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Wednesday, July 30, 2025

Los cines del Camagüey en la memoria. (por Carlos A. Peón-Casas)

Apolo (1909-1962)
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Confieso que por mi edad, ni tan corta ni tan larga en este hic etc nunc, solo conocí de oídas, y de leídas, los avatares cinéfilos de esta ciudad que tuvo el encanto y la magia del cine desde muy temprano.

Primero en su formato mudo, y ya a finales de los años veinte del pasado siglo, la llegada del sonido incorporado, y luego el color, y los grandes formatos del CinemaScope y hasta la inigualable experiencia del Cinerama, de la que mi padre me contaba en mi primera niñez.

Social
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De esa evolución cinematográfica la ciudad fue un inédito testigo. Salas de exhibición las hubo y muy buenas, en su formato simple como las más humildes de algunos cines de barrio: el Social, el América o el Camagüey, el recordado y muy popular Apolo de tantas evocaciones...

También aquellas con doble funcion: cine y teatro, todo en uno.

Casablanca, o Casa Blanca
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En el centro urbano, en ese downtown más clásico, que acá los camagüeyanos bautizaron como " el pueblo", el término lo usaba aún mi padre en mi infancia, se contaron unas cuantas: Avellaneda, Encanto, Casablanca, el Principal, Guerrero... luego el exquisito Alkázar...

Avellaneda
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De oídas, igual le escuché a mis mayores, de aquellas infinitas tandas corridas que disfrutaban los pequeños de casa, igual de los innumerables delicatessens que degustaran los muchachos de entonces: los refrescos de producción local y los importados de muchos sabores y marcas, los cucuruchos de rositas de maíz, y un largo y muy dulce etcétera.


Alguna vez me fue referida la anécdota quizás contada por mi inolvidable padre, de una muy popular y divertida costumbre de su infancia y acaso primera adolescencia: hacer rodar por el piso inclinado de la sala de marras, las botellas vacías, que con inusitado estrépito y susto para los más concentrados, se rompían al llegar a la zona más próxima a la pantalla de exhibición. cuántas otras de aquellas travesuras muchos que ya peinan más canas que yo podrán recordar.

Alkazar 
(cuando todavía era cine-teatro)
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Igual recuerdo de lo que me fuera referido, lo que serían las grandes producciones que llegaron a los circuitos de aquel Camagüey cinéfilo a todo trapo, provenientes de las grandes casas y estudios de fama hollywoodense y mundial, cito solo algunas como botón de muestra: la francesa Gigi con Gaby Morlay, las también oscarizadas: La vuelta al mundo en ochenta días, El Rey y yo, Anastasia, Gigante, La Strada, El Hombre que sabía demasiado....

O todas aquellas con premios en Cannes, Berlín o Venecia: El Mundo del silencio, Otello en una versión soviética, Mañana Lloraré con Susan Hayward, Invitación al Baile, la inglesa Ricardo III, la inolvidable Trapecio con Burt Lancaster, la cinta española Calle Mayor, o la india Father Panchali.

Guerrero
(a un costado de la Popular)
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Ir al cine, sumergirse en el rito y la magia de la sala oscura, era entonces una fiesta, inombrable al decir lezamiano, pero además una experiencia celebrativa y con un signo de neto provecho espiritual.

El clásico formato de 35mm, la sala oscura y los grandes proyectores hacian el resto. Aún la era analogica nos mantenía a salvo de los formatos de esta hora digital, inevitables en los tiempos de internet y Netflix, pero igual carentes de esa patina que extrañamos...

Aún en mi infancia citadina de los años 70's, el cine tenía esa coordenada de los grandes rollos de celuloide, que a veces se velaban, por accidente o vaya ud asaber, y que de pronto alcanzaban la rechifla general contra el esforzado y anónimo proyeccionista.

Luego ya en los ochentas y los tempranos noventa, aún recuerdo la misma experiencia hasta que un buen día ya fueron escasas las proyecciones y llegó el final, se impusieron las video casseteras, y luego los DVD's y the rest was silence... parodiando a Shakespeare.

Encanto
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No recuerdo cuál sería la última cinta en el formato clásico que viera en algún cine de esta ciudad, si alguien memorioso tiene el dato, que me lo comparta, y se lo agradeceré.

Creo y lo digo sin tapujos, que la última vez que fui al cine como lo concibo y lo recuerdo, no fue precisamente por estos lares.

Me sucedió en Chile, en un pequeño y animado cine de pueblo, en la quinta región chilena, cerca de Valparaíso. El filme fue aquella inolvidable Antz en el año 1998.


"Calle de los cines"
Camagüey
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Con notas de la Guía Cinematográfica. 1956-1957. Centro Católico de Orientación Cinematográfica.Litografica Ramallo La Habana , Cuba, 1957.

Tuesday, July 29, 2025

Un poema para tus manos (por Segundo H. Leyva Casay. Camagüey, 1960)

Foto/Bohemia
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A Carmina Benguría


Cuando en la plegaria de tu voz divina
se escuchan los versos de un poema triste
donde llora el alma una desventura,
¡tus manos son alas que claman y piden!

Cuando en un supremo éxtasis nos dices 
las bellas palabras de tus dulces preces
y en los discursos de Martí te elevas,
tus manos, Carmina, ¡son manos que ofrecen!

Cuando en tus pupilas brilla la certeza,
de cambiar en belio lo triste, fulguran, 
y entonces tus manos, rubricando el gesto
con todas tus ansias, ¡son manos que acusan!

Y cuando tu verbo milagroso calla
dejando en las almas la luz que redime
¡se vuelven de seda, de nácar, de espuma
tus manos sagradas cuando se despiden...!



Segundo H. Leyva Casay
Camagüey.
Texto tomado de Bohemia. Septiembre 1960.



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Ver en el blog

Wednesday, July 16, 2025

Agustín Acosta en Camagüey. La cercanía literaria y de amistad con Luis Pichardo Loret de Mola. (por Carlos A. Peón-Casas)


El celebrado poeta matancero, Poeta Nacional en 1955, tuvo una interesante cercanía de signos literarios y de profunda amistad con el escritor y periodista camagüeyano Luis Pichardo Loret de Mola, testimonio de la cual quedó una evidencia sustanciosa en un prólogo que el primero firmara de un libro de su amigo del Camagüey en 1956(1).

Se trata del libro Mi suma ideológica, que viera la luz en la ciudad agramontina, y que reunió una valiosa colección de los artículos periodísticos de Pichardo, publicados desde 1949 en el periódico El Camagüeyano donde fungió mucho tiempo como Jefe de Redacción.

