, pero nunca hay que olvidar su alcance limitado; en efecto, este nunca debe desembocar en una condena a muerte, en una eliminación, en la supresión de la humanidad en beneficio de una árida absolutización de la ley.

40. La mirada de la literatura forma al lector en la descentralización, en el sentido del límite, en la renuncia al dominio, cognitivo y crítico, en la experiencia, enseñándole una pobreza que es fuente de extraordinaria riqueza. Al reconocer la inutilidad y quizá también la imposibilidad de reducir el misterio del mundo y el ser humano a una antinómica polaridad de verdadero/falso o justo/injusto, el lector acoge el deber del juicio no como un instrumento de dominio sino como un impulso hacia la escucha incesante y como disponibilidad para ponerse en juego en esa extraordinaria riqueza de la historia debida a la presencia del Espíritu, que se da también como gracia; es decir, como acontecimiento imprevisible e incomprensible que no depende de la acción humana, sino que redefine al ser humano como esperanza de salvación.

El poder espiritual de la literatura

41. Confío en haber puesto de manifiesto, en estas breves reflexiones, el papel que la literatura puede desarrollar educando el corazón y la mente del pastor o del futuro pastor en la dirección de un ejercicio libre y humilde de la propia racionalidad, de un reconocimiento fecundo del pluralismo de los lenguajes humanos, de una extensión de la propia sensibilidad humana y, en conclusión, de una gran apertura espiritual para escuchar la Voz a través de tantas voces.

42. En este sentido la literatura ayuda al lector a destruir los ídolos de los lenguajes autorreferenciales, falsamente autosuficientes, estáticamente convencionales, que a veces corren el riesgo de contaminar también el discurso eclesial, aprisionando la libertad de la Palabra. La palabra literaria pone en movimiento el lenguaje, lo libera y lo purifica; en definitiva, lo abre a las propias ulteriores posibilidades expresivas y explorativas, lo hace capaz de albergar la Palabra que se instala en la palabra humana, no cuando esa se autocomprende como saber ya completo, definitivo y acabado, sino cuando se convierte en vigilante escucha y espera de Aquel que viene para “hacer nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21,5).

43. El poder espiritual de la literatura evoca, por último, la tarea primordial confiada al hombre por Dios, la labor de “dar nombre” a los seres y a las cosas (cf. Gn 2,19-20). La misión de custodiar la creación, asignada por Dios a Adán, pasa en primer lugar por el reconocimiento de la realidad propia y del sentido que tiene la existencia de los otros seres. El sacerdote también está investido de este papel originario de “poner nombre”, de dar sentido, de hacerse instrumento de comunión entre la creación y la Palabra hecha carne, y del poder de iluminación de cualquier aspecto de la condición humana.

44. De esa manera, la afinidad entre el sacerdote y el poeta se manifiesta en esta misteriosa e indisoluble unión sacramental entre la Palabra divina y la palabra humana, dando vida a un ministerio que se convierte en servicio pleno de escucha y de compasión, a un carisma que se hace responsabilidad, a una visión de la verdad y del bien que se abren como belleza. No podemos renunciar a escuchar las palabras que nos ha dejado el poeta Paul Celan: «Quien realmente aprende a ver se acerca a lo invisible». [32]

Dado en Roma, junto a San Juan de Letrán, el 17 de julio del año 2024, décimo segundo de mi Pontificado.

FRANCISCO



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[1] R. Latourelle, voz «Literatura», en R. Latourelle - R. Fisichella, Diccionario de Teología Fundamental, San Pablo, Madrid 1992, 830.

[2] Cf. A. Spadaro, «J. M. Bergoglio, il “maestrillo” creativo. Intervista all’alunno Jorge Milia», en La Civiltà Cattolica 2014, I, pp. 523-534.

[3] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 62.

[4] K. Rahner, «Il futuro del libro religioso», en Nuovi saggi II, Roma 1968, 647.

[5] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 117.

[6] A. Spadaro, Svolta di respiro, Spiritualità della vita contemporanea, Vita e Pensiero, Milán 2010, 101.

[7] R. Latourelle, voz «Literatura», 832.

[8] Cf. S. Juan Pablo II, Carta a los artistas (4 abril 1999), 6: AAS 91 (1999), 1161.

[9] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 89.

