Wednesday, May 30, 2018

Detalles poco conocidos de la separación de Hemingway y su primera esposa Hadley (por Carlos A. Peón-Casas)

Hadley y Ernest, el día de su boda 
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“Cien días son una eternidad, pero los esperaré con impaciencia”(1).
Detalles poco conocidos de la separación de Hemingway y su primera esposa Hadley.



por Carlos A. Peón-Casas


La frase nos suena lapidaria en los labios de quienquiera la pronuncie, pero así, le espetó Hadley Hemingway a su esposo, en el minuto en que ambos decidieron la separación, según lo revelara recientemente en un libro, muy oportuno, A. E. Hotchner, biógrafo y amigo muy cercano a Hemingway.

La confesión de Papa a Hotchner, durmió el sueño del olvido, por muchos años. La razón, es comprensible: resguardar, las intimidades del narrador, por respeto a su última esposa Mary, aunque sobre el particular ya Hemingway había aireado su versión en Paris era una Fiesta, que por cierto, conocimos póstumamente. No habiendo ya impedimentos, en el 2015, por el paso inexorable del tiempo, Hotchner, develó aquellos detalles de la vida íntima de Hemingway, de su propia voz, y nunca antes dados a las prensas.

La anécdota a la que aludimos, se la contó el propio Hemingway a Hotchner, en un viaje en el que el segundo acompañó, en 1955, a Papa y Mary hasta Key West, a la casa que habitara Papa y su ex esposa Pauline, durante su matrimonio.

Ante la pregunta de Hotchner, de si luego de la ruptura con Hadley, Hemingway siguió viendo a su esposa, Papa asintió, que lo hacía cada vez que iba a ver a su hijo Bumby, y a continuación, y quizás atenazado por tan intempestiva interrogante, desbordó súbitamente sus recuerdos sobre un suceso acaecido casi tres décadas atrás, y Hotchner ni corto ni perezoso tomó nota de aquellas jamás reveladas circunstancias.

Oigamos, lo que Hemingway narró a su interlocutor, aquella tarde noche de 4 de Julio, mientras degustaban un especial “preparado” de Papa: Scotch y agua congelada en la superficie del vaso, que Hotchner describe como la ilusión “de estar bebiendo de un torrente helado de montaña”(2)
Una de aquellas veces en que fui a verlo (a Bumby), Hadley me interceptó y me dijo que era tiempo que hablásemos. Me pregunto si todavía estaba enamorado de Pauline. ¿Podrías terminar con ella?, me espetó Le pregunté por que tenía que remecer aquello, y ella me interrogó: ¿Fuimos felices?, ¿no es verdad? ¿Por qué tenemos que hundir el barco? Ella dijo que si se hundía ella seria la primera en ahogarse. Sólo yo no tenía nada que perder. Le respondí del mismo modo. Yo también pierdo mucho (…) Entonces tomó un lápiz y una hoja de papel, y dijo: ¿entonces no hay ningún mal entendido?, y a continuación escribió, Si Pauline Pfeiffer y Ernest Hemingway no se ven el uno al otro durante cien días, y si al cabo de ese tiempo Ernest Hemingway todavía me dice que ama a Pauline, yo sin más complicaciones le doy el divorcio. Ella firmó con su nombre y me ofreció el lápiz. Le dije que aquello lucia como una maldita garantía. No tomé el lápiz. Así es, agregó ella, lo mismo si ella muere o muero yo. Ella tenia razón en protegerse con aquel acuerdo. Nunca en mi vida firmé algo con tanta reluctancia. Tomé entonces el lápiz y firme(3).
Esa misma noche Hemingway cenó con Pauline y le hizo participe del trato que había firmado. Hotchner sigue relatándonos los detalles revelados por Papa:
“Ella sonrió y me dijo que para ella estaba perfectamente okay, que cien días era un precio justo con tal de tenerme. Tomó una rosa del búcaro sobre la mesa y me la dio y me dijo que me asegurara de guardarla bajo nuestro colchón(4).
Como se sabe Pauline se fue por ese tiempo a los Estados Unidos, Hemingway lo dice a su modo:
Pauline se exilió en su pueblo natal de Piggot, Arkansas, una población de dos mil almas. Su padre y su tío Guss, eran dueños de todo allí, pero su dinero no podría aliviar su tedio.

Antes de irse, me dejo un mensaje(…): Cien días es un largo tiempo, y a ella no le agradaría la partida, pero esta seria una separación cargada de optimismo(5).
La espera tampoco sería fácil para Papa. Hotchner nos recuerda sus palabras, en medio del bullicio de los fuegos de artificio de aquella tarde noche del 4 de Julio, y las que consideramos un oportuno cierre para esta cercanía :
Yo me había instalado en el estudio de Murphy, pero para nada me agradaban las vistas exteriores, como tampoco las pinturas del interior de la casa, las de afuera, directamente bajo la ventana, eran las del Cementerio de Montparnasse. Con el cementerio bajo mi mirada y la perspectiva de los cien días miserables por delante, yo estaba listo para una de aquellas tumbas: “Aquí yace Ernest Hemingway, quien hizo zig cuando debió haber hecho zag(6).



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  1. Hadley Hemingway a su esposo Ernest en: Hemingway in Love. His Own Story. A Memoir by A. E. Hotchner. St. Martin Press, NY, 2015. p. 71. (Todas las traducciones de los textos citados son de mi autoría.)
  2. Ibid. p.69
  3. Ibíd. p.70
  4. Ibíd. p. 71
  5. Ibíd.
  6. Ibíd. p.73

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