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Tuesday, March 7, 2023

Memorias de la celebración del “Día del Estudiante Católico”. Santiago de Cuba, 7 de marzo de 1961 (por María C. Campistrous)



Aquella noche, -memorable y fundante para mí-, celebrábamos en la Catedral Primada el “Día del Estudiante Católico”; Mons. Pérez Serantes, el Arzobispo, presidía la Eucaristía. Al finalizar, una pareja de jóvenes leía la Oración-Compromiso de los estudiantes allí reunidos… De repente todo fue confusión…

Había entrado un grupo que gritando alborotaba diciendo consignas; de mi lado decíamos: “¡Viva Cristo Rey!”, “Uno, dos, tres, cuatro: hay curas para rato”, y quizá otras cosas que no recuerdo.

Cuando se pudo salir del templo fuimos hacia el Colegio “La Salle”, allí esperaban los dulces y refrescos de la fiesta.

Mientras tanto, el Espíritu aleteaba sobre las aguas revueltas del desorden cobijando nuestros miedos.

Horas más tarde, cuando fue posible, salimos de La Salle por una calleja de paredes humanas que gritaban y escupían. Más allá esperaban impacientes las familias, la escena dantesca amedrentaba…

Al día siguiente la Universidad estaba tensa, por decir de alguna forma. Palabras que he olvidado, insultos, tirones –así me sacaron del aula al pasillo–… Dos días después comenzaron las depuraciones. Alumnos y profesores de la Universidad de Oriente, la Escuela Normal y otros centros, sintieron este flagelo en sus vidas que de una u otra forma cambió en lo adelante de forma radical. Para algunos fue el trampolín que les lanzó al exilio.

Hoy escribo en memoria de los que vieron su futuro truncado, y en la de los que decidieron mantener su fidelidad a Cristo sin importar el precio. De manera especial, escribo para los que ya no están.

En el patio lasallista oíamos los gritos de la calle mientras cantábamos Clarinada, la llamada al ideal que profesábamos, confiados en que, algún día, sobre el cielo de la Patria proyectarían nuestros brazos el estandarte de la Cruz.

Muchas, muchas veces, repetimos el Himno:
Juventud porvenir de la Patria,
Juventud porvenir de la fe,
el futuro descansa en tus brazos
tus espaldas serán su sostén…
Con la Estrella y la Cruz como emblema
ha de ser nuestra marcha triunfal
¡Viva Cuba creyente y dichosa!
¡Viva Cristo monarca ideal!...
Al salir, no exenta de temor, repetía en mis adentros: ¡Cristo y yo: mayoría aplastante!

Esa noche sentó pautas en mi vida.

Saturday, February 18, 2023

Mensaje de los Obispos Católicos de Cuba



El domingo pasado, al terminar el rezo del Ángelus en la plaza de San Pedro, el papa Francisco expresó: “Me ha entristecido mucho la noticia que llega de Nicaragua y no puedo dejar de recordar aquí con preocupación al Obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez, a quien tanto quiero, condenado a 26 años de prisión, y también a las personas que fueron deportadas a los Estados Unidos. Rezo por ellos y esa querida nación, y pido sus oraciones.”

Los Obispos Católicos de Cuba, sintiéndonos profundamente unidos a los Obispos y a todos los fieles de la Iglesia de Dios en Nicaragua, acogemos esa invitación del Papa a la oración y hacemos nuestro su clamor para “que abra el corazón de los líderes políticos y de todos los ciudadanos a la búsqueda sincera de la paz, que nace de la verdad, la justicia, la libertad y el amor, y se logra mediante el ejercicio paciente del diálogo” (Ángelus del 12 de febrero de 2023).

En fraterna comunión con nuestros hermanos y hermanas nicaragüenses, invitamos a los fieles católicos cubanos a orar por esa Iglesia y pueblo que sufren, teniendo una intención especial durante las misas y sacrificios que ofreceremos el próximo Miércoles de Ceniza (22 de febrero) y también durante el ejercicio del Vía Crucis que habitualmente hacemos los viernes del tiempo santo de la Cuaresma.

El Señor camina junto a nosotros por las sendas del dolor y de la cruz. Y nos asegura con su Resurrección que el amor es más fuerte que el odio. Y la vida triunfa siempre sobre la muerte. Que esa certeza nos fortalezca en la Esperanza y nos ayude a vivir el tiempo cuaresmal con un renovado compromiso de amor a Dios y a los hermanos.

A la Virgen Santísima, tan amada por nicaragüenses y cubanos, suplicamos su intercesión para que nuestros pueblos puedan transitar por sendas de paz y de acogida respetuosa de todos.



Los Obispos Católicos de Cuba
La Habana, 18 de febrero de 2023

Saturday, February 11, 2023

Mensaje al Pueblo de Dios en Cuba de los Obispos Católicos de Cuba


Los Obispos Católicos de Cuba agradecemos a Dios por las celebraciones y encuentros que la Iglesia en nuestro país ha vivido con motivo del 25º Aniversario de la Visita a Cuba de San Juan Pablo II.

Nuestra gratitud especial al papa Francisco, que ha querido hacerse presente entre nosotros con un cálido mensaje al pueblo de Dios en Cuba y a través del Eminentísimo Señor cardenal Beniamino Stella quien, correspondiendo a nuestra invitación, ha visitado todas las diócesis cubanas y nos ha dejado un valioso legado en las homilías y discursos que ha pronunciado, y en los gestos de cercanía y consuelo que ha prodigado a todos los que ha encontrado en cada lugar.

Gracias también al cardenal Stella por sus muestras de afecto hacia nuestro pueblo e Iglesia; y por sus palabras de aliento a favor de los más pobres y excluidos.

Nuestro agradecimiento por el don de las reliquias, una gota de la sangre del papa San Juan Pablo II, que nos recuerdan que amar exige enfrentar con coraje el sacrificio de la vida cotidiana y hacerlo con espíritu y pasión cristianos. Estas reliquias que han sido acogidas con profunda devoción por las cuatro diócesis visitadas por el Papa polaco: Santa Clara, Camagüey, Santiago de Cuba y La Habana, y también por la Diócesis de Guantánamo-Baracoa, que se siente profundamente complacida al recibirla por cumplirse 25 años de su creación como Iglesia particular.

Gracias a nuestros colaboradores cercanos y a todos nuestros fieles por la generosa disponibilidad de servicio y acogida en estos días de gracia y bendición.

Gracias a las Autoridades por la ayuda ofrecida.

A la Virgen de la Caridad del Cobre y a San Juan Pablo II encomendamos la vida presente y futura de Cuba y su Iglesia para que podamos seguir, con renovado entusiasmo, proclamando la Buena Noticia de la salvación, fuente de verdadero gozo y auténtica esperanza.


Los Obispos Católicos de Cuba

La Habana, 11 de febrero de 2023
Memoria de Ntra. Sra. de Lourdes

Sunday, February 5, 2023

En un nuevo aniversario de la fundación de la Federación de las Juventudes de Acción Católica Cubana (por Teresa Fernández Soneira)


Aquel hombre bueno, de semblante dulce y bonachón, que había llegado de Francia en el 1905 con algunos conocimientos del idioma español, pero con muchos deseos de trabajar con la juventud cubana y dedicar su vida a la enseñanza en Cuba, el querido y recordado Venerable Hermano Victorino De La Salle (1885-1966), se comprometió a fundar la Federación de las Juventudes de Acción Católica Cubana hace ya 95 años. Fue la luz y el susurro del Espíritu Santo lo que motivó al hermano a establecer una organización juvenil católica que con los años se convertiría en la más grande institución de la Iglesia cubana que en 1960 contaba con más de 25,000 miembros. Por sus filas pasaron miles de jóvenes que luego llegaron a ser profesionales, o formaron familias cristianas, mientras que otros sintieron el llamado a la vocación religiosa para convertirse en sacerdotes y religiosas y ser puntales de la sociedad cubana.


Afiche de la IV Asamblea y VII Concentración Nacional, Cienfuegos, 18-19 noviembre, 1950.
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Este año celebramos con alegría el 95 aniversario de su fundación. Fue el 11 de febrero de 1928 cuando un grupo de jóvenes dirigidos por Victorino establecieron en el colegio de La Salle del Vedado la Acción Católica Cubana que tendría cuatro ramas: Juventud Estudiantil, Juventud Obrera, Juventud Universitaria y Juventud Católica. ¡Felicidades a todos los Federados y a todos los que de alguna manera están ligados a esta gran obra! Debemos seguir orando para que el Venerable Hno. Victorino sea pronto elevado a los altares, y para que su vida y su ejemplo sigan guiando a los cubanos.