[10] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22.

[11] M. Proust, Por el camino de Swann: En busca del tiempo perdido, Verbum, Madrid 2020, 81.

[12] C. S. Lewis, Lettori e letture. Un esperimento di critica, Vita e Pensiero, Milán 1997, 165 .

[13] Cf. J. L. Borges, Borges, Oral, Emecé, Buenos Aires 1979, 22.


[15] T. S. Eliot, The Idea of a Christian Society, Londres 1946, 30.


[17] Cf. A. Spadaro, La grazia della parola. Karl Rahner e la poesia, Jaca Book, Milán 2006.

[18] Cf. K. Rahner, «Sacerdote y poeta», en Escritos de teología III, Taurus, Madrid 1962, 331-354.

[19] Ibíd., 353, 354.

[20] Ibíd., 338.

[21] S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, n. 317.

[22] Cf. ibíd., n. 335.

[23] Ibíd., n. 314.

[24] Cf. K. Rahner, «Sacerdote e poeta», 336.

[25] Cf. A. Spadaro, La pagina che illumina. Scrittura creativa come esercizio spirituale, Ares, Milán 2023, 46-47.

[26] M. Proust, En busca del tiempo perdido. El tiempo recuperado, Verbum, Madrid 2020, 331.

[27] A. Spadaro, La pagina che illumina, 14.

[28] Cf. M. De Certeau, Il parlare angelico. Figure per una poetica della lingua (Secoli XVI e XVII), Olschki, Florencia 1989, 139 ss.

[29] Cf. A. Spadaro, La pagina che illumina, 16.

[30] C. S. Lewis, Lettori e letture, 165.

[31] J. Cocteau – J. Maritain, Dialogo sulla fede, Passigli, Florencia 1988, 56. Cf. A. Spadaro, La pagina che illumina, 11-12.

[32] P. Celan, ‎ Microlitos. Prosa póstuma inédita en español, en Revista occidente, 392 (2014) 139.



Texto tomado del website La Santa Sede

Sunday, August 4, 2024

Francisco se refiere a Venezuela


"Igualmente, expreso preocupación por Venezuela, que está viviendo una situación crítica. Dirijo un sentido llamamiento a todas las partes para que busquen la verdad, practiquen la moderación, eviten toda clase de violencia, resuelvan las disputas con el diálogo y se preocupen por el verdadero bien del pueblo y no por los intereses partidistas. Encomendemos este país a la intercesión de Nuestra Señora de Coromoto, tan amada y venerada por los venezolanos, y a la oración del Beato José Gregorio Hernández, cuya figura une a todos." (Angelus. Agosto 4, 2024)

Friday, July 26, 2024

26 de Julio: San Joaquín y Santa Ana


La Iglesia Católica celebra el 26 de julio la festividad de San Joaquín y Santa Ana. Estos dos santos fueron los padres de la Virgen María y por lo tanto los abuelos de Jesús. Por esta razón, se dedica el 26 de julio a los abuelos. 

Tuesday, July 16, 2024

La Florida: misiones y mártires. (por Teresa Fernández Soneira)

La Florida, 1570.
Autor: Gerónimo de Chaves.
Biblioteca del Congreso.
División de Mapas y Geografía
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Al descubrirse el continente americano, el papa Alejandro VI confió a los Reyes Católicos su evangelización, y en 1508 obtuvieron del papa Julio II el derecho a promover y autorizar la construcción de misiones, iglesias y monasterios en aquellas tierras. Los dominicos fueron los primeros en hacer el intento en 1526 con la colonia de San Miguel Gualdape en las Carolinas, y con fray Luis Cáncer en la Florida en 1549. Los jesuitas actuaron en la Florida y Georgia en el siglo XVI, y en las áreas del Mississippi, Sonora y Arizona en el siglo XVIII. Los franciscanos lucharon por mantenerse en Georgia y en la Florida occidental, y evangelizaron Texas y California, esta última bajo el impulso de fray Junípero Serra. Hoy nos interesa la Florida después de su descubrimiento en 1514.