El texto de Acosta es, a no dudarlo, un testimonio de laudatorio signo para las dotes del excepcional periodista que fue Pichardo, y tambien, para sus convicciones de hombre de profunda fe católica que jamás desdeñara reseñar en sus crónicas; pero igualmente es un recuerdo amable para la ciudad camagüeyana que le enamoró desde su primera vez.


Dice Acosta de nuestro Camagüey que:
Como en las Brujas de Rodembach, en el Camagüey católico de Luis Pichardo Loret de Mola, las campanas de los viejos templos anuncian, llaman, ruegan. No son las campanas de Poe, ni las de Schiller... Son más bien las campanas de Darío, las provincianas, las que tocan ángelus y maitines, las que llaman a bodas o doblan en las horas tristísimas en que un cortejo marcha a pie camino de la ciudad del reposo. Los suburbios muestran sus viejos conventos, sus anejas casonas llenas de reliquias y los estrechos y torcidos callejones, que unen determinadas calles, parece que esperan el arribo de los piratas... Todos la llaman ciudad prócer... Pensad en Agramonte, en el Marqués, en el Lugareño, en Benjamín Guerra... Pensad en Varona y en Borrero... y en muchos más...
A propósito de una de las crónicas reseñadas en el libro prologado por Acosta, intitulada: El Club del Libre Albedrío, el poeta aludiría a una experiencia muy suya junto a su amigo camagüeyano, en ese mítico "club", que no era otro que el emblemático Gran Hotel de la calle Maceo, y en específico su magnífica Marquesina y su Patio, donde ya Pichardo en su artículo los resaltaba como "un rectángulo de vida, de expresión y presencia camagueyana inconfundibles."


De aquella experiencia acotamos lo que el propio poeta Acosta reseñara:
Yo disfruté en una tarde no muy lejana, junto a Luis Pichardo Loret de Mola, el encanto de ese atardecer maravilloso. La penumbra de la sala daba un toque misterioso a las charlas discretas. No se oía la risotada vulgar, ni la frase grosera, ni se veía por parte alguna un descompuesto ademán. Damas y caballeros como en el más aristocrático, pero también en el más comedido de los clubes, departían animadamente, mientras una música suavemente criolla rozaba nuestro oído y entraba hasta muy adentro de nosotros. Fue entonces -amarilleando el whisky en el vaso0 intocado- cuando vi reír por primera vez a Luis Pichardo. La timidez de la que antes hable se tornó fraternal camaradería; más no fue por influjo de la Escocia, sino por la armonía seductora de aquel ambiente, y tal vez, tal vez, porque a esa hora en que el espíritu se contempla a si mismo, a pesar del murmullo de las voces y de los ruidos de los vasos, y de la melodía de la música, por el patio volaban como golondrinas que buscaban su nido en las almas allí reunidas, los sones armoniosos de las campanas, de las dulces y alegres campanas de Camagüey.




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1. Mi suma ideológica. Luis Pichardo Loret de Mola. Prólogo de Agustín Acosta. Camagüey, 1956. Editado por el Ayuntamiento de Camagüey con la cooperación de la empresa editorial El Camagueyanos S.A. 

Sunday, June 22, 2025

"Celebrar" (Vocabulario Cubano", de Constantino Suárez. Año 1921)



Cuando a Santiago (de Cuba) llegué, conversando con una santiaguera, me contó que habían "botado" del campamento de la "escuela al campo" (un mes durante los años de secundaria y pre) a unos novios porque se "celebraban" en público.

En mi camagüeyano entender, que unos novios se celebren en público es algo bello y un buen ejemplo para sus compañeros. De ninguna manera podía ofender a la "moral revolucionaria".

Ella me explicó entonces que "celebrarse" (en el Santiago de Cuba de los 80s) era casi casi "apretar".

Apretar, se apretaba en la "escuela al campo" camagüeyana detrás de los baños, y si algo más, aventurarse a los platanales. Aunque los novios se podían poner medios melosos en público (algo así como medio "celebrarse". (JEM)

Wednesday, June 11, 2025

Noticias de Camagüey. Una guía para turistas del año 1997. (por Carlos A. Peón-Casas)


Se trata de Fodor’s una publicación canadiense para viajeros de paso por la Isla cubiche de finales de los aciagos 90’s.

Me intereso por el capítulo “camagüeyano” que titulan con un sugerente slogan: From Camagüey to Santa Lucía, porque del resto de la antigua provincia, según entendería el viajero y cronista, poco o casi nada valdría la pena la reseña.

La ciudad emerge en una muy poco atractiva descripción de ubicación geográfica:
En la Carretera Central, a mitad de camino entre las capitales provinciales de Ciego de Ávila y Las Tunas, se ubica Camagüey…
De cualquier modo no es de extrañar que el redactor y viajero no se sintiera impresionado por ese tramo anodino de carretera que poco o nada dice del encanto subyacente de nuestra otrora villa una vez se le recorre en sus más renombradas calles, iglesias, plazas y callejones.

De todo eso sí deja evidencia en un recorrido a pie comenzando en la antigua plaza de La Merced con su otro nombre que no viene ahora al caso…

Desde la casa del Mayor, y cruzando hasta la Iglesia mercedaria, y otra vez la plaza en diagonal para enrumbar la calle Padre Valencia hasta el Teatro Principal, para devolverse luego, y encaminar entonces la calle Cisneros, contemplando las antiguas casonas a las que bien sabe reconocer por 
sus colores menos llamativos como en otros sitios, pero con el mejor reflejo de los gustos de aquella bien puesta burguesía rural... con sus inmensos tinajones… Camagüey siempre tuvo [el verbo en pasado no convence a este cronista], problemas con el agua, por eso se hizo habitual guardar la de lluvia…
De allí pasando por la plaza de Bedoya para desembocar en la del Carmen, presidida por su Iglesia a dos torres, por entonces en una condición paupérrima, años antes que con tanto esfuerzo el Arzobispo Mons Adolfo logró devolverle su esplendor.

De allí por toda la calle Martí hasta llegar al Parque Agramonte, la Catedral y el monumento al Mayor, de paso mencionar a la entonces ya disminuida Casa de la Trova.

Continuando por la calle Cisneros a la altura de San Clemente contempla al que fuera sólido Palacio Bernal, y de allí doblando en la de Ángel prosigue hasta alcanzar las famosas Cinco Esquinas. A la altura de la calle Matías Varona hace izquierda y se adentra en la Plaza de San Juan de Dios.

Necesitado de un descanso, el cronista descubre con asombro los famosos chorizos regados con espumosa Tínima, en el inolvidable Parador de los Tres Reyes, que para ese minuto solo se alcanzaban, previa reserva según lo acota el viajero, y no dudarlo a precio de CUC, los mismos que este escribidor conoció en humilde moneda nacional a finales de la década de los ochenta.