Monumento en homenaje al
Venerable Hno. Victorino de la Salle.
Ermita de la Caridad.
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¡Juventud porvenir de la Patria! ¡Juventud porvenir de la fe!
El futuro descansa en tus brazos, tus espaldas serán su sostén.
Con la estrella y la cruz como emblema, ha de ser nuestra marcha triunfal.
¡Viva Cuba creyente y dichosa! ¡Viva Cristo Monarca Ideal!

(Himno de la Acción Católica - Letra: Dr. Julio Morales Gómez, Música: Hno. Victorino)


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Natalicio de José Martí. Ofrenda de libros de la autoría del Maestro por los miembros de la Juventud Estudiantil Católica en el Parque Central de la Habana, 1960.
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Oración

Señor Dios, que has prometido ensalzar a los humildes y que brillarán como estrellas en perpetuas eternidades los que enseñaren a muchos la justicia, dígnate glorificar a tu siervo Venerable Hermano Victorino De La Salle, trabajador incansable en la parcela de la niñez y de la juventud, haciendo que su nombre resplandezca entre tus santos.

Multiplíquense tus gracias, Señor, en favor de los fieles que te las piden, haciendo presente las virtudes que él practicó en la Tierra, y concédenos que algún día veamos a tu Santa Iglesia honrar su memoria y ofrecernos en él un nuevo modelo que imitar, y un nuevo protector que nos asista desde el cielo, en los trabajos y aflicciones de esta vida, ayudándonos a conseguir la bienaventuranza eterna.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

A quienes obtengan favores o gracias por intersección del Venerable Hermano Victorino De La Salle, rogamos que lo comuniquen en un breve mensaje dirigido a: Victorino@saintly.com.


Grupo de Acción Católica San Buenaventura de universitarias. La Habana, c. 1948-1950.





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Teresa Fernández Soneira (La Habana 1947), es una historiadora y escritora cubana radicada en Miami desde 1961. Ha hecho importantes aportes a la historia de Cuba con escritos y libros de temática cubana, entre ellos, CUBA: Historia de la educación católica 1582-1961, Ediciones Universal, Miami, 1997, Con la Estrella y la Cruz: Historia de las Juventudes de Acción Católica Cubana, Ediciones Universal, Miami, 2002. En los últimos años ha estado enfrascada en su obra Mujeres de la Patria, contribución de la mujer a la independencia de Cuba, (Ediciones Universal, Miami 2014 y 2018). El volumen I dedicado a la mujer en las conspiraciones y la Guerra de los Diez Años, y el volumen 2, de reciente publicación, trata sobre la mujer en la Guerra de Independencia. En estos dos volúmenes la autora ha rescatado la historia de más de 1,300 mujeres cubanas y su quehacer durante nuestras luchas independentistas. En el verano del 2022 publicó La Bella Cubana, rostros de mujeres en la Cuba del siglo XIX (Alexandria Library Pub. House, Miami) que recoge 150 daguerrotipos del siglo XIX de mujeres cubanas de todas las edades y razas, acompañados de poemas de la época. Es un homenaje a la mujer cubana de todos los tiempos.

Friday, February 3, 2023

Homilía del Cardenal Mons. Beniamino Stella en la Misa de la Catedral de Camagüey, el 2 de febrero de 2023.

Fotos/Frank Luis García Castañeda
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Queridos hermanos y hermanas, hemos venido hoy a esta Catedral Metropolitana como Simeón y Ana, para recibir de María y de José a Jesucristo; para proclamar con la vida y con el corazón que Cristo es Luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo.

En la escena tan sugestiva del Evangelio de esta fiesta se abrazan las generaciones, los ancianos que esperaban al Mesías prometido y los jóvenes esposos que, cumpliendo con las tres lecciones de la ley Mosaica, llevan a Cristo al encuentro de su pueblo.

Fue también esta tierra camagüeyana hace veinticinco años el lugar donde se abrazaron un Papa anciano con los jóvenes cubanos. El Santo Padre, San Juan Pablo II señaló ya al inicio de sus palabras el objetivo de aquella cita, decía: “los jóvenes cubanos se reúnen hoy con el Papa para celebrar su fe y para escuchar la Palabra de Dios que es el Camino para salir de las sombras del mal y de las tinieblas y revestirse así con las armas de la Luz para obrar el bien.

El actual pontífice, Papa Francisco, insiste a los jóvenes que hablen con los abuelos y nos asegura que en ese diálogo, en ese recíproco donarse y enriquecerse entre abuelos y jóvenes, se juega el futuro de la humanidad.

En estos días la Iglesia en Cuba hace memoria agradecida de la visita del Papa Santo a esta amada nación. Me complace sobremanera poder compartir con ustedes estas jornadas de acción de gracias. Agradezco al Señor el testimonio que ha regalado a esta Iglesia en Camagüey, con todos esos buenos ancianos que, como Simeón y Ana, han mantenido y conservan la llama de la fe, de la esperanza en las promesas del Señor, y la apertura para salir al encuentro de los demás. En este sentido no puedo no mencionar al querido Monseñor Adolfo Rodríguez, ejemplo de luminoso de hombre de Dios y de pastor entregado a su grey. En él agradecemos simbólicamente lo que tantos cristianos y cristianas antes de nosotros legaron a nuestra fe y a nuestra vivencia eclesial.


Los que estuvimos aquí hace veinticinco años recordamos muchas cosas de la presencia del Santo Padre San Juan Pablo II en esta tierra de Agramonte, pero si tuviéramos que decir algo con sabor a pueblo de aquella celebración alegre y festiva del Papa Santo en este lugar, seguramente que pensamos en el estribillo que muy pronto entonó aquel coro gigante en que se convirtió toda la plaza: “el Papa se queda en Camagüey”. Obviamente el Papa no podía quedarse físicamente en Camagüey, pero sí podía y debía quedarse su fe, su amor a Cristo y a la Iglesia, su fidelidad y coherencia debía quedarse en cada joven cubano.

San Juan Pablo II habló a los jóvenes cubanos con cariño, como un padre habla a sus hijos. Les habló de aquello que todo joven busca y anhela, cómo llevar adelante la vida, concretamente y en palabras del Salmo 19, que cito: “¿cómo podrá el joven llevar una vida limpia viviendo de acuerdo con tu Palabra?” Y el propio Santo Padre apuntó, y cito “el Salmo nos da la respuesta al interrogante que todo joven se ha de plantear si desea llevar una existencia digna y decorosa, propia de su condición. Para ello (decía el Papa) el único camino es Jesús. Los talentos que han recibido del Señor y que llevan a la entrega, al amor auténtico, y a la generosidad, fructifican cuando se vive, no sólo de lo material y de lo caduco, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”.

Y continuaba el Papa: “Los animo a sentir el amor de Cristo siendo conscientes de lo que Él ha hecho por ustedes y por la humanidad entera; por los hombres y mujeres de todos los tiempos; sintiéndose amados por Él podrán amar de verdad. Experimentando una íntima comunión de vida con Él que vaya acompañada por la recepción de su Cuerpo, la escucha de su Palabra, la alegría de su perdón y de su misericordia; podrán imitarlo, llevando así como enseña el salmista, una vida limpia”. Tenemos que confesar que llevar una vida digna y limpia, por decirlo con otra frase muy popular en Cuba, “no es fácil”.

En efecto, y ya lo señalaba San Juan Pablo II, alertando de los peligros del relativismo moral, tan extendido por desgracia en tantos lugares del mundo, decía el Santo Padre: “ese relativismo moral genera egoísmo, división, marginación, discriminación, miedo y desconfianza hacia los otros. El vacío que produce estos comportamientos explican muchos males que rodean a la juventud: el alcohol, la sexualidad mal vivida, la prostitución, las motivaciones fundadas en el gusto, las actitudes egoístas, el oportunismo, la falta de un proyecto serio de vida en el que no hay lugar para el matrimonio estable, huyendo del compromiso y de las responsabilidades para refugiarse en el mundo falso cuya madre es la marginación y el desarraigo”.

Y continúa el Papa: “ante esa situación el joven cristiano que debe llevar una vida limpia, firme en su fe, sabe que está llamado y elegido por Cristo para vivir en la auténtica libertad de los hijos de Dios que incluye no pocos desafíos. Por eso, acogiendo la Gracia que recibe de los Sacramentos, sabe que debe dar testimonio de Cristo con su esfuerzo constante para llevar una vida recta y fiel a Jesús”.