Poste indicador de lugar histórico
en Bayshore Boulevard en Tampa.
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En 1539, y como primera tentativa de evangelización, Hernando De Soto desembarca en Bradenton, a la entrada de la bahía de Tampa, con ocho religiosos del clero secular, un franciscano, un trinitario y dos dominicos, pero la empresa no llega a lograrse debido a la fuerte hostilidad de los nativos, la escasez de comida y el mal tiempo. Diez años después se hace un segundo intento, el 30 de mayo de 1549, cuando cinco dominicos a bordo del Santa María de la Encina arriban también al área de Tampa ilusionados con la tarea que les espera. Ellos serán: Gregorio de Beteta, Juan García, Diego de Peñalosa, el hermano lego de apellido Fuentes, y el superior y líder de la expedición, el padre Luis Cáncer de Barbastro.

Fray Luis Cáncer.
Vitral en la iglesia de
San Vicente Ferrer, Nueva York
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¿Quién era fray Luis Cáncer? Sabemos que nació en Zaragoza alrededor de 1500; que en 1523 ya es fraile dominico, y que cuando comienza la colonización de América funda un centro misionero en Puerto Rico. En 1535 se embarca para Nicaragua y después pasa al Perú ya que Bartolomé de las Casas lo ha seleccionado para dirigir allí una misión. En Perú Fray Luis aprende el idioma quechua de los indígenas y compone un catecismo en esa lengua, y al son de la música y por medio de los bailes de aquellas gentes, llega el mensaje cristiano a los diferentes poblados y tribus. Cuando en 1547 regresa a España surge nuevamente el tema de evangelizar la Florida. Debido a los conocimientos y exitosas experiencias con los nativos, fray Luis Cáncer rápidamente se convierte en el candidato ideal para trabajar en aquella región.

Así lo vemos llegar a Tampa en el Santa María de la Encina en el verano de 1549. Los primeros en bajar a tierra para inspeccionar el área son los frailes Tolosa y Fuentes, pero poco pueden hacer ya que unos días más tarde sufren martirio a manos de los indígenas. El padre Cáncer decide entonces ir el solo, al igual que lo había hecho en el Perú, con el fin de transformar aquella tierra para Cristo. El 26 de junio y a pesar de los ruegos del padre Beteta de que no desembarcase, fray Luis, como empujado por un poder supremo, salta al agua y llegando a la orilla se arrodilla, levanta los brazos al cielo, y hace oblación a Dios por sus servicios y su vida. En aquel momento, narra el padre Beteta, vino un indígena que como un Judas lo abrazó amistosamente y lo llevó a otros que lo golpearon hasta la muerte. Los tres dominicos: Cáncer, Tolosa y Fuentes se convirtieron así en los primeros mártires de la evangelización en la Florida. Con el tiempo vendrían otros misioneros quienes poco a poco fueron evangelizando estas tierras.

Hoy se habla mucho de lo negativo de la conquista, pero no se menciona lo positivo de esta como fueron la gran entrega y tesón de aquellas congregaciones religiosas de los siglos XVI y al XVII, las cuales, con el solo afán de dar a conocer a Cristo, con grandes dificultades y sacrificios ya para 1675 habían fundado 66 misiones a lo largo de las costas de Florida y Georgia. En torno a Texas 44; 51 en Nuevo México, 19 en Arizona, y en California 23. En total, y sin contar los edificios destinados al culto, los religiosos españoles establecieron más de 203 misiones en los Estados Unidos durante el primer periodo de la evangelización, y el número de mártires religiosos ascendió a más de 80.

Este fue, sin lugar a duda, el capítulo más hermoso de la historia de la iglesia en Norteamérica.

Transportando a la novia
 a una boda de la tribu timucua, 
en la Florida, c. 1500. 
Dibujo por Theodore De Bry.
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Texto publicado originalmente  en La Voz Católica, 20 de marzo de 1991. Enviado por su autora, para ser publicado en Gaspar, El Lugareño