El resto del periplo seguiría por la calle Hurtado hasta desembocar en la de Pobres o Padre Olallo, de allí pasando por el callejón de Funda del Catre, para embocar luego Avellaneda y tener evidencia del Palacio Pichardo y la Casa Natal de La Avellaneda. En la intersección con Ignacio Agramonte volver a la izquierda y contemplar la iglesia de La Soledad por entonces con su recordada patina dieciochesca en puro ladrillo tal como la vimos desde que abrimos los ojos a la luz de aquella villa cada vez menos nuestra.

De nuestra Soledad resaltó su observación muy oportuna:
La mayoría de la iglesias cubanas permanecen cerradas cuando no hay celebraciones. La Soledad es una excepción.
Sus descripciones subsiguientes ya en la cale Ignacio Agramonte, las dejo en extenso para el curioso lector, como una muestra muy genuina de aquella ciudad que una vez habitamos y que hoy se nos hizo vivida en este recorrido de hace casi tres décadas atrás.
Continuamos por Ignacio Agramonte, una de las arterias comerciales de la ciudad. En la esquina hay una pizzería, usualmente con una larga fila de clientes. A la derecha El Cabaret Colonial, dos cines y una sala de video, y una oficina de turismo (los que la atienden pueden organizarle una excursión pero no disponen de información impresa sobre la ciudad). Justo enfrente en el número 447, hay una farmacia especializada en plantas medicinales…

Wednesday, June 4, 2025

La Biblioteca Diocesana de Camagüey, en su actual local. Fotos recientes. (por Carlos A. Peón-Casas)


Con la alegría y la satisfacción que me procuran, encuentro en la página del Dr. Luis Fernando  Bastián Cadalzo en Facebook, la publicación de unas fotos suyas alusivas a la Biblioteca Diocesana de Camagüey. Centro con 25 años de labor permanente y sostenida, en este espacio con entrada propia por la calle Lope Recio.

Bueno es aclarar al lector no enterado, que esta institución eclesiástica tiene más tiempo de vida propia, la fecha de su fundación es el 12 de febrero de 1990, y estuvo inicialmente ubicada en otra área de la Casa Diocesana de la Merced, de Camagüey, con la entrada por la Plaza de los Trabajadores.


La fundación del nuevo local, mucho más amplio, funcional e independiente, era a no dudarlo un empeño sustantivo de nuestro entrañable Mons Adolfo Rodríguez, promoviendo los mejores valores de la Fe y la cultura, con espíritu de armonía y fraternidad.


En junio del 2000 tuve la suerte de inaugurar este espacio que se abría a todos los camagüeyanos, con la disposición permanente de hacerlo un habitáculo común donde la Fe y la cultura continuaran andando en armonioso abrazo.

Hasta el año 2023 me tocó regir allí como su director. Hoy, desde la distancia, tengo la alegría de redescubrirla bajo la mirada atenta de la Dra Ivette Prince, a quien la Arquidiócesis le ha confiado tan hermosa tarea.

Me place grandemente en este minuto,  rendir este humilde y sentido homenaje a todos los que con ferviente pasión, han honrado en nuestra inolvidable “Diocesana” la hermosa y entregada labor bibliotecaria.

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Agradezco al Dr Luis Fernando Bastián por realizar estas fotos que ilustran el texto, y a la Dra Prince por colaborarle en la publicación de las mismas. 

Wednesday, May 28, 2025

La Escuela Municipal Superior de Varones en el Puerto Príncipe de 1868 (por Carlos A. Peón-Casas)



Hacemos rememoración hoy sobre un particular espacio educativo de la ciudad príncipeña en el año 1868.

Los datos para tan valioso acercamiento, que nos dará pie para futuras rememoraciónes, los hallamos en una interesante publicación de la época: Guía del profesorado Cubano para 1868, de Pablo Guerra.

El susodicho colegio que hoy nos ocupa estaba situado en la calle de San Antonio número 6 esquina a la de San Ignacio (Hermanos Agüero).

Los datos concernientes a ese espacio educativo en Puerto Príncipe los refiero desde el original citado:
Director. - Don Gabriel Román y Cermeño natural de Tamara provincia de Palencia, casado de 49 años. Nombrado por ascenso el 19 de Octubre de 1855, por el Dr. Don José de la Concha, al crear seis escuelas municipales en la ciudad, de ellas dos superiores para varones. (...) Tiene el Director las certificaciones universitarias de haber cursado Latinidad, Filosofía, Teología y Cánones, que le dan acceso a los grados académicos. Fue profesor del Colegio La Unión, que dirigió en la Habana Don Feliciano Carreño. Fundó en Puerto Príncipe en 1849 el Instituto Lancasteriano de Santa Teresa de Jesús, hasta que el 17 de Marzo de 1854 fue nombrado por concurso Director de esta escuela, que fue primeramente elemental.

Ayudantes: Tiene tres, uno de ellos hijo suyo...

Emolumentos: Goza $150 al mes por toda asignación. Al año se le pasan 19-3rs ftes para gastos menores.

Local: La casa es grande, espaciosa, clara y ventilada, dos grandes salas con doce departamentos o cuartos, dos colgadizos y demás comodidades. El alquiler es de cuenta del maestro.

Mobiliario. Casi todo es de la propiedad del Director, y está muy completo. No tiene aparatos de Física ni de Historia Natural y carece de un Archivo.

Alumnos: Concurren hoy 126: de ellos 96 son costeados por el Ayuntamiento, pupilos 10, medio pupilos 3 externos 17.

Enseñanza: Todos los ramos que abraza el Plan de Estudios prudentemente ampliados, se inculcan durante las siete horas de clases: todas las asignaturas, son diarias excepto las de Física, Historia Natural, Geografía General y de la Isla que son alternadas. Asistencia diaria por término medio 95 a100 según las épocas.

Historia: Está escuela fue creada con carácter de elemental en 1815 y era de patronato de los ascendientes del Marqués de Santa Ana y Santa María, Don José A. Castillo y Don José Manuel de la Torre Izquierdo...

Friday, May 23, 2025

"Martina querida". Fragmento de la novela publicada por Ediciones Sequoia, Estados Unidos, 2025. (por Roberto Méndez Martínez)

Agradezco a Roberto Méndez Martínez que comparta, con los lectores de Gaspar, El Lugareño, este fragmento de su más reciente novela. 


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Puerto Príncipe, 8 de agosto de 1851.