Queridos jóvenes, conozco también que en estos últimos años se han deteriorado en Cuba ámbitos de la convivencia social y que la situación económica que viven es crítica; es muy difícil para todos pero especialmente lacerante para ustedes los jóvenes. Enfrentarse a la opción de formar un hogar cuando el salario no alcanza o no existe la posibilidad de tener una vivienda y de llevar el pan cotidiano a la mesa de los hijos. Muchos de sus coetáneos y amigos han emigrado a otras tierras. Las mismas comunidades cristianas han visto mermadas la presencia de jóvenes y de adolescentes, de niños en la catequesis, de las familias enteras. Y que en ocasiones los que emigran, en virtud de múltiples causas, se alejan de la iglesia y de la práctica de la fe que tenían aquí. Todo esto genera tristeza y podemos sentir la tentación de la desesperanza.

Sé que mis hermanos, los Obispos Católicos de Cuba, no han cesado nunca de alentar y de invitar a crear las condiciones adecuadas para que los cubanos puedan desarrollar en su tierra sus legítimos proyectos personales y familiares. Para que Cuba pueda acoger y desarrollar los anhelos y los sueños de todos y cada uno de sus hijos, sin exclusiones. Así que al tiempo que oramos por el bienestar y el progreso integral de nuestro querido pueblo; no puedo no recordar que y si bien hay responsabilidades en la vida de una nación que atañe, por así decirlo, a las autoridades o a los servidores públicos, hay un ámbito personal e intransferible donde incluso en medio de la Cruz hay que decidirse a ser fieles y a ser santos.

San Juan Pablo II les pidió: “sean fuertes por dentro, grandes de alma, ricos en los mejores sentimientos, valientes en la verdad, audaces en la libertad, constantes en la responsabilidad, generosos en el amor e invencibles en la esperanza”.

Al saludar con afecto agradecido al Arzobispo Monseñor Willy, al señor Nuncio Apostólico Monseñor Gloder, al presbiterio, a los diáconos y a toda la vida consagrada en este día en que celebran memorias gratas, a los laicos de esta amada Iglesia del Señor; los felicito también en esta fiesta patronal de la Arquidiócesis. Le suplico a la Virgen María, Nuestra Señora de la Candelaria, que nos conserve siempre unidos y alegres en el servicio siempre hermoso de la evangelización. Un saludo cordial también a las distinguidas autoridades que hoy participan con nosotros en esta extraordinaria celebración.

San Juan Pablo II vele por la juventud cubana, para que del mismo modo que él recibió la Gracia de la fidelidad a Cristo en medio de las difíciles condiciones de su Polonia natal, así los jóvenes de esta tierra puedan conservar su amor a Cristo y a la Iglesia, su santidad de vida, su entusiasmo en medio de las coordenadas tan complejas y difíciles que hoy enfrentan. No olviden las promesas de Jesús: “en el mundo tendrán aflicción, pero ánimo, Yo he vencido al mundo”. Y cuando todos nos sintamos tentados de “tirar la toalla” recordemos también las palabras de Monseñor Adolfo en el discurso inaugural del E.N.E.C. cuando decía, y cito: “En Él, en Cristo, miramos el futuro con serena confianza porque sabemos que mañana antes que salga el sol habrá salido sobre Cuba y sobre el mundo entero la Providencia del Padre”. 

Amén.

(Texto/Arquidiócesis de Camagüey)

Fotos/Carlos A. Peón-Casas
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Fotos/Carlos A. Amador
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Monday, January 30, 2023

Raíz Cristiana de la Cultura Cubana (por Roberto Méndez Martínez)

Fotos/Adrián Martínez Cádiz
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Fotos/Lázaro Numa
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Conferencia impartida el 28 de enero de 2023 en el Encuentro con el mundo de la cultura, celebrado con motivo del 25 aniversario de la visita de San Juan Pablo II a Cuba, en el Centro Cultural “Padre Félix Varela”.

Pocas veces en mi vida he sentido una emoción tan especial como la de aquella tarde del 23 de enero de 1998 cuando entré al recinto universitario habanero para asistir al encuentro con el mundo de la cultura convocado por el primero de los pontífices que visitaba la Isla, San Juan Pablo II. Impresionaba encontrar reunido en el Aula Magna a un nutrido número de escritores, artistas, académicos, de muy diversos credos y filiaciones filosóficas, pero ligados por el interés de escuchar al ilustre visitante. Recuerdo la especie de sobrecogimiento que acompañó la entrada en el salón del pontífice mientras el coro Exaudi entonaba el “Gloria” de la Misa cubana de José María Vitier, o el solemne instante en que el papa oró en silencio ante la urna donde reposan las cenizas del Padre Varela.

Después vino su discurso que escuchamos con avidez, tanta, que nos resultó demasiado breve. Queríamos seguir allí, prolongar aquel encuentro, como los discípulos de Cristo después de la Transfiguración en el monte. Todo era hermoso y emotivo: el sobrio cierre de la pieza oratoria, la retirada del visitante – esta vez acompañado por el “Salve Regina” de la misma obra- y cuando salimos al fresco anochecer, entre las fachadas de aire clásico y los laureles, mientras se alejaban, acompañados por impacientes sirenas, los vehículos del cortejo, supimos que habíamos vivido un momento irrepetible.

Varias veces, a lo largo de los años, he vuelto sobre ese discurso y aquilatado mejor su sabiduría, su alcance y especialmente su indiscutible actualidad.

Esa pieza oratoria, cuya transcripción ocupa apenas cuatro páginas, no solo es elocuente y completa en sí misma, sino que tiene una fecunda capilaridad con varios documentos del magisterio eclesial, de manera que su interpretación más provechosa debe hacerse en diálogo con esas referencias. Cuando el papa nos ofrece una definición cristiana de la cultura: “La cultura es aquella forma peculiar con la que los hombres expresan y desarrollan sus relaciones con la creación, entre ellos mismos y con Dios”(1), está retomando el concepto tal como fue tratado en el documento final de la Conferencia de Obispos en Puebla en 1978, que a la vez nos remite a un texto base: la Constitución Pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II(2).

Así mismo, cuando afirma que «Toda cultura es un esfuerzo de reflexión sobre el misterio del mundo y, en particular, del hombre: es un modo de expresar la dimensión trascendente de la vida humana»(3) vuelve sobre sus propias palabras, pronunciadas ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 5 de noviembre de 1995.

El papa sabía que hablaba en una universidad laica, ante un auditorio formado en buena medida por personas no religiosas y con un gobierno de ideología marxista y por muchos años declarado ateo. Sin embargo, con su talante a la vez firme y persuasivo, podía afirmar sin vacilaciones que:
Toda cultura tiene un núcleo íntimo de convicciones religiosas y de valores morales, que constituye como su «alma»; es ahí donde Cristo quiere llegar con la fuerza sanadora de su gracia. La evangelización de la cultura es como una elevación de su «alma religiosa», infundiéndole un dinamismo nuevo y potente, el dinamismo del Espíritu Santo, que la lleva a la máxima actualización de sus potencialidades humanas. En Cristo, toda cultura se siente profundamente respetada, valorada y amada; porque toda cultura está siempre abierta, en lo más auténtico de sí misma, a los tesoros de la Redención(4).
Ahí estaban sentadas las premisas principales antes de detenerse en las circunstancias particulares de Cuba. Reconoció la diversidad de componentes de la cultura del país: los hispánicos, unidos a los procedentes de África, los traídos por otros grupos de emigrantes y lo propio de la tierra americana. Es interesante que su aproximación a lo cubano distinga dos mundos que a primera vista parecen contrapuestos pero están estrechamente anudados bajo la superficie: uno de ellos es el ámbito ilustrado que encarna en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio con el magisterio de Caballero y Varela, el otro es el más espontáneo pero no menos rico del acervo común, “las expresiones típicas, canciones populares, controversias campesinas y refranero popular” que comparten la misma raíz cristiana.

Dos figuras centran su atención en nuestra historia, uno es el maestro Varela en el que reconoce al “verdadero padre de la cultura cubana”, el otro es José Martí al que califica como “un hombre de luz, coherente con sus valores éticos y animado por una espiritualidad de raíz eminentemente cristiana”. Son precisamente esos cimientos y esas figuras las que le permiten invitar a los presentes y, a través de ellos, a todos los cubanos a un enorme empeño cultural y evangélico a la vez:
En este país, la mayor parte de los artífices de la cultura —católicos y no católicos, creyentes y no creyentes— son hombres de diálogo, capaces de proponer y de escuchar. Los animo a proseguir en sus esfuerzos por encontrar una síntesis con la que todos los cubanos puedan identificarse; a buscar el modo de consolidar una identidad cubana armónica que pueda integrar en su seno sus múltiples tradiciones nacionales. La cultura cubana, si está abierta a la Verdad, afianzará su identidad nacional y la hará crecer en humanidad(5).
De ahí el llamado a la cooperación entre la Iglesia y las instituciones culturales de la nación para “encontrarse en el diálogo, y cooperar así al desarrollo de la cultura cubana”(6).