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Teresa Fernández Soneira (La Habana 1947), es una historiadora y escritora cubana radicada en Miami desde 1961. Ha hecho importantes aportes a la historia de Cuba con escritos y libros de temática cubana, entre ellos, CUBA: Historia de la educación católica 1582-1961, Ediciones Universal, Miami, 1997, Con la Estrella y la Cruz: Historia de las Juventudes de Acción Católica Cubana, Ediciones Universal, Miami, 2002. En los últimos años ha estado enfrascada en su obra Mujeres de la Patria, contribución de la mujer a la independencia de Cuba, (Ediciones Universal, Miami 2014 y 2018). El volumen I dedicado a la mujer en las conspiraciones y la Guerra de los Diez Años, y el volumen 2, de reciente publicación, trata sobre la mujer en la Guerra de Independencia. En estos dos volúmenes la autora ha rescatado la historia de más de 1,300 mujeres cubanas y su quehacer durante nuestras luchas independentistas. En el verano del 2022 publicó La Bella Cubana, rostros de mujeres en la Cuba del siglo XIX (Alexandria Library Pub. House, Miami) que recoge 150 daguerrotipos del siglo XIX de mujeres cubanas de todas las edades y razas, acompañados de poemas de la época. Es un homenaje a la mujer cubana de todos los tiempos. Relatos y Evocaciones. Antología 1986-2023 

Sunday, July 7, 2024

Oración de súplica a la Virgen de la Caridad


A nuestra Madre siempre estaremos levantando nuestra mirada. A ella le decimos:

Dios te salve María llena eres de gracia
el Señor es contigo
bendita tú eres entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre Jesús.

Santa María, Madre de Dios
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte. 
Amén.


Señor Jesús, hoy venimos ante Ti, para agradecerte por estar siempre presente en medio de nosotros.

Gracias, porque te encontramos en el amor de los esposos fieles; de los padres y madres que están con sus hijos y los educan en la fe, la verdad y en la caridad; de los hijos que atienden con cariño a los ancianos de la casa; de quienes desde otras tierras ayudan a familiares y amigos; de los vecinos que se acompañan en penas y alegrías; de tantos que sirven desinteresadamente a sus prójimos.

Ayúdanos a sentir el consuelo y la fortaleza en estos tiempos tan difíciles.

Te presentamos a las madres que luchan por alimentar a sus hijos; a tantos que no se cansan de buscar medicinas para sus enfermos; a los familiares de los presos que sueñan con verlos regresar, algún día, sanos al hogar; a los trabajadores que intentan brindar a sus seres queridos una casa digna; a los que lloran la emigración de esposos, hijos, nietos, amigos; a los que sufren la violencia y el robo; a los que soportan tantas carencias materiales y espirituales.

Aumenta nuestra fe, para tomar conciencia de que para Ti nada es imposible.

Envía tu Espíritu Santo para que todos los cubanos, con las potencialidades que nuestro pueblo tiene, aprendamos a vivir en armonía, en un solo corazón y una sola alma, con diferentes maneras de pensar, y, juntos, encontrar soluciones que nos conduzcan a nacer en paz, a trabajar en paz, a comer en paz, a morir en paz.

Santísima Virgen de la Caridad, Madre de nuestro Señor Jesús, presenta a tu Hijo nuestras oraciones, y dinos como en Caná: “Hagan lo que Él les diga”. Madre de todos los cubanos, repítenos nuevamente: “No tengan miedo, ¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?”.

¡Jesús, Buen Pastor, escúchanos! Amén.


P. Rogelio Deán Puerta. 
7 de julio de 2024.



Texto y fotos/Página de Facebook Arzobispado de Santiago de Cuba. 

Tuesday, June 18, 2024

P. Alberto Reyes en "Voces de Cuba"

 





Director: Jeffrey Puente García

Cámara: Sergio Valens

Montaje y Post-producción: Sergio Valens

Sonido: Jeffrey Puente García

Producción Periodística: Janisset Rivero

Producción General e Idea: Jeffrey Puente García / Sergio Valens

Duración: 01:20:28


Saturday, May 25, 2024

Celebran en Camagüey el quinto aniversario del Hogar de Ancianos "Mons. Adolfo Rodríguez"


Este sábado 25 de mayo, fue celebrada la misa en acción de gracias por el quinto aniversario de la fundación del Hogar "Monseñor Adolfo"

La eucaristía fue presidida por Monseñor Domingo Oropesa, obispo de Cienfuegos y concelebrada por el arzobispo de Camagüey,Monseñor Wilfredo Pino, y los sacerdotes José Grau, capellán del Hogar, y Ernesto Pacheco, Vicario General de la Arquidiócesis. 

(Información y fotos tomadas de la página de Facebook del Arzbispado de Camagüey)



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Gaspar, El Lugareño Headline Animator

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