Martina querida:

La casa se ha quedado en silencio a mediodía. Papá se ha levantado de la mesa para irse directamente a la Comandancia. Va todos los días a procurar que le permitan entrevistarse otra vez con Adolfo. Habitualmente lo dejan pasar y sentarse en un banco del vestíbulo. Los centinelas y los escribientes se han acostumbrado a verlo allí, lo saludan y le preguntan por la familia, pero ni el Mariscal ni los altos oficiales bajo su mando se preocupan por él. Pasan por su lado como si fuera invisible y si él intenta dirigirse a ellos apresuran el paso y le dicen que espere, que tal vez mañana, cuando concluya el Consejo de Guerra, pero este no concluye…

Yo he venido al patio, al rincón tras el pozo y me he sentado a escribir aquí escondida, sin temor a que el musgo manche mi bata de hilo o las hormigas trepen por mis piernas. No quiero pensar en Adolfito encerrado en el cuartel e interrogado por hombres que buscarán confundirlo con sus preguntas, para que sus respuestas parezcan bien culpables y condenarlo a muerte o encerrarlo por muchos años. Tampoco quiero que otros sepan cuánto me ha afectado la muerte de mi Antonio. Por eso, Martina querida, en vez de escribir de esas cosas, que son las más importantes para mi corazón, prefiero jugar al juego de conocernos. Es como si estuviera frente al espejo, pero la que veo allí no es totalmente yo, o yo no soy exactamente ella, porque cada una vive en su lado y no sabe todo sobre la otra. Por eso voy a contarte mi vida, o las pocas cosas que valen la pena en ella. Así pasa el tiempo y llegan noticias y no enloquezco.


Comienzo por lo más lejano. Mi padre, Simón de Pierra y Ruiz del Canto, natural de La Florida y de profesión militar vino al Príncipe con su regimiento hace un poco más de veinte años y acá conoció a Francisca de Agüero y Arteaga, mi futura madre. La cortejó por breve tiempo y aunque él careciera de bienes de fortuna y su pretendida tuviera una posición más desahogada, le fue concedida su mano y se casaron en el templo consagrado a Nuestra Señora de la Caridad, al cual estaban vinculados los Agüero desde tiempos remotos como benefactores, una fresca mañana de enero de 1829. Desde entonces se establecieron en esta calle del Cristo 9, donde nació su primer hijo, Adolfo, el 11 de octubre de 1829 y yo fui la segunda, pues vi la luz el 3 de febrero de 1833, al día siguiente de la fiesta patronal de La Candelaria, cosa que a casi nadie pareció significativa, salvo a la esclava Narda, mi criandera, que lo recordaba siempre que yo hacía una de mis trastadas. “Esta niña es candela. Como que nació con la señora del fuego sobre su cabeza”. Narda, la pobre, que me alimentó de su pecho porque mamá, siempre enferma, no podía hacerlo y después siguió conmigo, me hizo fuerte con platos que encargaba a la cocinera solo para mí, especialmente carne de res guisada por horas con quimbombó y plátanos maduros, que me daba por cucharaditas mientras me contaba cuentos de los tatas, los negros viejos, como aquél del joven ingenioso que pudo derrotar a la serpiente gigante, no con fuerza sino con astucia, o el otro del dios guerrero que tenía encerrado en su hacha el poder del rayo, pero cuando lo persiguió su rival, otro dios celoso, se escondió entre las mujeres, disfrazado como una más. Ella jugaba conmigo a las escondidas, me peinaba con paciencia infinita, procuraba disimular mis estropicios o intercedía para que el castigo por ellos fuera más leve. Ella sabía cuándo había luna llena, a qué hora cortar cada flor del patio para que durara más y conocía cientos de tisanas y remedios para los males del cuerpo y del alma. Cuando crecí me repetía: “Niña, no te dejes tocar por hombre, porque esa puede ser tu desgracia” y yo no la entendía.

Con las monjas – las Madres Ursulinas- estuve varios años. Entonces me parecían frías y harto severas, hoy creo que si no hubieran sido así no podrían haber educado a tanta muchacha caprichosa, desde las niñas de ciudad llenas de melindres y siempre listas para una alferecía si las contrariaban, hasta las pupilas traídas del campo, con sus ojos desconfiados y a las que casi había que enlazar como terneras para que se disciplinaran. No eran de almíbar las madrecitas pero habían aprendido a ser tenaces, a disimular sus afectos y aversiones y a mantener siempre los ojos secos. Nunca vi una monja llorona. Hay quienes aseguran que recibieron allí tirones de orejas y hasta bofetadas, pero eso nunca lo vi, aunque sí puedo dar fe de que no dejaban pasar ciertas rebeldías: ojos torcidos, muecas, réplicas a destiempo, podían ponerte en un rincón mirando a la pared, el tiempo de rezar cien Avemarías, o traer escritas mil líneas para el día siguiente, lo más extremo era cuando se te aproximaban, con aquel rostro inexpresivo y, sin que se les despeinara un cabello o se les arrugara la toca, te daban un pellizco en el antebrazo, pequeño, furtivo, pero inolvidable. Era peor que el picotazo de un gallo. Supongo que las entrenaban para eso y un pellizco de monja era lo suficientemente persuasivo como para no descuidar los deberes.

Con ellas aprendí esa caligrafía inglesa y la otra, la común redonda, que me salvaron la vida hace pocos días, un poco de aritmética – no saberse de corrido las tablas provocó hartos pellizcos-, algo de dibujo, costura y bordado, sin olvidar las lecciones de Lengua castellana, con sus lecturas ejemplares y las interminables preguntas y respuestas del Catecismo. Lo otro eran las buenas maneras: caminar derecha y con la cabeza alta, y sin embargo, responder a las preguntas de las madres con la mirada baja, sentarse con modestia, con el torso erguido, sin abrir las piernas y con las manos juntas en el regazo. Para todo había maneras establecidas, hasta para matar mosquitos, porque ellas aseguraban que una joven educada no podía eliminar los insectos a manotazos como un carretero, sino que debía esperarse que se posara alguno sobre nosotros y aplastarlo con solo un dedo. Mi padre se reía a carcajadas cuando se enteró de aquello, decía que era imposible capturar a esos bichos de tal forma, pero si uno ponía empeño lo lograba y hasta podía ganar competencias secretas en el aula por el número de bichos ultimados en silencio.