Creo que si estas ideas nos fueron trasmitidas en aquella tarde con tanta efectividad se debía no solo al magisterio espiritual del papa, sino a su propia condición de hombre de la cultura desde su juventud, a su quehacer como poeta, dramaturgo y actor, a su conocimiento del papel de la cultura en la propagación de la fe, desde los Padres de la Iglesia hasta los grandes creadores de Dante a Miguel Ángel, de San Juan de la Cruz a Edith Stein.

La deseable brevedad de mi intervención en este solemne acto, apenas me permiten abundar en un par de aspectos abordados por el pontífice en su disertación, aquellos que me parecen de mayor pertinencia un cuarto de siglo después.

El primero de ellos está relacionado con la presencia cristiana en la cultura de Cuba. Bastaría con recordar que en el siglo XVII cuando se está formando una incipiente identidad criolla, esta no solo se produce en los balbuceos literarios del Espejo de paciencia, donde la presencia católica resulta indiscutible, aun mezclada con los problemas económicos y sociales de una colonia precaria y rebelde, sino que, hacia la segunda década de la centuria se produce el hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad y tras él, el surgimiento de una devoción no impuesta, no asociada con jerarquías sociales ni eclesiásticas, que tuvo un creciente arraigo popular hasta hoy y ha contribuido no poco con un sentimiento interiorizado de cubanía que ha encarnado en los versos del Cucalambé y de Luisa Pérez de Zambrana, en las décimas de improvisadores populares y en varias canciones trovadorescas, así como alentó la inspiración de artistas plásticos, teatristas y cineastas. La Patrona de Cuba, venerada por los patriotas en nuestras guerras de independencia sigue siendo hoy un factor de unidad y reconciliación en el pueblo cubano.

Por otra parte, no es difícil contemplar, desde fines del siglo XVIII cómo una cultura en ascenso que tuvo su vivero excepcional entre las paredes de este edificio unió a la renovación filosófica y la experimentación científica un modo de pensar, de reflexionar, que aun cuando llegara a planteamientos muy radicales en materia política, estaba alentada por una ética de inspiración evangélica. Si no bastara el ejemplo de un Varela, fiel a su sacerdocio y a la vez precursor de nuestra independencia, sería bueno recordar a su contemporáneo, el educador José de la Luz y Caballero, fuerte crítico de la Iglesia comprometida con la Corona pero que en su colegio El Salvador impartía sus clases de ética teniendo a mano los evangelios y las cartas de San Pablo.

Es absolutamente cierto que el nombre de Cristo llegó a esta tierra salpicado por el cieno de la voracidad colonial. Que la monarquía española se valió de sus privilegios para convertir a la jerarquía eclesiástica en servidores suyos y que esa alianza o patronato se hizo cómplice de la trata africana y se declaró enemiga – con muy pocas excepciones- de los movimientos de independencia. Eso favoreció que muchísimos intelectuales prestigiosos se decantaran hacia posiciones anticlericales y escépticas o sencillamente agnósticas. Pero tal cosa no impidió que entre nosotros creadores auténticamente cubanos hicieran de su fe un alimento para su labor edificadora: así lo demuestran las misas y villancicos de Esteban Salas; el Devocionario que en su madurez diera a la luz Gertrudis Gómez de Avellaneda, a los que seguirían, en el pasado siglo las obras literarias de Dulce María Loynaz y José Lezama Lima, o las obras que René Portocarrero, Mariano Rodríguez y Alfredo Lozano dejaron en los templos de Bauta y Playa Baracoa o en composiciones musicales como la Misa cubana de Rodrigo Prats o la amplia producción de cantos religiosos en ritmo de bolero, habanera o son de Perla Moré.

La propia Iglesia en Cuba ha vivido en su interior lo que Fernando Ortiz llamara un proceso de transculturación. Una institución que tuvo un sello español hasta el cierre del siglo XIX fue transformándose en cubana y hoy puede considerársele una iglesia viva y encarnada en su cultura y sociedad, a la vez que en comunión con la iglesia universal.

Y esta cultura cristiana no es un patrimonio exclusivo. Lo compartimos con aquellos que conservando una fe recibida de sus ancestros la ponen en práctica en sus vidas a partir de devociones y ritos de fuerte sabor popular. Además ha ido floreciendo un movimiento ecuménico entre las diferentes confesiones cristianas presentes en Cuba. Nos nutren también, gracias a un fecundo diálogo, la impronta ética, la valiosa axiología que proviene de los hombres y mujeres de buena voluntad sean practicantes de otras religiones, miembros de organizaciones fraternales y aún los que se declaran no creyentes. También en ellos han sido sembradas las semillas del Espíritu.

En los años que siguieron a la visita de San Juan Pablo II se produjo un florecimiento de la cultura católica, eso incluyó proyectos educativos que iluminan las ciencias y las humanidades a partir de los valores evangélicos, lo mismo que los centros culturales abiertos en varias diócesis del país y una serie de publicaciones católicas que hoy desbordan el formato en papel para ganar una presencia cada vez más amplia en las redes sociales. Escuelas de verano, salones de artes plásticas, presentaciones artísticas, espacios de debate sobre temas de interés social, son solo algunas expresiones de una Iglesia que se hace presente en medio de su pueblo.

La tarea más importante de la cultura es ilustrar a la sociedad y hacerla crecer en humanidad. Es preciso educar en valores, hacer madurar en ética, sanar heridas antropológicas, ir al encuentro del otro para forjar una auténtica fraternidad. Ya no se trata de imponer o de prohibir, sino de dialogar, de procurar el bien común desde los “nuevos areópagos”, esos que reclamara San Juan Pablo II como vehículo de la Nueva Evangelización. No tenemos que convertir a los demás a nuestro pensamiento – porque las conversiones solo vienen del Espíritu- sino forjar vínculos duraderos. Lo contrario de la división y el caos de la torre de Babel es el encuentro en el convite de los que se reconocen como hermanos.

No es suficiente evocar con nostalgia una tarde especial en nuestras vidas. Hay que hacer nuestra la predicación del santo Vicario, vivirla, difundirla, hacerla tarea cotidiana. Inscribamos en nuestros corazones aquella exhortación que él nos dejó en las líneas conclusivas de su discurso:
Peregrino en una Nación como la suya, con la riqueza de una herencia mestiza y cristiana, confío que en el porvenir los cubanos alcancen una civilización de la justicia y de la solidaridad, de la libertad y de la verdad, una civilización del amor y de la paz que, como decía el Padre Varela, «sea la base del gran edificio de nuestra felicidad»(7).
A las puertas de este edificio, que pudiera reclamar para sí el título de cuna de la cultura cubana está la conocida frase del venerable Padre Varela en sus Cartas a Elpidio: “No hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad”(8). Junto a ella colocaría yo otra, tomada de la misma obra: “La libertad nada teme cuando la virtud está segura”(9).




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  1. San Juan Pablo II: “Mensaje pronunciado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en el encuentro con el mundo de la cultura”. Juan Pablo II en Cuba. Memoria y proyecto. Tipografía Vaticana, Roma, 1998, p.70.
  2. Gaudium et spes. Segunda parte, Capítulo II, 53.
  3. San Juan Pablo II: “Mensaje…”, p.70
  4. Ibidem. En este pasaje vuelve a remitirnos al documento conciliar, esta vez a la sección 58.
  5. Ibid, p.76.
  6. Ibidem.
  7. Ibidem.
  8. P. Félix Varela: “Cartas a Elpidio”. Obras. La Habana, Biblioteca de Clásicos Cubanos, Editorial Cultura Popular y Ediciones Imagen Contemporánea, 2001, Tomo 3, p.102.
  9. Ibid, p. 36.

Tuesday, January 24, 2023

Rogelio Zelada, Honras Fúnebres. (por Carlos Cabezas)

Foto Cristina Cabrera Jarro|FC
Website Archdiocese of Miami
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Nuestro querido hermano y amigo Rogelio Zelada falleció en la madrugada del domingo después de una larga y penosa enfermedad.

Éste martes se ha dado a conocer los horarios de sus honras fúnebres que serán: sábado 28 de enero del presente a partir de las 10:00 a.m. hasta las 11:30 a.m. en que se celebrará la misa. Todo a los pies de la Virgen de la Caridad en su Santuario Nacional (antigua Ermita), tal como él le solicitó a su amada esposa Paquita.

Rogelio fue miembro de la Comisión de Liturgia de la Arquidiócesis de Miami, a cargo de la formación de los Ministros Litúrgicos Hispanos de la Arquidiócesis. Gracias a su experiencia impartió cursos de Teología, Sagrada Escritura y Liturgia en el Instituto Pastoral del Sureste, en el Seminario St. John Vianney y en el Instituto del Noroeste.

Estudió Filosofía y varios cursos de Teología en el Seminario San Carlos y San Ambrosio de La Habana y obtuvo una maestría en Teología Pastoral en la Universidad Barry. Realizó 10 años de trabajo pastoral en el Instituto Pastoral del Sureste; fue director asociado de la Oficina de Culto y Vida Espiritual de la Arquidiócesis y magnífico columnista del periódico diocesano La Voz Católica, entre otras actividades.

Rogelio Zelada ha realizado interesantes publicaciones como el “Libro del Culto a la Virgen”, de la editorial Alfredo Ortells, Valencia, (España); y “Las Advocaciones Marianas en la Religiosidad Popular Latinomericana” y Documentaciones Sureste (SEPI).

Yo fuí su último párroco en Cuba, donde dirigió el Coro de Cristo Rey. Compuso muchas canciones religiosas junto al maestro Orlando Rodríguez, Zelada escribía las letras y Rodrígues las musicalizaba, como ocurrió con la más famosa de ellas: "Virgen Mambisa".

Fue todo un artista: pintaba y dibujaba, decoraba imágines y altares, lograba todo lo que se proponía gracias a su gran inteligencia y gusto excelente.

Descansa en paz querido amigo y que la Virgen de la Caridad te proteja bajo su manto y de sitio en su barca para ser junto a ella amor.

(Enero 25, 1998) Misa de Juan Pablo II en La Habana. Video y texto de la Homilía.




MISA EN LA HABANA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE


Plaza José Martí
Domingo, 25 de enero de 1998



1. «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagan duelo ni lloren» (Ne, 8, 9). Con gran gozo presido la Santa Misa en esta Plaza de «José Martí», en el domingo, día del Señor, que debe ser dedicado al descanso, a la oración y a la convivencia familiar. La Palabra de Dios nos convoca para crecer en la fe y celebrar la presencia del Resucitado en medio de nosotros, que «hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo» (1Co 12, 13), el Cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Jesucristo une a todos los bautizados. De Él fluye el amor fraterno tanto entre los católicos cubanos como entre los que viven en cualquier otra parte, porque son «Cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro» (1Co 12, 27). La Iglesia en Cuba, pues, no está sola ni aislada, sino que forma parte de la Iglesia universal extendida por el mundo entero.

2. Saludo con afecto al Cardenal Jaime Ortega, Pastor de esta Arquidiócesis, y le agradezco las amables palabras con las que, al inicio de esta celebración, me ha presentado las realidades y las aspiraciones que marcan la vida de esta comunidad eclesial. Saludo asimismo a los Señores Cardenales aquí presentes, venidos desde distintos lugares, así como a todos mis hermanos Obispos de Cuba y de otros Países que han querido participar en esta solemne celebración. Saludo cordialmente a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y a los fieles reunidos en tan gran número. A cada uno le aseguro mi afecto y cercanía en el Señor. Saludo deferentemente al Señor Presidente doctor Fidel Castro Ruz, que ha querido participar en esta Santa Misa.

Agradezco también la presencia de las autoridades civiles que han querido estar hoy aquí y les quedo reconocido por la cooperación prestada.

3. «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio» (Lc 4, 18). Todo ministro de Dios tiene que hacer suyas en su vida estas palabras que pronunció Jesús en Nazaret. Por eso, al estar entre Ustedes quiero darles la buena noticia de la esperanza en Dios. Como servidor del Evangelio les traigo este mensaje de amor y solidaridad que Jesucristo, con su venida, ofrece a los hombres de todos los tiempos. No se trata en absoluto de una ideología ni de un sistema económico o político nuevo, sino de un camino de paz, justicia y libertad verdaderas.

4. Los sistemas ideológicos y económicos que se han ido sucediendo en los dos últimos siglos con frecuencia han potenciado el enfrentamiento como método, ya que contenían en sus programas los gérmenes de la oposición y de la desunión. Esto condicionó profundamente su concepción del hombre y sus relaciones con los demás. Algunos de esos sistemas han pretendido también reducir la religión a la esfera meramente individual, despojándola de todo influjo o relevancia social. En este sentido, cabe recordar que un Estado moderno no puede hacer del ateísmo o de la religión uno de sus ordenamientos políticos. El Estado, lejos de todo fanatismo o secularismo extremo, debe promover un sereno clima social y una legislación adecuada que permita a cada persona y a cada confesión religiosa vivir libremente su fe, expresarla en los ámbitos de la vida pública y contar con los medios y espacios suficientes para aportar a la vida nacional sus riquezas espirituales, morales y cívicas.

Por otro lado, resurge en varios lugares una forma de neoliberalismo capitalista que subordina la persona humana y condiciona el desarrollo de los pueblos a las fuerzas ciegas del mercado, gravando desde sus centros de poder a los países menos favorecidos con cargas insoportables. Así, en ocasiones, se imponen a las naciones, como condiciones para recibir nuevas ayudas, programas económicos insostenibles. De este modo se asiste en el concierto de las naciones al enriquecimiento exagerado de unos pocos a costa del empobrecimiento creciente de muchos, de forma que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.

5. Queridos hermanos: la Iglesia es maestra en humanidad. Por eso, frente a estos sistemas, presenta la cultura del amor y de la vida, devolviendo a la humanidad la esperanza en el poder transformador del amor vivido en la unidad querida por Cristo. Para ello hay que recorrer un camino de reconciliación, de diálogo y de acogida fraterna del prójimo, de todo prójimo. A Esto se le puede decir: el Evangelio social de la Iglesia.

La Iglesia, al llevar a cabo su misión, propone al mundo una justicia nueva, la justicia del Reino de Dios (cf. Mt 6, 33). En diversas ocasiones me he referido a los temas sociales. Es preciso continuar hablando de ello mientras en el mundo haya una injusticia, por pequeña que sea, pues de lo contrario la Iglesia no sería fiel a la misión confiada por Jesucristo. Está en juego el hombre, la persona concreta. Aunque los tiempos y las circunstancias cambien, siempre hay quienes necesitan de la voz de la Iglesia para que sean reconocidas sus angustias, sus dolores y sus miserias. Los que se encuentren en estas circunstancias pueden estar seguros de que no quedarán defraudados, pues la Iglesia está con ellos y el Papa abraza con el corazón y con su palabra de aliento a todo aquel que sufre la injusticia.

(Juan Pablo II tras la extensa ovación recibida, bromeó)

Yo no soy contrario a los aplausos porque cuando aplauden el Papa puede reposar un poco.

Las enseñanzas de Jesús conservan íntegro su vigor a las puertas del año 2000. Son válidas para todos Ustedes, mis queridos hermanos. En la búsqueda de la justicia del Reino no podemos detenernos ante dificultades e incomprensiones. Si la invitación del Maestro a la justicia, al servicio y al amor es acogida como Buena Nueva, entonces el corazón se ensancha, se transforman los criterios y nace la cultura del amor y de la vida. Este es el gran cambio que la sociedad necesita y espera, y sólo podrá alcanzarse si primero no se produce la conversión del corazón de cada uno, como condición para los necesarios cambios en las estructuras de la sociedad.

6. «El Espíritu del Señor me ha enviado para anunciar a los cautivos la libertad... para dar libertad a los oprimidos» (Lc 4, 18). La buena noticia de Jesús va acompañada de un anuncio de libertad, apoyada sobre el sólido fundamento de la verdad: «Si se mantienen en mi Palabra, serán verdaderamente mis discípulos, y conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8, 31-32). La verdad a la que se refiere Jesús no es sólo la comprensión intelectual de la realidad, sino la verdad sobre el hombre y su condición trascendente, sobre sus derechos y deberes, sobre su grandeza y sus límites. Es la misma verdad que Jesús proclamó con su vida, reafirmó ante Pilato y, con su silencio, ante Herodes; es la misma que lo llevó a la cruz salvadora y a su resurrección gloriosa.

La libertad que no se funda en la verdad condiciona de tal forma al hombre que algunas veces lo hace objeto y no sujeto de su entorno social, cultural, económico y político, dejándolo casi sin ninguna iniciativa para su desarrollo personal. Otras veces esa libertad es de talante individualista y, al no tener en cuenta la libertad de los demás, encierra al hombre en su egoísmo. La conquista de la libertad en la responsabilidad es una tarea imprescindible para toda persona. Para los cristianos, la libertad de los hijos de Dios no es solamente un don y una tarea, sino que alcanzarla supone un inapreciable testimonio y un genuino aporte en el camino de la liberación de todo el género humano. Esta liberación no se reduce a los aspectos sociales y políticos, sino que encuentra su plenitud en el ejercicio de la libertad de conciencia, base y fundamento de los otros derechos humanos.