La gente nacía, tenía hijos, se enfermaba y moría, siempre guiada por el calendario de fiestas religiosas. El 6 de enero, Día de Reyes nos íbamos en romería al leprosorio de San Lázaro y el 2 de febrero había misa y procesión al amanecer para celebrar la festividad de la patrona de la Villa. Los vecinos podían asistir o no a estas, pero no olvidarían podar las plantas de su patio para que crecieran más frondosas y cortarse las puntas del cabello las mujeres, por razones semejantes. El 19 de marzo no solo era el santo de los numerosísimos Josés de la familia y la ciudad, sino que la tradición mandaba que se quemara la hierba de los campos, para que brotara otra nueva con las primeras lluvias de primavera. La Semana Santa se celebraba con toda solemnidad y desfilaban entre los templos de La Merced. La Mayor y La Soledad, las procesiones del Santo Sepulcro, la de la Soledad y la del Encuentro el día Pascua. En junio, entre los días de San Juan y San Pedro, cuando ya se había vendido el ganado, había carreras de jinetes, fiestas bajo las enramadas que se colocaban en cada barrio, disfraces y bromas no siempre felices. A fines de agosto comenzaba el novenario de la Virgen de la Caridad y con él, la célebre feria que desplazaba a muchísimas personas a la barriada cercana al templo donde había juegos de azar, rifas y bailes. El 2 de noviembre, Día de fieles difuntos, estaba dedicado a recordar a los muertos, para ello se limpiaban y engalanaban los panteones en el cementerio y las familias pasaban casi todo el día junto a los despojos de aquellos que los habían precedido en el camino a la eternidad. Cuando se marchaban dejaban farolillos encendidos que daban un aire misterioso y extraño al camposanto. El 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción la celebración principal era en La Soledad y después de la procesión de las muchachas solteras en la tarde, se celebraba en cada hogar la Nochebuena Chiquita, que era como un anticipo de la cena mayor del 24 de diciembre, antes de la Misa de Gallo y los villancicos con panderos y matracas… A todo esto habría que sumar otras devociones aquí muy arraigadas como las de San Francisco, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de la Merced, Santa Ana y San Ramón Nonato, patrono de los niños, las embarazadas y las personas calumniadas. A él habría que rezar mucho por estos días, cuando tanto oprobio cae sobre tío Joaquín y todos los que hemos querido el bien para esta tierra.


La vida acá ha sido y es bastante rústica y aunque hay gente próspera, no hay la costumbre de llamar la atención sobre sus riquezas. Las casas de los vecinos principales son amplias, pero la mayoría de sus fachadas son semejantes, pocas resaltan del conjunto y casi ninguna puede ser llamada con justicia palacio, como cuentan algunos jóvenes que han sido enviados a estudiar a La Habana que allá abundan, ni teatro que merezca el nombre de tal y solo en años recientes se han fundado algunas sociedades de recreo en las mismas casas que habitualmente tienen corta vida.

Tengo algunos recuerdos muy lejanos, el más antiguo ocurre en la villa de Trinidad, donde vivimos entre 1835 y 1837, porque el regimiento de papá había sido destacado allá. Nada recuerdo del paisaje, ni siquiera de la casa donde vivíamos, apenas tengo una imagen dolorosa, aunque mamá asegura que no puedo recordar eso porque era demasiado pequeña. Estoy en el zaguán con Narda y ella me dice que viene papá, yo logro zafarme de su mano y corro a abrazarlo, paso el umbral, pero la calle está empedrada con cantos desiguales y disparejos y antes de llegar a donde él estaba, tropecé, caí y me lastimé la rodilla. Mi nana voló a socorrerme, pero él me alzó del suelo y me entró en brazos en la casa, mientras procuraba consolarme. En realidad ninguno de los adultos recuerda tal cosa, quizá porque para ellos no tuvo demasiada importancia, pero yo puedo asegurar que puedo describirlo al detalle como si hubiera sucedido ayer.

El segundo recuerdo es posterior. Un 6 de enero nos fuimos, como era costumbre, a la romería de San Lázaro. Ese día nos levantábamos antes de amanecer e íbamos en coche por la calle Santa Ana, hasta pasar el puente sobre el río Tínima y allí estaba el leprosorio. Mi familia llegaba muy temprano, a diferencia de otras, porque mamá era insistía en entregar temprano la cesta con provisiones para los asilados, que dejábamos en el atrio de la capilla y entrábamos a escuchar la misa. Quizá esto ocurrió hacia 1840, porque yo estaría a punto de cumplir siete años. Como el templo estaba de bote en bote, mamá y papá nos acomodaron a Adolfo y a mí en un sitio y ellos en otro cercano. Nana no estaba en esta ocasión. Hacía calor, aunque fuera invierno, por la multitud abarrotada y la ceremonia resultaba larga y aburrida, de modo que, pasados unos minutos, me escurrí sin que Adolfo se diera cuenta, salí de la capilla y comencé a vagar. Yo había oído en casa que ese hospital había sido edificado por un fraile de San Francisco que era un santo, tanto que ni siquiera tocaba con sus manos el dinero de las limosnas y dormía por las noches sobre unas tablas y teniendo como almohada un simple ladrillo. Ese ejemplar varón había fallecido al año siguiente de mi nacimiento, pero se conservaba su celda, visitada con devoción por los peregrinos y yo quería ver con mis propios ojos aquel rústico lecho. En vez de preguntar, crucé el amplio patio y llegué a una galería que caminé casi hasta su extremo, busqué a alguien que me inspirara confianza para preguntarle, pero vine casi a tropezar con un hombre y una mujer vestidos con ropas muy rústicas, su piel me parece que era de un blanco rojizo pero moteada de manchas y dos detalles me impresionaron vivamente: el hombre, en vez de nariz, tenía apenas un par de agujeros, mientras que a la mujer le faltaba toda una oreja y casi la mitad de otra. Sentí pánico y ni siquiera atiné a regresar sobre mis pasos, sencillamente comencé a gritar. Entonces apareció junto a mí una vieja enlutada y con mantilla, de esas que siempre han poblado las sacristías del Príncipe. Tiempo después supe que era una de las solteronas Betancourt de la calle San Pablo, que era benefactora del asilo. Ella me tomó del brazo y me dijo con sequedad algo así como: “Niña, no puedes estar aquí. ¿Quiénes son tus padres y dónde están”. Respondí ambas cosas entre sollozos y ella me acompañó hasta el atrio. La misa había concluido y mis padres indagaban con sus conocidos si me habían visto pasar. Cuando mamá me divisó, atinó a frenar uno de esos ataques de nervios que le daban con frecuencia, dio las gracias a la anciana y tuvo que escuchar con paciencia las quejas de esta, porque aquel no era sitio para dejar a los niños sueltos y que romería no quería decir desorden… Adolfito se reía, a pesar de que lo habían regañado por no saber vigilarme y me pedía que fuera a mostrarle al hombre sin nariz. Mamá cambió su registro dramático por otro malhumorado. “Simón, a esta niña hay que ponerla en un cepo para que aprenda a comportarse”. Y papá, como era frecuente, me miraba y no decía nada, para tratar de abreviar aquella escena, que ya era pasto de los mirones.

Mi vida era por entonces la de cualquier muchacha: ir al colegio, hacer deberes en la casa y una que otra diablura como desatar una chiva lechera de su pesebre y encerrarla en el cuarto de mis padres, donde estos la hallaron a la hora de la siesta, cuando ya había dado cuenta de parte de una sobrecama de encajes que formaba parte de la dote matrimonial y del ruedo de un vestido de domingo. Esa vez ni la Narda pudo librarme de los azotes y del largo período de reclusión en mi cuarto.







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Roberto Méndez Martínez (Camagüey, 1958). Poeta, novelista y ensayista. Tiene publicado medio centenar de volúmenes, que incluyen libros de poesía, novelas, ensayos literarios e históricos, así como textos críticos sobre arte y literatura. Ha dado a la luz las novelas: Variaciones de Jeremías Sullivan (Letras Cubanas, 1999), Callejón del infierno (Letras Cubanas, 2010), Ritual del necio (Premio Alejo Carpentier 2011, Letras Cubanas, 2011), Música nocturna para un hereje (Premio Ítalo Calvino 2014, Ediciones Unión, 2015), El fuego de Ruán llueve sobre La Habana (Editorial Letras Cubanas, 2016), Y después de este destierro (Ediciones Universal, 2023) y Martina querida (Ediciones Sequoia, 2025). Actualmente reside en Extremadura, España.

Wednesday, May 21, 2025

"La Zambrana, Almacén de Víveres de Pérez y Cía." (por Carlos A. Peón-Casas)

Fotos actuales
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Tomo prestado este titular que recogiera la edición de Cuba Contemporánea(1) en su aparte dedicado a la Provincia de Camagüey en el año 1944.

La publicación hacía un pormenorizado recorrido por todo el entourage de un Camagüey que al decir de los editores era:
próspero, laborioso y entusiasta, mostrando sus más destacadas actividades en el comercio, en la industria, en la agricultura y en la ganadería que sirve de cimiento a su gran riqueza económica, y en la vida social, cultural y religiosa que forma la entraña cívica de esta gran provincia prócer (…)(2)
La alusión del título ubica de inmediato al camagüeyano más castizo en el que fuera uno de los almacenes de víveres de su tipo con más prosapia en la ciudad agramontina.


Felizmente localizado en la intersección de las céntricas calles de Martí y República, aquella razón social se fundaba en la ciudad bajo el nombre de Pérez y Compañía
integrada por los señores Cristóbal Pérez Díaz, Rufino Fernández, José Martínez López, Antonio Sánchez Cervero y Armando Basulto Martínez con un capital social de 45.000 con el objeto de dedicarse a al negocio de compra y venta de víveres en general y para lo que se acondicionó un moderno y amplio edificio, donde se instalaron las oficinas correspondientes y los depósitos para la gran cantidad de víveres importados directamente de los principales mercados de España, Estados Unidos, Brasil, Ecuador y la Argentina.(3)
El artículo que aludimos no dejaba duda alguna de la inmejorable salud que gozaba aquella “razón social” que hoy pudiéramos considerar dentro de las muy populares Mipymes, para entonces prósperos negocios locales:
Esta razón social realiza sus operaciones bancarias por medio de The Royal Bank of Canada, City National Bank y Banco Nova Scotia donde tienen sus referencias y cuentas corrientes, y tributando al Estado por concepto de impuestos y contribuciones fiscales, un promedio anual de 59, 645.20. Además adquirieron dos camiones para el reparto de las mercancías entre la numerosa clientela que lograron conquistarse en la propia localidad y lugares limítrofes, empleando en su negociación a más de 18 personas que libran allí la subsistencia de sus familias, gozando de muy buena remuneración…(4)
Los dueños eran españoles de origen, pero habían optado por la nacionalidad cubana, y al menos tres de ellos estaban casados para entonces en la ciudad: los Sres. Pérez Díaz, Fernández y Basulto.

Todos pertenecían a la Asociación de Comercio, Asociación de Almacenistas y Centro de Detallistas de Víveres de Camagüey.


Dejamos a la inmejorable memoria de muchos de nuestros atentos lectores los pormenores siempre reveladores de aquella prestigiosa casa, y que según remataba el cronista en su cierre:
la firma de Pérez y Cía. por su importancia y prestigio con quistados con una actuación decente y honrada siempre está a la cabeza de cuanto propende al engrandecimiento de la provincia camagüeyana y por ello figura de manera prominente en la importante y heroica provincia agramontina.(5)



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  1. Cuba Contemporánea. Provincia de Camagüey. Centro Editorial Panamericano, 1944.
  2. Ibíd.
  3. Ibíd.
  4. Ibíd.
  5. Ibíd.

Wednesday, May 14, 2025

La Avellaneda desde la mirada inquisitiva de un ensayista acucioso: Raimundo Lazo. (por Carlos A. Peón-Casas)



En mis manos discurre este interesantísimo tratado literario del ya citado y eximio profesor y crítico, Raimundo Lazo, orgullosamente hijo del Camagüey.

La obra intitulada: “Gertrudis Gómez de Avellaneda. La mujer y la poesía lírica.”, es de esas publicaciones que asaltan nuestra curiosidad en este estadio miamense, cuando manos amigas me van dotando con cariño, con lo que promete ser mi biblioteca futura en esta tierra de promisión.

Sin dudas se trata de un tratado singular donde el ensayista se ve a sí mismo: “… impulsado por propósito de crítica comprensiva y justa.”

Y como además de profesarle afán a la literatura, también desde su experiencia como hombre de leyes y abogado defensor de casos difíciles y hasta imposibles, nos deja saber que se constituye con todo apego a la verdad, en “abogado defensor de la polemizada poetisa de Cuba”

Su proximidad a Tula, a la poetisa y a la mujer, pasa según su propia referencia por un acto que deja establecido como de indudable y
… cierta valentía para luchar con observaciones, análisis y argumentos, contra arraigados prejuicios que han dominado en la crítica de la gran mujer y de la gran poetisa lírica: la especie de masculinización implícita en la difundida frase es mucho hombre esa mujer, y lo presuntamente contradictorio, superficial y apasionadamente discutido, de su españolísmo y su cubanía en el marco de lo hispanoamericano."
El libro va sin dudas bien dotado con un magnífico Guión Cronológico Biobibliografico, que procede al bien pensado estudio crítico de la obra nuestra poetisa camagüeyana y universal, donde los análisis líricos, estilísticos y léxicos, se complementan con abordajes de más calado hacia otras coordenadas más existenciales de nuestra Avellaneda en su ideario y sus más íntimas convicciones.