(Al pueblo que clamaba: «El Papa, libre, nos quiere a todos libres», Juan Pablo II contestó:)

Sí, libres con esa libertad para la que Cristo los ha liberado.

Para muchos de los sistemas políticos y económicos hoy vigentes el mayor desafío sigue siendo el conjugar libertad y justicia social, libertad y solidaridad, sin que ninguna quede relegada a un plano inferior. En este sentido, la Doctrina Social de la Iglesia es un esfuerzo de reflexión y propuesta que trata de iluminar y conciliar las relaciones entre los derechos inalienables de cada hombre y las exigencias sociales, de modo que la persona alcance sus aspiraciones más profundas y su realización integral, según su condición de hijo de Dios y de ciudadano. Por lo cual, el laicado católico debe contribuir a esta realización mediante la aplicación de las enseñanzas sociales de la Iglesia en los diversos ambientes, abiertos a todos los hombres de buena voluntad.

7. En el evangelio proclamado hoy aparece la justicia íntimamente ligada a la verdad. Así se ve también en el pensamiento lúcido de los padres de la Patria. El Siervo de Dios Padre Félix Varela, animado por su fe cristiana y su fidelidad al ministerio sacerdotal, sembró en el corazón del pueblo cubano las semillas de la justicia y la libertad que él soñaba ver florecer en una Cuba libre e independiente.

La doctrina de José Martí sobre el amor entre todos los hombres tiene raíces hondamente evangélicas, superando así el falso conflicto entre la fe en Dios y el amor y servicio a la Patria. Escribe este prócer: «Pura, desinteresada, perseguida, martirizada, poética y sencilla, la religión del Nazareno sedujo a todos los hombres honrados... Todo pueblo necesita ser religioso. No sólo lo es esencialmente, sino que por su propia utilidad debe serlo... Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que la justicia celeste la garantice».

Como saben, Cuba tiene un alma cristiana y eso la ha llevado a tener una vocación universal. Llamada a vencer el aislamiento, ha de abrirse al mundo y el mundo debe acercarse a Cuba, a su pueblo, a sus hijos, que son sin duda su mayor riqueza. ¡Esta es la hora de emprender los nuevos caminos que exigen los tiempos de renovación que vivimos, al acercarse el Tercer milenio de la era cristiana!

8. Queridos hermanos: Dios ha bendecido a este pueblo con verdaderos formadores de la conciencia nacional, claros y firmes exponentes de la fe cristiana, como el más valioso sostén de la virtud y del amor. Hoy los Obispos, con los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos, se esfuerzan en tender puentes para acercar las mentes y los corazones, propiciando y consolidando la paz, preparando la civilización del amor y de la justicia. Estoy en medio de Ustedes como mensajero de la verdad y la esperanza. Por eso quiero repetir mi llamado a dejarse iluminar por Jesucristo, a aceptar sin reservas el esplendor de su verdad, para que todos puedan emprender el camino de la unidad por medio del amor y la solidaridad, evitando la exclusión, el aislamiento y el enfrentamiento, que son contrarios a la voluntad del Dios-Amor.

Que el Espíritu Santo ilumine con sus dones a quienes tienen diversas responsabilidades sobre este pueblo, que llevo en el corazón. Y que la Virgen de la Caridad del Cobre, Reina de Cuba, obtenga para sus hijos los dones de la paz, del progreso y de la felicidad.

Este viento de hoy es muy significativo porque el viento simboliza el Espíritu Santo. «Spiritus spirat ubi vult, Spiritus vult spirare in Cuba». Han entendido las últimas palabras en lengua latina porque Cuba es también de la tradición latina: ¡América Latina, Cuba latina, lengua latina! «Spiritus spirat ubi vult et vult Cubam». Adiós.

Monday, January 23, 2023

(Santa Clara. Enero 22, 1998) Misa de Juan Pablo II dedicada a la Familia. Video y texto de la homilía.



MISA EN SANTA CLARA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE


Jueves, 22 de enero de 1998


1. «Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria; se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino» (Dt 6, 6-7). Nos hemos reunido en el Campo de Deportes del Instituto Superior de Cultura Física «Manuel Fajardo», convertido hoy como en un inmenso templo abierto. En este encuentro queremos dar gracias a Dios por el gran don de la familia.

Ya en la primera página de la Biblia el autor sagrado nos presenta esta institución: «Dios creó al hombre a imagen suya y los creó varón y mujer» (Gn 1, 27). En este sentido, las personas humanas en su dualidad de sexos son, como Dios mismo y por voluntad suya, fuente de vida: «Crezcan y multiplíquense» (Gn 1, 28). Por tanto, la familia está llamada a cooperar en el plan de Dios y en su obra creadora mediante la alianza de amor esponsal entre el hombre y la mujer y, como nos dirá San Pablo, dicha alianza es también signo de la unión de Cristo con su Iglesia (cf. Ef 5, 32).

2. Queridos hermanos y hermanas: me complace saludar con gran afecto a Mons. Fernando Prego Casal, Obispo de Santa Clara, a los Señores Cardenales y demás Obispos, a los sacerdotes y diáconos, a los miembros de las comunidades religiosas, a todos Ustedes, fieles laicos. Quiero dirigir también un deferente saludo a las autoridades civiles. Mis palabras se dirigen muy especialmente a las familias aquí presentes, las cuales quieren proclamar el firme propósito de realizar en su vida el proyecto salvífico del Señor.

3. La institución familiar en Cuba es depositaria del rico patrimonio de virtudes que distinguieron a las familias criollas de tiempos pasados, cuyos miembros se empeñaron tanto en los diversos campos de la vida social y forjaron el País sin reparar en sacrificios y adversidades. Aquellas familias, fundadas sólidamente en los principios cristianos, así como en su sentido de solidaridad familiar y respeto por la vida, fueron verdaderas comunidades de cariño mutuo, de gozo y fiesta, de confianza y seguridad, de serena reconciliación. Se caracterizaron también —como muchos hogares de hoy— por la unidad, el profundo respeto a los mayores, el alto sentido de responsabilidad, el acatamiento sincero de la autoridad paterna y materna, la alegría y el optimismo, tanto en la pobreza como en la riqueza, los deseos de luchar por un mundo mejor y, por encima de todo, por la gran fe y confianza en Dios.

Hoy las familias en Cuba están también afectadas por los desafíos que sufren actualmente tantas familias en el mundo. Son numerosos los miembros de estas familias que han luchado y dedicado su vida para conquistar una existencia mejor, en la que se vean garantizados los derechos humanos indispensables: trabajo, alimentación, vivienda, salud, educación, seguridad social, participación

social, libertad de asociación y para elegir la propia vocación. La familia, célula fundamental de la sociedad y garantía de su estabilidad, sufre sin embargo las crisis que pueden afectar a la sociedad misma. Esto ocurre cuando los matrimonios viven en sistemas económicos o culturales que, bajo la falsa apariencia de libertad y progreso, promueven o incluso defienden una mentalidad antinatalista, induciendo de ese modo a los esposos a recurrir a métodos de control de la natalidad que no están de acuerdo con la dignidad humana. Se llega incluso al aborto, que es siempre, además de un crimen abominable (cf. Const. past. Gaudium et spes, 51), un absurdo empobrecimiento de la persona y de la misma sociedad. Ante ello la Iglesia enseña que Dios ha confiado a los hombres la misión de transmitir la vida de un modo digno del hombre, fruto de la responsabilidad y del amor entre los esposos.

La maternidad se presenta a veces como un retroceso o una limitación de la libertad de la mujer, distorsionando así su verdadera naturaleza y su dignidad. Los hijos son presentados no como lo que son —un gran don de Dios—, sino como algo contra lo que hay que defenderse. La situación social que se ha vivido en este amado País ha acarreado también no pocas dificultades a la estabilidad familiar: las carencias materiales —como cuando los salarios no son suficientes o tienen un poder adquisitivo muy limitado—, las insatisfacciones por razones ideológicas, la atracción de la sociedad de consumo. Éstas, junto con ciertas medidas laborales o de otro género, han provocado un problema que se arrastra en Cuba desde hace años: la separación forzosa de las familias dentro del País y la emigración, que ha desgarrado a familias enteras y ha sembrado dolor en una parte considerable de la población. Experiencias no siempre aceptadas y a veces traumáticas son la separación de los hijos y la sustitución del papel de los padres a causa de los estudios que se realizan lejos del hogar en la edad de la adolescencia, en situaciones que dan por triste resultado la proliferación de la promiscuidad, el empobrecimiento ético, la vulgaridad, las relaciones prematrimoniales a temprana edad y el recurso fácil al aborto. Todo esto deja huellas profundas y negativas en la juventud, que está llamada a encarnar los valores morales auténticos para la consolidación de una sociedad mejor.