Los fragmentos y textos poéticos son la imprescindible apoyatura donde el ensayista nos explícita la hondura inabarcable de su poesía y que quiere hacernos resaltar y admirar con siempre deleitable asombro.

De entre tanto verso audaz y creativo que el ensayista resalta de nuestra nunca bien ponderada poetisa, entresaco en afán conclusivo, esta perla poética titulada Al Destino:
 
Escrito estaba, sí: se rompe en vano
Una vez y otra la fatal cadena,
Y mi vigor por recobrar me afano.
Escrito estaba: el cielo me condena
A tornar siempre al cautiverio rudo, 
     Y yo obediente acudo,
     Restaurando eslabones
Que cada vez más rígidos me oprimen;
Pues del yugo fatal no me redimen
De mi altivez postreras convulsiones. 

   ¡Heme aquí! ¡Tuya soy! ¡Dispón, destino,
De tu víctima dócil! Yo me entrego
Cual hoja seca al raudo torbellino
     Que la arrebata ciego.
  ¡Tuya soy! ¡Heme aquí! ¡Todo lo puedes! 
Tu capricho es mi ley: sacia tu saña...
Pero sabe, ¡oh cruel!, que no me engaña
La sonrisa falaz que hoy me concedes.

Wednesday, May 7, 2025

Noticias del primer cardenal cubano. (por Carlos A. Peón-Casas)

Mons. Arteaga, es consagrado arzobispo 
de La Habana, el 24 de febrero de 1942.
Bohemia.
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Manuel Arteaga y Betancourt primer cardenal cubano, nació en el Puerto Príncipe (actualmente Camagüey) de 1879, un 28 de diciembre.

Creado cardenal en el Consistorio de 1946 por el papa Pío XII, fue igualmente elector en el Cónclave del año 1958, que eligió como continuidad en la Sede Petrina, al ya santo Juan XXIII.

A nuestra vista tenemos una interesante nota(1), que nos reseña el linaje apostólico de Mons. Caruana, en esos momentos Nuncio Apostólico en Cuba, quien presidió la consagración episcopal de Mons. Arteaga, el  24 de febrero de 1942, en la Catedral de La Habana, diócesis de la que fue nombrado su arzobispo. 

Se la dejamos al lector como muestra inequívoca del legado que en materia de sucesión apostólica, le tocó en herencia espiritual al que fuera nuestro primer cardenal de la historia cubensis.

• Archbishop George Joseph (Jorge José) Caruana † (1921)
Titular Archbishop of Sebastea

• Antonio Cardinal Vico † (1898)
Cardinal-Bishop of Porto e Santa Rufina

• Mariano Cardinal Rampolla del Tindaro † (1882)
Cardinal-Priest of Santa Cecilia

• Edward Henry Cardinal Howard of Norfolk † (1872)
Cardinal-Priest of Santi Giovanni e Paolo

• Carlo Cardinal Sacconi † (1851)
Cardinal-Bishop of Palestrina

• Giacomo Filippo Cardinal Fransoni † (1822)
Cardinal-Priest of Santa Maria in Ara Coeli

• Pietro Francesco Cardinal Galleffi † (1819)
Cardinal-Bishop of Albano

• Alessandro CardinalMattei † (1777)
Cardinal-Bishop of Ostia (e Velletri)

• Bernardino Cardinal Giraud † (1767)
Cardinal-Priest of Santissima Trinità al Monte Pincio

• Pope Clement XIII (1743)
(Carlo de lla Torre Rezzonico †)

• Pope Benedict XIV (1724)
(Prospero Lorenzo Lambertini †)

• Pope Benedict XIII (1675)
(Pietro Francesco (Vincenzo Maria) Orsini de Gravina, O.P. †)

• Paluzzo Cardinal Paluzzi Altieri Degli Albertoni † (1666)
Chamberlain (Camerlengo) of the Apostolic Chamber

• Ulderico Cardinal Carpegna † (1630)
Cardinal-Priest of Santa Maria in Trastevere.

• Luigi Cardinal Caetani † (1622)
Cardinal-Priest of Santa Pudenziana

• Ludovico CardinalLudovisi † (1621)
Archbishop of Bologna

• Archbishop Galeazzo Sanvitale † (1604)
Archbishop Emeritus of Bari (-Canosa)

• Girolamo CardinalBernerio, O.P. † (1586)
Cardinal-Bishop of Albano

• Giulio Antonio Cardinal Santorio † (1566)
Cardinal-Priest of San Bartolomeo all’Isola

• Scipione Cardinal Rebiba †
Titular Patriarch of Constantinople



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Wednesday, April 30, 2025

Del antiguo Cheque Bar de la calle Ignacio Sánchez y otras anécdotas conexas. (por Carlos A. Peón-Casas)


La otrora ciudad camagüeyana que hoy habitamos con un desconocimiento casi innato de su pasado, tuvo también su memoria de hechos y sucesos, que hoy parecen asuntos trivialidad rayana en lo intrascendente, quizá rozando las aristas de lo impublicable,

Aludimos hoy a los que fueron conocidos bares de postín de las calles Ignacio Sánchez, Santa Rosa, y Progreso, con sus respectivas “ocupaciones”, el nombre que por entonces se les daba a los cuartuchos de mala muerte donde aquellas maltratadas émulas de Mesalina (con perdón de la matrona romana), ejercían su ancestral oficio.

Me refiero en particular, a un sitio que todavía sobrevive como antigua edificación de dos plantas, en el pedazo de cuadra que va desde Santa Rosa hasta la intersección de la línea del ferrocarril, justo donde termina el tramo norte de la calle San Ramón, que también lleva el nombre de Enrique José Varona, noble varón y filósofo al que supongo poco le interesaría saber que su calle principiaba en aquella zona de tolerancia: aludo al conocido por entonces como el Cheque Bar(1) ya mentado en mi título.

El sitio de marras no era muy diferente del resto que proliferaban en aquel entramado de tanto movimiento de mercaderías por vía férrea en la ciudad de antaño, algo así como el equivalente mediterráneo de la zona del puerto habanero, aunque el nuestro fuera bien modesto, por el mínimo tamaño de los locales y la cantidad de “ocupaciones” que se alargaban hasta colindar con la mismísima línea férrea.

En la planta baja se acomodaba la rústica barra donde la clientela pedía los necesarios tragos iniciáticos a base del Ron Castillo que para entonces era muy inferior al Bacardí, pero también se podían degustar otros tragos fuertes como los famosos destilados de uva, importados de la Madre Patria, de las marcas: Blázquez , Domecq y Fundador; igualmente se podían saborear otros de factura nacional y precio más módico como era el caso de los “coñac” Don Diego(2) y Tres Toneles.

También corría la cerveza de factura nacional y de precio tan asequible como una peseta. A las mujeres que allí ejercitaban tan deprimido oficio, también se les invitaba a un trago, pero aquellas sólo bebian un especie de “refresquito” que simulaba el contenido real, pues en realidad recibían al final del día un porciento del monto de aquellas “invitaciones”, que por supuesto eran beneficio del dueño del negocio.

Anexo al improvisado bar se abría un espacio destinado al baile, donde los pretendidos clientes podían hacerlo por el reducido precio de diez centavos, que se le pagaban directamente a las danzantes. El baile era animado en aquel sitio por una especie de órgano oriental de manivela, al que hacían sonar un par de fornidos hombres de piel muy negra, mostrando sus torsos descamisados y brillosos por el sudor.

El bar se hacía anunciar por un peculiar cartel que simulaba una flecha torcida, que precisamente se curvaba sobre la puerta de acceso al sitio. El hecho fue motivo para una jocosa improvisación de mi abuelo Don Nicolás Peón, hombre de afiladas dotes humorísticas, y autor de más de una cuarteta, quien decía aludiendo al detalle del significativo anuncio del bar:
Si tu vas al Cheque Bar
Y la llevas muy derecha
Se te puede jorobar
Como le pasó a la flecha(3)
Era costumbre muy de la época que las señoras casadas no frecuentaran aquella zona de tolerancia, a pesar de que justo al frente del mentado bar y colindante con otros sitios de igual impronta, abría sus puertas un moderno y capaz mercado de abastos. De preferencia eran los caballeros quienes se acercaban al sitio por las provisiones, o lo hacían las domésticas al servicio de muchas familias de la zona de los repartos Beneficencia y La Vigía, donde igualmente se acomodaban muchas casas de decencia probada.

En el sitio, como en los otros colindantes, proliferaba una clientela diversa y variopinta, pero regularmente se componía de personas con pocos haberes, muchos de ellos simples dependientes, y algún que otro trabajador por su cuenta; otras capas sociales de más ingresos, no acudían a tales sitios, sino que se dirigían a otras casas de cita que se ubicaban en otros sitios más céntricos de la ciudad, como era el caso de Enedina, matrona muy conocida, que tenía su negocio bien servido con prostitutas más caras en la calle Pobres, o igualmente donde Paquito Prada, famoso travesti ya casi un anciano, que tenía un próspero negocio, y que según algunos asiduos parroquianos, brindaba el servicio, con mucha más circunspección.

Las prostitutas de la zona del Cheque Bar eran conocidas popularmente como de “café con leche” por lo barato de sus servicios. Normalmente sus tarifas no pasaban de unos pocos centavos, y al final del día no sumarían más que unos míseros pesos que les serían arrebatados de inmediato por sus respectivos “chulos”. Muchas de ellas se “anunciaban” al paso desde sus pequeñas covachas, alineadas frente a la línea del tren.

El Cheque Bar sobrevivió como tal hasta el año 60, cuando las nuevas medidas revolucionarias intervinieron aquellos sitios, y re-ubicaron a sus moradoras en otras labores, incluyendo la de taxistas.

El sitio se convirtió entonces en una cuartería, donde muchas de aquellas mujeres, siguieron viviendo. A algunas las conocimos en nuestra niñez, cuando ya no eran ni la sombra de lo que acaso fueron un día, habitando en una de aquellas pobrísimas casas de vecindad, y que en sus conversaciones aludía a su triste pasado.



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  1. En la misma cuadra del susodicho, en la calle Ignacio Sánchez, se ubicaban otros establecimientos de su mismo tipo entre los que destacaban los bares conocidos como El Mora y El Morita. En todos primaba el mismo estilo. Por la calle Santa Rosa se localizaba el del Chino Lasa, ubicado en la intercesión de aquella y la línea del ferrocarril.
  2. El anuncio más popular de este preparado alcohólico de factura nacional que se expendía al muy módico precio de diez centavos el trago rezaba que: “Si no es Don Diego, me niego”
  3. El texto totalmente inédito como otras muchas producciones de mi abuelo Nicolás Peón Sr., lo reproduzco aquí desde la memoria proverbial de mi inolvidable padre Nicolás Jr., depositario natural de aquellas divertidas composiciones poéticas de signo humorístico, que también ejercitó con sobrada maestría como su padre y su abuelo asturiano Don José.

Wednesday, April 23, 2025

Un cardenal cubano elige Papa. (por Carlos A. Peón-Casas)


Si alguien en su remota infancia camagüeyana, cuando asistía de muy niño a la parroquia de San José, en su barriada natal de La Vigía se lo hubiera contado, seguro no le habría creído.

Pero al actual cardenal cubano Juan de la Caridad García, le toca vivenciar en este minuto, la experiencia que viven junto a él los 135 cardenales electores de todo el mundo, que en este minuto buscan viajar a la Roma eterna en pos de elegir en solemne Cónclave al sucesor del Papa Francisco quien yace en capilla ardiente en su sede papal de San Pedro.

Aquel humilde jovencito de entonces, que ya llevaba en su corazón el anhelo del sacerdocio, y que pudo hacer florecer en su tierra camagüeyana, en las circunstancias siempre demandantes de los años duros para la fe católica después de 1959, sería llamado a empeños mayores.

Primero como obispo auxiliar de su Obispo, el entrañable Mons Adolfo Rodríguez, su mentor indudable, y luego como su sucesor en el Arzobispado de Camaguey, que detentó hasta su promoción al de la sede habanera en 2016, y casi enseguida a la comprometida empresa de Cardenal de la Santa Iglesia Católica, a la que fue llamado por su Santidad Francisco en 2019.

Ya antes que él, sus predecesores cubanos en el Colegio Cardenalicio, el también camagüeyano Manuel Arteaga y Betancourt, y Jaime Ortega Alamino fueron parte de otros cónclaves. Arteaga en 1958, a la muerte del Papa Pío XII , y que eligió para la Iglesia a un santo en toda ley: Juan XXIII. Ortega Alamino, en el año 2013 luego de la renuncia de Benedicto XVI, en el que fue elegido Francisco. 

Con sano orgullo contemplo a nuestro querido padre Juan, como solíamos conocerlo en aquella nuestra primitiva e inolvidable iglesia local, y a quien recuerdo con cariño y afecto, cuando entre sus funciones pastorales atendía en la otrora  diócesis camagüeyana la pastoral adolescente en los tempranos años 80s del pasado siglo XX, siendo parte de los cardenales electores quienes con sus votos, y el auxilio del Espíritu Santo, elegirán en este próximo Cónclave al nuevo Papa de la Iglesia Católica.
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Gaspar, El Lugareño Headline Animator

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