4. El camino para vencer estos males no es otro que Jesucristo, su doctrina y su ejemplo de amor total que nos salva. Ninguna ideología puede sustituir su infinita sabiduría y poder. Por eso es necesario recuperar los valores religiosos en el ámbito familiar y social, fomentando la práctica de las virtudes que conformaron los orígenes de la Nación cubana, en el proceso de construir su futuro «con todos y para el bien de todos», como pedía José Martí. La familia, la escuela y la Iglesia deben formar una comunidad educativa donde los hijos de Cuba puedan «crecer en humanidad». No tengan miedo, abran las familias y las escuelas a los valores del Evangelio de Jesucristo, que nunca son un peligro para ningún proyecto social.

5. «El ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: Levántate y toma al niño y a su madre» (Mt 2, 13). La Palabra revelada nos muestra cómo Dios quiere proteger a la familia y preservarla de todo peligro. Por eso la Iglesia, animada e iluminada por el Espíritu Santo, trata de defender y proponer a sus hijos y a todos los hombres de buena voluntad la verdad sobre los valores fundamentales del matrimonio cristiano y de la familia. Asimismo, proclama, como deber ineludible, la santidad de este sacramento y sus exigencias morales, para salvaguardar la dignidad de toda persona humana.

El matrimonio, con su carácter de unión exclusiva y permanente, es sagrado porque tiene su origen en Dios. Los cristianos, al recibir el sacramento del matrimonio, participan en el plan creador de Dios y reciben las gracias que necesitan para cumplir su misión, para educar y formar a los hijos y responder al llamado a la santidad. Es una unión distinta de cualquier otra unión humana, pues se funda en la entrega y aceptación mutua de los esposos con la finalidad de llegar a ser «una sola carne» (Gn 2, 24), viviendo en una comunidad de vida y amor, cuya vocación es ser «santuario de la vida» (cf. Evangelium vitae, 59). Con su unión fiel y perseverante, los esposos contribuyen al bien de la institución familiar y manifiestan que el hombre y la mujer tienen la capacidad de darse para siempre el uno al otro, sin que la donación voluntaria y perenne anule la libertad, porque en el matrimonio cada personalidad debe permanecer inalterada y desarrollar la gran ley del amor: darse el uno al otro para entregarse juntos a la tarea que Dios les encomienda. Si la persona humana es el centro de toda institución social, entonces la familia, primer ámbito de socialización, debe ser una comunidad de personas libres y responsables que lleven adelante el matrimonio como un proyecto de amor, siempre perfeccionable, que aporta vitalidad y dinamismo a la sociedad civil.

6. En la vida matrimonial el servicio a la vida no se agota en la concepción, sino que se prolonga en la educación de las nuevas generaciones. Los padres, al haber dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole y, por consiguiente, deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Esta tarea de la educación es tan importante que, cuando falta, difícilmente puede suplirse (cf. Decl. Gravissimum educationis, 3). Se trata de un deber y de un derecho insustituible e inalienable. Es verdad que, en el ámbito de la educación, a la autoridad pública le competen derechos y deberes, ya que tiene que servir al bien común; sin embargo, esto no le da derecho a sustituir a los padres. Por tanto, los padres, sin esperar que otros les reemplacen en lo que es su responsabilidad, deben poder escoger para sus hijos el estilo pedagógico, los contenidos éticos y cívicos y la inspiración religiosa en los que desean formarlos integralmente. No esperen que todo les venga dado. Asuman su misión educativa, buscando y creando los espacios y medios adecuados en la sociedad civil.

Se ha de procurar, además, a las familias una casa digna y un hogar unido, de modo que puedan gozar y transmitir una educación ética y un ambiente propicio para el cultivo de los altos ideales y la vivencia de la fe.

7. Queridos hermanos y hermanas, queridos esposos y padres, queridos hijos: He deseado recordar algunos aspectos esenciales del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia para ayudarlos a vivir con generosidad y entrega ese camino de santidad al que muchos están llamados. Acojan con amor la Palabra del Señor proclamada en esta Eucaristía. En el Salmo responsorial hemos escuchado: «Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos... tus hijos como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa... Esta es la bendición del hombre que teme al Señor» (Sal 127, 1.3.4).

Muy grande es la vocación a la vida matrimonial y familiar, inspirada en la Palabra de Dios y según el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret. Amados cubanos: ¡Sean fieles a la palabra divina y a este modelo! Queridos maridos y mujeres, padres y madres, familias de la noble Cuba: ¡Conserven en su vida ese modelo sublime, ayudados por la gracia que se les ha dado en el sacramento del matrimonio! Que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, habite en sus hogares. Así, las familias católicas de Cuba contribuirán decisivamente a la gran causa divina de la salvación del hombre en esta tierra bendita que es su Patria y su Nación. ¡Cuba: cuida a tus familias para que conserves sano tu corazón!

Que la Virgen de la Caridad del Cobre, Madre de todos los cubanos, Madre en el Hogar de Nazaret, interceda por todas las familias de Cuba para que, renovadas, vivificadas y ayudadas en sus dificultades, vivan en serenidad y paz, superen los problemas y dificultades, y todos sus miembros alcancen la salvación que viene de Jesucristo, Señor de la historia y de la humanidad. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Quiero repetir las palabras de vuestro poeta José Martí: en el proceso de construir su futuro «con todos y para el bien de todos», la familia, la escuela y la Iglesia deben formar una comunidad educativa donde los hijos de Cuba puedan «crecer en humanidad».

He tenido la alegría de celebrar la primera Santa Misa en Cuba, aquí en Santa Clara. Hemos estado bajo la mirada de la imagen de la Virgen de la Caridad. Nos hemos reunido como una gran familia, la Iglesia, formada aquí por tantas familias que son pequeñas Iglesias.

Mi gozo es grande y sé que el de ustedes también. La vista de esta asamblea es muy hermosa y su belleza aumenta cuando se ve que el vínculo que nos une es la fe. Lleven mi saludo a todos y llévense a sus hogares, además del recuerdo de esta bella celebración, el afecto y el cariño del Papa. San José, patrono de las familias, y Santa Clara, cuyo nombre lleva esta ciudad, estarán contentos por ustedes e intercederán ante el Señor. ¡Que Dios los bendiga a todos!

(Universidad de La Habana. Enero 23, 1998) Discurso de Juan Pablo II al mundo de la Cultura





ENCUENTRO CON EL MUNDO DE LA CULTURA
DISCURSO DEL SANTO PADRE



Universidad de La Habana
Viernes, 23 de enero de 1998



Señor Presidente de la República, gracias por su presencia,
Señores Cardenales y Obispos,
Autoridades universitarias,
Ilustres Señoras y Señores:

1. Es para mí un gozo encontrarme con Ustedes en este venerable recinto de la Universidad de La Habana. A todos dirijo mi afectuoso saludo y, en primer lugar, quiero agradecer las palabras que el Señor Cardenal Jaime Ortega y Alamino ha tenido a bien dirigirme, en nombre de todos, para darme la bienvenida, así como el amable saludo del Señor Rector de esta Universidad, que me ha acogido en esta Aula Magna. En ella se conservan los restos del gran sacerdote y patriota, el Siervo de Dios Padre Félix Varela, ante los cuales he rezado. Gracias, Señor Rector, por presentarme a esta distinguida asamblea de mujeres y hombres que dedican sus esfuerzos a la promoción de la cultura genuina en esta noble nación cubana.

2. La cultura es aquella forma peculiar con la que los hombres expresan y desarrollan sus relaciones con la creación, entre ellos mismos y con Dios, formando el conjunto de valores que caracterizan a un pueblo y los rasgos que lo definen. Así entendida, la cultura tiene una importancia fundamental para la vida de las naciones y para el cultivo de los valores humanos más auténticos. La Iglesia, que acompaña al hombre en su camino, que se abre a la vida social, que busca los espacios para su acción evangelizadora, se acerca, con su palabra y su acción, a la cultura.

La Iglesia católica no se identifica con ninguna cultura particular, sino que se acerca a todas ellas con espíritu abierto. Ella, al proponer con respeto su propia visión del hombre y de los valores, contribuye a la creciente humanización de la sociedad. En la evangelización de la cultura es Cristo mismo el que actúa a través de su Iglesia, ya que con su Encarnación «entra en la cultura» y «trae para cada cultura histórica el don de la purificación y de la plenitud» (Conclusiones de Santo Domingo, 228).

«Toda cultura es un esfuerzo de reflexión sobre el misterio del mundo y, en particular, del hombre: es un modo de expresar la dimensión trascendente de la vida humana» (Discurso en la ONU, 5 octubre 1995, 9). Respetando y promoviendo la cultura, la Iglesia respeta y promueve al hombre: al hombre que se esfuerza por hacer más humana su vida y por acercarla, aunque sea a tientas, al misterio escondido de Dios. Toda cultura tiene un núcleo íntimo de convicciones religiosas y de valores morales, que constituye como su «alma»; es ahí donde Cristo quiere llegar con la fuerza sanadora de su gracia. La evangelización de la cultura es como una elevación de su «alma religiosa», infundiéndole un dinamismo nuevo y potente, el dinamismo del Espíritu Santo, que la lleva a la máxima actualización de sus potencialidades humanas. En Cristo, toda cultura se siente profundamente respetada, valorada y amada; porque toda cultura está siempre abierta, en lo más auténtico de sí misma, a los tesoros de la Redención.

3. Cuba, por su historia y situación geográfica, tiene una cultura propia en cuya formación ha habido influencias diversas: la hispánica, que trajo el catolicismo; la africana, cuya religiosidad fue permeada por el cristianismo; la de los diferentes grupos de inmigrantes; y la propiamente americana. Es de justicia recordar la influencia que el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, de La Habana, ha tenido en el desarrollo de la cultura nacional bajo el influjo de figuras como José Agustín Caballero, llamado por Martí «padre de los pobres y de nuestra filosofía», y el sacerdote Félix Varela, verdadero padre de la cultura cubana. La superficialidad o el anticlericalismo de algunos sectores en aquella época no son genuinamente representativos de lo que ha sido la verdadera idiosincrasia de este pueblo, que en su historia ha visto la fe católica como fuente de los ricos valores de la cubanía que, junto a las expresiones típicas, canciones populares, controversias campesinas y refranero popular, tiene una honda matriz cristiana, lo cual es hoy una riqueza y una realidad constitutiva de la Nación.

4. Hijo preclaro de esta tierra es el Padre Félix Varela y Morales, considerado por muchos como piedra fundacional de la nacionalidad cubana. Él mismo es, en su persona, la mejor síntesis que podemos encontrar entre fe cristiana y cultura cubana. Sacerdote habanero ejemplar y patriota indiscutible, fue un pensador insigne que renovó en la Cuba del siglo XIX los métodos pedagógicos y los contenidos de la enseñanza filosófica, jurídica, científica y teológica. Maestro de generaciones de cubanos, enseñó que para asumir responsablemente la existencia lo primero que se debe aprender es el difícil arte de pensar correctamente y con cabeza propia. Él fue el primero que habló de independencia en estas tierras. Habló también de democracia, considerándola como el proyecto político más armónico con la naturaleza humana, resaltando a la vez las exigencias que de ella se derivan. Entre estas exigencias destacaba dos: que haya personas educadas para la libertad y la responsabilidad, con un proyecto ético forjado en su interior, que asuman lo mejor de la herencia de la civilización y los perennes valores trascendentes, para ser así capaces de emprender tareas decisivas al servicio de la comunidad; y, en segundo lugar, que las relaciones humanas, así como el estilo de convivencia social, favorezcan los debidos espacios donde cada persona pueda, con el necesario respeto y solidaridad, desempeñar el papel histórico que le corresponde para dinamizar el Estado de Derecho, garantía esencial de toda convivencia humana que quiera considerarse democrática.

El Padre Varela era consciente de que, en su tiempo, la independencia era un ideal todavía inalcanzable; por ello se dedicó a formar personas, hombres de conciencia, que no fueran soberbios con los débiles, ni débiles con los poderosos. Desde su exilio de Nueva York, hizo uso de los medios que tenía a su alcance: la correspondencia personal, la prensa y la que podríamos considerar su obra cimera, las Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo en sus relaciones con la sociedad, verdadero monumento de enseñanza moral, que constituye su precioso legado a la juventud cubana. Durante los últimos treinta años de su vida, apartado de su cátedra habanera, continuó enseñando desde lejos, generando de ese modo una escuela de pensamiento, un estilo de convivencia social y una actitud hacia la patria que deben iluminar, también hoy, a todos los cubanos.

Toda la vida del Padre Varela estuvo inspirada en una profunda espiritualidad cristiana. Ésta es su motivación más fuerte, la fuente de sus virtudes, la raíz de su compromiso con la Iglesia y con Cuba: buscar la gloria de Dios en todo. Eso lo llevó a creer en la fuerza de lo pequeño, en la eficacia de las semillas de la verdad, en la conveniencia de que los cambios se dieran con la debida gradualidad hacia las grandes y auténticas reformas. Cuando se encontraba al final de su camino, momentos antes de cerrar los ojos a la luz de este mundo y de abrirlos a la Luz inextinguible, cumplió aquella promesa que siempre había hecho: «Guiado por la antorcha de la fe, camino al sepulcro en cuyo borde espero, con la gracia divina, hacer, con el último suspiro, una protestación de mi firme creencia y un voto fervoroso por la prosperidad de mi patria» (Cartas a Elpidio, tomo I, carta 6, p. 182).

5. Ésta es la herencia que el Padre Varela dejó. El bien de su patria sigue necesitando de la luz sin ocaso, que es Cristo. Cristo es la vía que guía al hombre a la plenitud de sus dimensiones, el camino que conduce hacia una sociedad más justa, más libre, más humana y más solidaria. El amor a Cristo y a Cuba, que iluminó la vida del Padre Varela, está en la raíz más honda de la cultura cubana. Recuerden la antorcha que aparece en el escudo de esta Casa de estudios: no es sólo memoria, sino también proyecto. Los propósitos y los orígenes de esta Universidad, su trayectoria y su herencia, marcan su vocación de ser madre de sabiduría y de libertad, inspiradora de fe y de justicia, crisol donde se funden ciencia y conciencia, maestra de universalidad y de cubanía.

La antorcha que, encendida por el Padre Varela, había de iluminar la historia del pueblo cubano, fue recogida, poco después de su muerte, por esa personalidad relevante de la nación que es José Martí: escritor y maestro en el sentido más pleno de la palabra, profundamente democrático e independentista, patriota, amigo leal aun de aquellos que no compartían su programa político. Él fue, sobre todo, un hombre de luz, coherente con sus valores éticos y animado por una espiritualidad de raíz eminentemente cristiana. Es considerado como un continuador del pensamiento del Padre Varela, a quien llamó «el santo cubano».

6. En esta Universidad se conservan los restos del Padre Varela como uno de sus tesoros más preciosos. Por doquier, en Cuba, se ven también los monumentos que la veneración de los cubanos ha levantado a José Martí. Y estoy convencido de que este pueblo ha heredado las virtudes humanas, de matriz cristiana, de ambos hombres, pues todos los cubanos participan solidariamente de su impronta cultural. En Cuba se puede hablar de un diálogo cultural fecundo, que es garantía de un crecimiento más armónico y de un incremento de iniciativas y de creatividad de la sociedad civil. En este país, la mayor parte de los artífices de la cultura —católicos y no católicos, creyentes y no creyentes— son hombres de diálogo, capaces de proponer y de escuchar. Los animo a proseguir en sus esfuerzos por encontrar una síntesis con la que todos los cubanos puedan identificarse; a buscar el modo de consolidar una identidad cubana armónica que pueda integrar en su seno sus múltiples tradiciones nacionales. La cultura cubana, si está abierta a la Verdad, afianzará su identidad nacional y la hará crecer en humanidad.

La Iglesia y las instituciones culturales de la Nación deben encontrarse en el diálogo, y cooperar así al desarrollo de la cultura cubana. Ambas tienen un camino y una finalidad común: servir al hombre, cultivar todas las dimensiones de su espíritu y fecundar desde dentro todas sus relaciones comunitarias y sociales. Las iniciativas que ya existen en este sentido deben encontrar apoyo y continuidad en una pastoral para la cultura, en diálogo permanente con personas e instituciones del ámbito intelectual.

Peregrino en una Nación como la suya, con la riqueza de una herencia mestiza y cristiana, confío que en el porvenir los cubanos alcancen una civilización de la justicia y de la solidaridad, de la libertad y de la verdad, una civilización del amor y de la paz que, como decía el Padre Varela, «sea la base del gran edificio de nuestra felicidad». Para ello me permito poner de nuevo en las manos de la juventud cubana aquel legado, siempre necesario y siempre actual, del Padre de la cultura cubana; aquella misión que el Padre Varela encomendó a sus discípulos: «Diles que ellos son la dulce esperanza de la patria y que no hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad».
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Gaspar, El Lugareño Headline Animator

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